Moviéndose entre la novela para adultos y la literatura juvenil, Luis Leante (Caravaca de la Cruz, 1963) acaba de publicar un título que lanza un pulso al lector. Apenas seis meses después de Academia Europa, el escritor afincado en Alicante sorprende con Interpretación de la mentira, una obra que desafía lo que creemos saber y marca un giro literario tan arriesgado como personal.
De Academia Europa dijo que era su mejor libro. ¿Qué lugar ocupa entonces Interpretación de la mentira?
Cuando dije aquello de Academia Europa, todavía no había publicado esta novela. Puedo afirmar que era mi mejor libro en ese momento porque surgió del fracaso. Empecé a escribirlo con 28 o 29 años y no me salía: era muy autobiográfico, usaba mi propia voz como narrador, y no me gustó nada verme expuesto ahí. Lo abandoné durante diez años. En ese tiempo escribí otras cosas, y luego volví a reescribirlo con un tono distinto. Para mí, convertir un fracaso inicial en una novela que terminó generando tanto interés le dio un peso muy particular en mi trayectoria. En el caso de Interpretación de la mentira, no hubo ese fracaso de partida. Aunque también contiene elementos autobiográficos, desde el principio decidí disimularlos, transformarlos en otra cosa. No sabría decir si me gusta más o menos que Academia Europa, pero están en la misma línea: creo que son las dos novelas en las que más he puesto de mí mismo sin que se note en la trama o en el argumento.
El libro plantea una gran pregunta, ¿qué mueve a un novelista a contar historias que no han sucedido?
Es una pregunta que yo mismo me hago con frecuencia. Lo que hacemos es, en cierto modo, absurdo. En el cine, por ejemplo, aceptamos sin problema que las naves vuelen o que ocurran cosas imposibles. En la literatura, en cambio, solemos exigir una conexión con la realidad. Siempre me ha intrigado esa atracción por las historias inventadas, especialmente cuando sabemos que no han ocurrido. Como lector, incluso me resultan más atractivas si tengo la certeza de que no provienen de la biografía del autor. Para mí, leer es como hacer un pacto: el autor me va a contar algo y yo, sabiendo que es ficción, decido creerme que sucedió.
Y también se encarga de mentir a la gente a través de sus obras.
Ya de niño era muy mentiroso (ríe). La gente decía que tenía imaginación, pero en realidad creo que era un mentiroso compulsivo. Me encantaba contar las cosas de otra manera, disfrazarlas. Con el tiempo, eso se canalizó a través de la literatura. No sé exactamente por qué nos atrae lo que sabemos que no es verdad. Quizá por eso mismo el título Interpretación de la mentira, porque la literatura es, al fin y al cabo, una gran mentira que los lectores, hablo como uno, interpretamos. Ese proceso tiene, para mí, algo profundamente fascinante.
El lector desde el primer minuto se ve envuelto en la interpretación de una mentira. ¿Qué quería reflejar con un planteamiento tan arriesgado?
Quería reflejar una idea que está desde el principio del libro, que no somos lo que creemos ser, sino lo que los demás ven en nosotros. Vivimos obsesionados con proyectar una imagen, hoy en día más todavía con las redes sociales, aunque no llego a mencionarlas en la novela, pero lo cierto es que, al final, los demás nos ven de una forma distinta y, en cierto modo, son mayoría. Es uno frente a todos los demás. La historia aparenta ser una cosa, pero el desenlace puede sorprender, fascinar o decepcionar. Era un riesgo que quise correr, sabiendo que no todo el mundo lo aceptaría.
«Soy un escritor con poca imaginación, admiro a los autores que consiguen crear mundos desde cero»
En un momento de cambio, donde todo necesita rapidez, induce al lector a leer más de 300 páginas para después descubrir que nada es lo que parece.
Ha sido una especie de apuesta a un solo número en la ruleta. Si el número sale, el lector puede experimentar un shock, que era exactamente lo que buscaba. Si no sale, puede parecer una novela fallida. Pero a estas alturas, tengo 62 años y llevo publicando desde los 20, ya son 42 años y muchas novelas, no me interesa escribir sobre seguro. No hay dos novelas mías que se parezcan entre sí, y eso también es una decisión. Me gustan los juegos arriesgados y soy consciente de que puede haber lectores decepcionados.
Portada de la novela «Interpretación de la mentira» de Luis Leante / INFORMACIÓN
¿Es igual de novelista el que inventa que el que recrea a partir de lo conocido?
Buena pregunta. No creo que haya diferencia de valor entre el que inventa todo y el que parte de lo conocido. Escribir una novela, aunque trate temas cercanos o reales, sigue siendo una tarea complejísima. Construir una historia es siempre un mérito enorme. No le quito ningún valor, por ejemplo, a lo que hizo Truman Capote en A sangre fría o Emmanuel Carrère con sus reconstrucciones documentales. En mi caso, reconozco que no tengo mucha imaginación en el sentido tradicional. Me siento incapaz de crear universos completamente ficticios. Y por eso admiro profundamente a autores que pueden hacerlo con tanta solvencia.
A veces la línea entre realidad y ficción es muy difusa.
Lo pienso muchas mañanas cuando leo el periódico: si trasladara ciertas noticias a una novela, nadie las creería, pensarían que he exagerado, que he corrompido los hechos. Pero es que la realidad supera siempre a la ficción. En la política, en el arte, en todo… Hay muchas verdades consensuadas que en el fondo son ficciones colectivas. Dicho esto, para mí toda la cultura está atravesada por una gran mentira. Pero una mentira hermosa, necesaria, transformadora. El arte, en su mejor expresión, es una mentira que nace de la realidad y que nos permite reinterpretarla. La realidad también está plagada de falsedades, de matices, de medias verdades. Y la literatura, al interpretarla, también construye su propia versión de la mentira.
Esto me lleva a plantear si existe una verdad absoluta o si es siempre una construcción subjetiva.
Yo no creo en la verdad absoluta. Ni en la religión, ni en la política, ni en el arte. Todo está filtrado por la perspectiva individual. Ahora mismo, por ejemplo, desde el balcón veo una puerta antigua, deteriorada. Podría pensar que la casa está en ruinas. Pero quizá por detrás sea una vivienda perfectamente reformada, preciosa. ¿Cuál es la verdad? ¿La ruina que se ve o la belleza que no se muestra? Lo mismo ocurre en la literatura: muchas veces creemos que una obra es la cumbre de la literatura simplemente porque nos hemos puesto de acuerdo en ello.
Tomo como ejemplo El Quijote. Es indiscutible su importancia, ha sido una obra fundacional. Pero también es verdad que hay otras novelas, como Cien años de soledad, que para mí han tenido un impacto igual o mayor como lector. ¿Por qué decidimos que El Quijote es la obra cumbre? ¿Por tradición? ¿Por acuerdo académico? Hay convenciones culturales que aceptamos como verdades, pero en realidad son construcciones. Lo mismo pasa en el arte contemporáneo: un plátano pegado a la pared puede costar seis millones de dólares. No porque lo valga de forma intrínseca, sino porque se ha establecido un consenso en torno a su valor.
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