Ayer acudí a la farmacia a por las pastillas de la tensión y al ver sobre el mostrador de la botica el envase de una pomada para paliar el ardor de las hemorroides se me vino a la cabeza el IRPF y los actos jurídicos documentados. La culpa es de Josep Borrell, por comparar el cupo catalán con un supositorio.
El exministro de González, que después de su escatológica comparación merecería un honoris causa en Proctología Fiscal Comparada, ha logrado un imposible: explicar de forma gráfica la complejidad del modelo de financiación autonómica en términos digestivos.
De esta manera podríamos entender que el problema catalán tiene su origen en el frecuente estreñimiento estatutario y en la escasez de lubricante constitucional. Seguramente, durante décadas, el resto de los españoles hemos tenido con los de ahí arriba muy poco tacto. Y eso pese a que los Presupuestos Generales del Estado, cuando los hubo, llevaban a Cataluña una dieta rica en fibra para paliar el atasco intestinal de las cuentas de la Generalitat.
Añadan al símil del supositorio las tres negaciones de Borrell a Pedro: el cuponazo catalán «no es singular, ni progresista, ni generalizable» y aplaudirán que al fin salte a escena un socialista con pedigrí que ha caído del caballo y entregado en Ferraz el capuchón de tonto de capirote de la cofradía del amén. En la España de Pedro Sánchez, la política fiscal, que va de culo, no se debate: simplemente se introduce. A las bravas, por la puerta de atrás, sin vaselina.
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