La carrera global hacia energías limpias afronta un dilema ecológico: mientras los parques solares reducen emisiones de carbono, su expansión amenaza a aves y murciélagos mediante mecanismos insospechados. Estas instalaciones alteran migraciones, confunden la navegación animal y aumentan la mortalidad silvestre.
La investigación, publicada en ‘Renewable and Sustainable Energy Reviews’ y dirigida por la ecóloga Trish Fleming, analizó evidencias de 25 publicaciones especializadas y datos de monitoreo en tres continentes, destacando que el diseño actual de los parques solares requiere cambios urgentes para proteger la biodiversidad.
En 2023, los paneles solares cubrían aproximadamente 37.886 kilómetros cuadrados de la superficie terrestre, el equivalente al 0,025% del planeta. Estas extensiones reflectantes generan un fenómeno llamado ‘contaminación lumínica polarizada’: la luz, al rebotar en superficies lisas y oscuras como los paneles, se polariza linealmente, imitando la firma óptica de cuerpos de agua.
Para insectos acuáticos diurnos, como efímeras, libélulas y escarabajos buceadores, esta señal es irresistible: confunden los paneles con lugares de reproducción o alimentación, depositando huevos sobre superficies inertes donde las larvas mueren irremediablemente.
Pero el impacto trasciende a los insectos. Aves migratorias, especialmente acuáticas, también caen en la trampa perceptiva. Experimentos citados en el estudio demuestran que garzas, cigüeñas y golondrinas intentan beber o forrajear sobre plásticos oscuros colocados en campos, comportándose como si estuvieran ante charcas reales.
El peligroso ‘efecto lago’
«El resplandor reflectante de los paneles solares imita la apariencia de cuerpos de agua, confundiendo a las aves migratorias y desviándolas de su curso», explica Fleming. Este fenómeno, bautizado como ‘efecto lago’, es particularmente peligroso para especies nocturnas. El 80% de las aves migratorias viajan de noche usando la polarización de la luz lunar como brújula, un sistema que los paneles podrían distorsionar.
Un gran sistema solar y una turbina eólica en el suroeste de Australia Occidental. / Universidad de Murdoch
La pérdida y fragmentación de hábitat constituye el primer eslabón de la cadena. Entre 2 y 6 hectáreas son despejadas por cada megavatio generado, eliminando ecosistemas y bloqueando corredores biológicos con vallas y paneles. Especies terrestres como el correcaminos grande (Geococcyx californianus) mueren atrapadas entre cercas dobles al no poder despegar en espacios reducidos.
Un segundo riesgo son los estanques de evaporación, usados para limpiar paneles o enfriar turbinas. Estas láminas de agua acumulan metales pesados –plomo, cadmio, selenio…– que lixivian de los paneles, especialmente cuando están dañados o bajo lluvia ácida. Atraen a aves acuáticas, que luego sufren ahogamiento o envenenamiento.
En una planta fotovoltaica sudafricana, el 50% de las muertes registradas en estos estanques se atribuyeron a ahogamiento, pues los bordes plásticos resbaladizos impedían el escape.
Temperaturas de 800ºC
Un tercer mecanismo es la creación de oportunidades de forrajeo artificial. Los paneles generan microclimas que atraen insectos, lo que a su vez atrae a sus depredadores. En el complejo de energía solar concentrada (CSP) Ivanpah, en California, 41 de las 47 aves muertas por quemaduras solares eran insectívoras, evidenciando que cazaban cerca de las torres de concentración.
Las propias torres CSP representan un cuarto peligro. Sus espejos (helióstatos) dirigen haces de luz a receptores centrales, alcanzando temperaturas de 800°C. Aves que atraviesan estas zonas sufren quemaduras catastróficas o daños en plumas que las incapacitan para volar, como demostró un estudio donde temperaturas superiores a 160°C debilitaban irreversiblemente la queratina de las plumas.
Finalmente, las superficies planas y reflectantes no solo engañan a fauna diurna: también distorsionan la ecolocalización de murciélagos. Estos mamíferos confunden los paneles con cuerpos de agua debido a propiedades acústicas similares, intentando beber de ellos en pleno vuelo.

Correcaminos grande. / El Brujo+
El estudio estima que las instalaciones solares causarían 17,3 millones de muertes aviares anuales a nivel global. Esta proyección podría variar drásticamente en otros biomas. El 48% de los estudios analizados provienen de desiertos norteamericanos, dejando vacíos críticos sobre impactos en granjas o humedales, donde se instala la mayoría de la capacidad fotovoltaica mundial.
Nanotecnología al rescate
En el complejo Ivanpah, monitoreos con perros rastreadores registraron un promedio de 616 aves muertas por año, con picos durante migraciones primaverales y otoñales.
Aquí, los métodos de medición influyen en los resultados: cuando las búsquedas se limitaban a zonas cercanas a torres CSP (como ocurrió desde 2017), el 75% de las muertes mostraba plumas chamuscadas. Pero al incluir áreas de helióstatos, emergían más casos de aves acuáticas y muertes por atrapamiento, revelando que la ubicación de los muestreos sesga la percepción del riesgo real.
Frente a estos desafíos, la investigación propone estrategias basadas en evidencia. Los ‘recubrimientos nano’ para paneles reducen la polarización de la luz y aumentan la eficiencia energética hasta un 50%.
«Recubrir los paneles solares con nanotecnología para reducir la contaminación lumínica polarizada es un cambio que podría evitar que las aves confundan los paneles con agua», señala Fleming. Estos tratamientos, ya usados cerca de aeropuertos, también disminuyen el deslumbramiento para pilotos y conductores.
Diseños ‘amigables con la fauna’
En Nevada (Estados Unidos), un proyecto piloto aplico diseños ‘amigables con la fauna’: preservaron vegetación nativa entre bancos de paneles, evitaron el aplanamiento del terreno para romper reflejos, y dejaron 30 aperturas en cercas (de 25 por 18 centímetros). Tortugas del desierto, serpientes de cascabel y zorros usan estos pasos, demostrando que modificaciones simples reducen barreras.

Paneles solares en una zona boscosa. / Unsplash
Para estanques de evaporación, soluciones como bordes menos empinados, superficies antideslizantes y mallas de exclusión con mantenimiento frecuente previenen ahogamientos. Además, mantener vegetación autóctona de bajo crecimiento entre paneles —en lugar de pastos cortados— disminuye la presencia de insectos y, consecuentemente, de aves insectívoras en zonas de alto riesgo.
Aunque la energía solar causa menos muertes aviares que los edificios (330 millones al año), las autopistas (200 millones) o los gatos domésticos (2.400 millones), su impacto acumulado preocupa en contextos de crisis de biodiversidad. «Necesitamos comprender los costos de biodiversidad de las instalaciones solares y equilibrarlos con los beneficios de cambiar de combustibles fósiles a energía solar», concluye el estudio.
«Mientras los gobiernos y las industrias invierten fuertemente en energías renovables, estos hallazgos subrayan la importancia de integrar la conciencia ecológica en el desarrollo de infraestructuras», advierte Fleming