En la última edición de Fitur, celebrada el pasado mes de enero en Madrid, la Xunta de Galicia se presentó con una campaña que tenía resonancias más allá de la mera operación de promoción turística. El gobierno autonómico anunciaba su territorio como un «refugio climático» –este era el eslogan elegido, con logotipo ideado para la ocasión–, y en unos tiempos marcados por las continuas noticias de olas de calor, sequías y termómetros disparados, proclamaba las bondades de la «Galicia azul y verde» a través de un vídeo y una cartelería que transmitían frescor e inspiraban ganas de huir a esta esquina de la península Ibérica.
Sin nombrarlo directamente, pero colándolo en el subtexto, la campaña aludía al cambio climático como argumento para publicitar este espacio natural –si suben las temperaturas no hay que preocuparse: siempre quedará Galicia para refugiarse, venía a sugerir el mensaje– y ponía el dedo sobre una llaga que cada día escuece más al sector turístico español: la crisis climática está empezando a notarse en las decisiones vacacionales y de ocio de la población –la nacional y la extranjera– y todas las previsiones apuntan a que ese efecto va a ser cada vez mayor, lo que va a obligar –está obligando ya– a tomar decisiones para adaptar a ese nuevo escenario a una industria que ha estado asentada en los últimos 70 años sobre dos elementos tan expuestos al clima como son el sol y la playa.
Después del parón de la pandemia, que afectó de manera muy especial a la economía española por su marcada dependencia del turismo, el número de visitantes extranjeros no ha parado de crecer, ni tampoco su aportación a la riqueza nacional. El año pasado llegaron a nuestro país 93,8 millones de turistas que gastaron 126.000 millones de euros, marcando así un nuevo récord histórico que probablemente se verá superado en este ejercicio. Sin embargo, bajo esas cifras empiezan a darse cambios de comportamiento que no están relacionados con el atractivo de los destinos, sino con algo tan volátil, pero tan apremiante últimamente, como el clima.
Parte de guerra
En los últimos tiempos, la población se ha acostumbrado a seguir la información meteorológica como quien asiste a un parte de guerra y a convivir con cotidianeidad con alertas amarillas, naranjas y rojas ocasionadas por fenómenos ambientales extremos como lluvias torrenciales, vientos huracanados y olas de calor sucesivas. Estos factores naturales, que impactan en el día a día de los ciudadanos, tienen también su reflejo, inevitablemente, en sus usos vacacionales y de ocio. Sin ir más lejos, la patronal hotelera valenciana Hosbec achacaba a la dana mortal del otoño pasado y al prolongado episodio de lluvias de comienzos de este año la caída del 10% que habían experimentado las reservas turísticas en la provincia de Valencia en el primer trimestre de 2025.
Un reciente estudio elaborado por la escuela de negocios EAE Business School revelaba que ocho de cada diez turistas reconocen tener hoy en cuenta los efectos del cambio climático a la hora de diseñar sus vacaciones. La estimación coincide con la que aportaba el año pasado el informe ‘Future Travel Trends 2024’ que realiza la firma hotelera Marriot entre sus clientes europeos: el 75% de los alemanes confesaban que tienen muy presentes las olas de calor a la hora de hacer sus reservas.
Ola de Calor en Barcelona. alrededores de la sagrada familia / MANU MITRU
«El tema nos ocupa y nos preocupa. No tanto por lo que estemos notando ahora como por lo que prevemos que vendrá. El cambio climático es una realidad que afecta a todos y sería poco sensato que no nos preparáramos», reconoce José Manuel Lastra, vicepresidente de la Confederación Española de Agencias de Viajes (CEAV), donde ya funciona una ‘comisión de sostenibilidad’ para analizar la relación entre los usos turísticos y el cambio climático.
Su sector vive tiempos de bonanza, pero sus asociados han detectado en los últimos años un revelador patrón de comportamiento entre sus clientes: «Cuando llega una ola de calor, la demanda de destinos más frescos, como la cornisa Cantábrica en España, o Escocia, Irlanda y Escandinavia en Europa, se dispara en detrimento de otros más cálidos. No hablamos de una fuga de turistas, pero sí de un cambio de comportamiento en función de la temperatura», señala.
La plataforma de viajes eDreams llegó a monitorizar este fenómeno durante la ola de calor del verano de 2023: en aquellos días, el interés de los españoles por los vuelos hacia Reino Unido se disparó un 75%, las búsquedas de hoteles en Suecia crecieron un 45% y las de Dinamarca lo hicieron un 97%.
«Encontramos un claro patrón sur-norte en los cambios de la demanda turística, donde las regiones del norte se benefician del cambio climático y las del sur se enfrentan a reducciones significativas», revela un estudio de la Comisión Europea
En los últimos años se han multiplicado los estudios que proyectan el impacto que puede tener el cambio climático en el turismo en décadas venideras. El más revelador, por la fiabilidad de su autoría, lo publicó la Comisión Europea en 2023, y entre sus conclusiones advierte: «Encontramos un claro patrón sur-norte en los cambios de la demanda turística, donde las regiones del norte se benefician del cambio climático y las del sur se enfrentan a reducciones significativas. Ese patrón es más agudo en escenarios de calentamiento más altos». Para una subida de 4º de temperatura media, los autores del informe prevén una reducción de casi el 10% del interés turístico hacia las regiones mediterráneas y un aumento del 14% hacia las británicas y escandinavas.
Un estudio del BBVA publicado el pasado mes de septiembre hacía una proyección similar para finales de este siglo si el calentamiento sigue al ritmo actual. La agencia de calificación Moody’s, que procura ir siempre varios pasos por delante de la economía real, advertía recientemente en un informe que las olas de calor pueden «reducir el atractivo del sur de Europa como destino turístico a largo plazo».

Turistas se toman fotos en los aledaños de la Catedral de Sevilla este jueves. / Raul Caro/EFE
¿La gallina de los huevos de oro de la economía nacional corre peligro de griparse? «España tiene la ventaja de disfrutar de una gran variedad geográfica y el norte puede compensar la merma de atractivo que pueda sufrir el sur por la subida de las temperaturas, pero dudo que los turistas extranjeros dejen de visitarnos por el cambio climático. Otros países lo tienen peor que nosotros», razona Jorge Marichal, presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos (CEHAT), que apunta a la «diversificación de la oferta turística» como colchón para amortiguar los cambios de costumbres que pueda imponer la crisis climática. «España ya no es solo sol y playa. Están sus ciudades, su cultura, su gastronomía, sus montañas… Y cada vez nos visitan más turistas asiáticos y norteamericanos que buscan eso, precisamente», advierte José Manuel Lastra.
Desestacionalización
El calentamiento global no solo dispara las temperaturas en verano, también las suaviza el resto del año, y este efecto se deja notar ya en los usos turísticos, que están tendiendo, cada vez más, a desestacionalizarse. Una investigación del Banco de España midió ese fenómeno en la temporada 2022-2023 y observó que las pernoctaciones de turistas extranjeros en nuestro país habían crecido entre el 10% y el 25% en los meses de otoño e invierno respecto los índices previos a la pandemia. En cambio, en verano solo había aumentado un 1%.
En ese informe, la institución bancaria se hacía eco de la movilidad geográfica que empieza a manifestar el patrón turístico en España y destacaba aumentos de pernoctaciones hoteleras de más del 26% en las comunidades cantábricas, Navarra y La Rioja, frente a un estancamiento en Canarias, Baleares y Andalucía tras comparar las cifras de 2023 con las de 2019.
«El norte tiene margen de crecimiento frente al sur, que está muy desarrollado, y puede que muchos turistas europeos que antes venían a España se queden en el futuro en Francia o en el norte de Italia si las temperaturas siguen subiendo, pero el Cantábrico nunca será el nuevo Mediterráneo», pronostica Jorge Olcina, geógrafo de la Universidad de Alicante especializado en el estudio de la influencia del clima en los usos turísticos, que añade esta advertencia: «El cambio climático es una realidad incuestionable y el sector del turismo tiene que aplicar cuanto antes medidas para adaptarse a este nuevo escenario».

la ola de calor llega a Catalunya / ALFREDO CASAS
«Adaptación» es el mantra que circula entre las entidades y los profesionales de la industria turística cuando se nombra la crisis climática. «Hace años era impensable poner piscinas debajo de árboles, pero hoy los hoteles se diseñan pensando en las zonas de sombra, el aislamiento térmico y los refugios climáticos. Debemos adaptarnos y ofrecer al turista el confort que el clima está quitándonos», advierte Jorge Marichal, de la patronal hotelera.
«Hasta ahora, ese esfuerzo lo ha venido haciendo principalmente la empresa privada, pero el sector público debería implicarse también para adaptar las ciudades al cambio climático», apunta Jorge Olcina, que destaca la «escasísima» red de refugios climáticos que con que cuenta nuestro país: «Apenas hay 2.100, y de ellos 500 se concentran en Barcelona, debería haber muchos más», advierte, y pone como ejemplo de buena práctica turística a Benidorm, que ha llenado sus calles de árboles y fuentes y se promociona como ciudad adaptada al cambio climático. «La crisis medioambiental es un reto para el turismo en España, pero si se hace bien puede convertirse en una oportunidad», señala el experto. Al final, la idea de la «Galicia, refugio climático» de la Xunta no iba desencaminada.
Suscríbete para seguir leyendo