Irene Paredes ya lo ha vivido (casi) todo. Las derrotas dolorosas, los muros institucionales, las injusticias. Pero también ha vivido la resistencia, las revoluciones y la gloria. Ahora, a sus 33 años, está a las puertas de vivir lo que nunca antes había podido imaginar de verdad: disputar una final de Eurocopa. Y hacerlo como capitana, como líder de un equipo que ha encontrado en ella un faro sereno y firme en medio del ruido.
“No es presión, es una oportunidad para seguir haciendo historia”, repitió con voz firme desde Basilea, en la rueda de prensa previa al duelo contra Inglaterra. Y cuando lo dice ella, pesa. Porque habla desde el camino recorrido, no desde el deseo. Hace un año, tras los Juegos Olímpicos, Tomé no la llamó durante las primeras convocatorias. Pero ella, fiel a su estilo, volvió en silencio, habló con fútbol, hizo su mejor temporada y convenció a la seleccionadora con actitud, rendimiento y compromiso.
Durante el torneo, ha sido una de las mejores centrales de la Eurocopa. Ha liderado en el campo y fuera de él. Ha corregido, ha guiado, ha animado. Y ha mantenido una mirada llena de paz interior, como quien sabe que ha tenido que luchar mucho para llegar hasta aquí, y que ahora toca disfrutarlo.
Una final para ganar y disfrutar
“No sé si es el torneo que más he disfrutado, pero ahora te diría que sí. Este equipo me ha gustado mucho. Hay madurez, hay variedad, y lo he disfrutado con todas”, explicó. No es una frase vacía: ella ha vivido vestuarios divididos, concentraciones tensas y decisiones difíciles. Y ahora, en cambio, lidera un grupo unido, que se mira a los ojos, que celebra cada logro colectivo como una pequeña victoria personal.
En la semifinal contra Alemania, volvió a aparecer la Irene que nunca falla. La que ordena, anticipa, aguanta, protege. Pero también la que celebra los goles de sus compañeras, como el de Aitana, como si fueran propios, la que abraza a Cata Coll como si aquel doble milagro del minuto 94 fuera una redención compartida.
Un legado eterno
Cuando le preguntan por Inglaterra, responde con respeto y claridad: “Es una de las mejores selecciones del mundo y lo han hecho muy bien en los últimos años”. Pero cuando habla de España, se le nota una luz diferente en los ojos. Como si supiera que, pase lo que pase, esta final es el premio a una carrera de resistencia, a no rendirse jamás. A haber sabido decir “basta” cuando hizo falta, y también a haber sabido volver cuando cambiaron las cosas.
La final de Basilea es mucho más que un partido. Es el momento que cierra un círculo para Irene Paredes. De la frustración de 2013 y 2017, al sueño real de 2025. De la futbolista discreta que empezó en la Real Sociedad, a la capitana que -aunque entonces sin brazalete- levantó una Copa del Mundo. «Con la victoria en ese momento se derribaron un montón de muros. Somos todavía más referentes para muchos niños y niñas. Lo importante es seguir el legado y que crezca el respeto por el deporte femenino». Ahora, la Eurocopa es la última cima que le queda. Y llega con todo lo que no sale en las estadísticas, pero que gana finales: oficio, coraje y liderazgo. Este domingo, cuando salga por el túnel, no caminará solo una futbolista. Caminará una historia. La de una mujer que ha estado en las trincheras y que merece disfrutar de la gloria