El accidente de Andreu Bautista, sucedió en julio de 2021. «Pospandemia», resume para situarse. Ganas de divertirse, de sortear tanto encierro. Bautista, 37 años entonces, estaba de vacaciones con su familia en un hotel de Lloret de Mar (Girona). Allí, en un tobogán acuático, en apenas un instante, llegó lo que uno nunca piensa que va a pasar. Quería lanzarse al agua y se golpeó con una barra de hierro que había en lo alto del tobogán. «Me impulsé con tanta fuerza que hice una hiperextensión en el cuello», recuerda. Fue consciente de que se había hecho mucho daño. «En aquel momento ya dejé de tener movilidad en brazos y piernas», rememora cuando relata cómo acabó con una lesión medular.
Una lesión incompleta aclara. Esta se produce cuando la médula espinal solo está parcialmente dañada. Significa que cierta comunicación entre el cerebro y el cuerpo permanece intacta, lo que da lugar a distintos grados de movimiento y sensibilidad por debajo del lugar de la lesión. Andreu, no va en silla de ruedas, pero tiene muchas limitaciones. «Estoy aprendiendo a vivir con ellas. No puedo andar distancias largas, tengo dolor neuropático y la psicomotricidad fina de las manos la he perdido. Si, por ejemplo, cojo un papel con los dedos y quiero llevarlo al salón, si no voy mirando que lo llevo cogido, igual llego y no tengo el papel«.
Un accidente fortuito
Vuelve al julio en el que sucedió todo. A aquellos días de vacaciones con sus hijos y la familia de su pareja, llegados desde Galicia. Confiesa Andreu, que vive en Les Masies de Voltregà, un pequeño pueblo cerca de Vic, que él no es fanático de las atracciones acuáticas, pero el objetivo era estar juntos y pasarlo bien. «Con mi cuñada, subimos a un tobogán (en el hotel) de estos que vas con una colchoneta, que te tiras como de cabeza y en estas que no resbalo lo suficiente como para bajar. Vuelvo a subir y le pregunto al socorrista y me da las indicaciones. Me explicó: ‘Impúlsate y verás que puedes'».
«Bajaba el tobogán y mi cabeza quería hacer una cosa, pero mi cuerpo no reaccionaba», recuerda Andreu
Andreu lo hizo. Pero, con tan mala suerte que, cuando quería lanzarse al agua, se golpeó con la barra de hierro que había encima del tobogán. Al momento, sintió que no tenía movilidad. No perdió el conocimiento en ningún momento. «Bajaba el tobogán y mi cabeza quería hacer una cosa pero mi cuerpo no reaccionaba. Mi cuñada, al ver que no me movía, me dio la vuelta y le dije: ‘Ya puedes llamar a una ambulancia’. Pensé que me había quedado tetrapléjico. Sabía que era una lesión muy grave», relata.
Una nueva vida
Lo trasladaron de urgencia, en helicóptero, primero a Girona. Al ver que se trataba de una lesión medular, le subieron a otro helicóptero y le llevaron al Vall d’Hebrón, en Barcelona, referente para toda Catalunya y Andorra. El hombre estaba muy grave. Aunque, afortunadamente, su lesión no era completa. Allí le operaron y estuvo ingresado cuatro meses y medio. Aprovecha para agradecer a los profesionales del hospital cómo le atendieron, cómo le acompañaron en esos días. Fundamental para salir adelante, asegura el también vocal de la Federación Nacional ASPAYM (Asociación de Personas con Lesión Medular y otras Discapacidades Físicas) en Catalunya.
Porque fue duro, rememora. «Tuve un problema de deglución debido a la inflamación que tenía en la glotis. No era capaz de ingerir alimentos. Estuve con una sonda nasogástrica -cada cuatro horas le pasaban los nutrientes que necesitaba- y luego empecé con tratamiento de logopedia para aprender a comer otra vez». En aquellos meses, de 80 kilos que pesaba, perdió 20. «Todo de masa muscular. Yo era un apasionado del deporte, y claro, pues estar en cama sin moverte, pues te puedes imaginar», evoca.
Hacia adelante
Superados los contratiempos, al paciente le derivaron al Instituto Guttmann de Neurorehabilitación, en Badalona. Estuvo ingresado dos meses. Durante otros tres, iba de forma ambulatoria. «Me venía a buscar una ambulancia a las seis de la mañana y me llevaban de vuelta a casa a las cinco de la tarde», cuenta. A día de hoy, ahora hace algo más de cuatro años de aquel fatídico 8 de julio, sigue con su rehabilitación. Cada día va un poco mejor. Hace el deporte que puede -y su cuerpo le permite-, para mantenerse en forma.
La parte psicológica, admite, es lo que más le está costando. «El comprender que no va a ser como antes. Tienes mucho, pero la cabeza juega malas pasadas y a veces piensas que es poco. Yo era un tío de monte, muy amante de la naturaleza… «. Pero ha tenido mucha suerte. El apoyo de su pareja, de sus padres, de sus amigos, ha sido vital para él.
Accidentes evitables
Con el tiempo, Andreu ha reconocido que lo suyo fue un accidente fortuito -llegó a pensar en denunciar al hotel, pero lo descartó-; cosas que pasan. Hay otras, dice, que se pueden controlar. Por eso, se ha brindado a ofrecer charlas para concienciar a los jóvenes de los institutos sobre el peligro de las zambullidas, o el ojo que hay que tener con los accidentes acuáticos.
«De joven, yo mismo había hecho, por ejemplo, barranquismo y no me había tirado de 30 metros, pero sí que había ido al mar o al río o a alguna poza. No era un alocado pero ibas allí, con los colegas y te animabas. Pero, ahora, echo la vista atrás y veo lo que me ha pasado y lo que le puede suceder y me pone la piel de gallina», dice.
Imagen de un socorrista trabajando en una playa. / EP
Además, tanto cuando estuvo ingresado en el Vall d’Hebrón como en el Guttmann, de sus compañeros, al menos cinco, se habían hecho una lesión medular relacionada con las zambullidas. Por eso, enfatiza, si tiene delante a uno de esos jóvenes influencer que recorren Europa protagonizando temerarias zambullidas para compartir sus saltos en redes, les diría «que se pasen por la cafetería del hospital y a ver si así, viendo a la quien hay allí y ha padecido una lesión por zambullida, ven si vale la pena jugarse la vida«.
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