Mar adentro, las patrulleras policiales que persiguen el narcotráfico han de llevar a agentes armados, botiquín, lanchas de arriado rápido y navegación veloz para los abordajes… Solo de un tiempo a esta parte también conviene llevar mangueras y cañones de agua no solo por propia seguridad, también para apagarles a los delincuentes sus incendios en medio del océano.
La última vez que ha ocurrido fue el pasado 4 de julio en aguas a 50 millas de Tenerife. Había muy mala mar. Los dos ocupantes de un narcovelero, un francés y un holandés, vieron aproximarse al barco patrullero Sacre de Vigilancia Aduanera, la policía de Hacienda, y reaccionaron prendiéndole fuego a la carga de cocaína que llevaban en el vientre de su embarcación. Inmediatamente, una columna de humo negro agitada por el viento se adueñó de la cubierta. El fuego llegó a ser tan incontrolable que uno de los tripulantes tendría que ser después evacuado en helicóptero, gravemente quemado.
En el Sacre solo llevan mangueras y una lancha semirrígida de asalto de 5,7 metros. Es peligroso acercarse a un barco en llamas con tan poca defensa. Además, los vigilantes aduaneros no disponen de su buque de referencia en Canarias, el Cóndor, sometido a una larga reparación, según fuentes de ese cuerpo policial, por falta de un adecuado mantenimiento. No podían hacer más que esperar a la llegada de otro patrullero que venía detrás, el buque de operaciones especiales Petrel, del mismo servicio, que dispone de cañones de agua para lanzar contra el fuego.
Ardió la mayoría del cargamento, puede que media tonelada, pero se salvaron 25 kilos, suficientes para procesar a los dos peones narcos que se estaban encargando del transporte de la droga hacia Europa. Al fin y al cabo, en estos juicios, más que la cantidad importa la agravante de pertenencia a organización criminal.
El incendio en el narcovelero lo acabó mandando a pique. Y esa es una de las tretas del narcotráfico. Para las mafias de la travesía del Atlántico trae más a cuenta destruir la carga, provocar el naufragio y obligar a la Guardia Civil o a la Vigilancia Aduanera al rescate de los tripulantes. Tanto como intentar evitar el castigo penal, los peones del narcotráfico buscan un objetivo que tiene su importancia: poder probar a sus jefes que no se han quedado con la droga que no ha llegado a destino.
Naufragar a propósito
Estas hazañas de los narcos escuecen mucho a los vigilantes aduaneros. Y no tanto por la frustración como por la melancolía: uno de sus compañeros, Carlos Esquembri, perdió la vida abordando un barco al que los traficantes habían prendido fuego. Fue el 18 de marzo de 2023, y en el colectivo llevan grabada esa fecha.
Es rápida la ejecución del truco. Al aparecer la patrulla policial, si no ven posibilidades de huida, los narcos tienen dos opciones: abrir las válvulas de inundación y hundir su barco o prender los fardos de cocaína con algún líquido inflamable, o con el propio combustible del velero, a veces con garrafas preparadas al efecto entre la carga.
“Hace 20 años, los narcos llevaban la cocaína en jaulas. Cuando nos veían aparecer las lastraban y las tiraban al mar, pero esa es una maniobra más lenta y menos efectiva que prenderles fuego”, comenta un veterano de la Agencia Tributaria.
“Saben que les vamos a rescatar si quedan tirados en el agua”, comenta un policía de Hacienda. Es una treta propia de la ruta de la droga por el Atlántico. En el Estrecho es diferente porque también es diferente la carga y el medio de transporte. A los tripulantes de las lanchas rápidas del cannabis, mientras prolongan la persecución policial, les vale desembarazarse de los fardos de droga arrojándolos al mar, porque el hachís no flota y la carga se hunde rápidamente. Pero eso no ocurre con los paquetes de cocaína.
“Hace 20 años, los narcos llevaban la cocaína en jaulas. Cuando nos veían aparecer, las lastraban y las arrojaban al mar, pero esa es una maniobra más lenta y menos efectiva que prenderles fuego”, comenta un veterano de la Agencia Tributaria en la lucha contra el narcotráfico.
Además, “ahí el problema era para los malos”. Si no había intercepción no se publicaba en ningún sitio. Y si no se publica, los marineros no tienen forma de demostrarle al capataz de la banda que no han sufrido un vuelco (robo de droga por otra organización mafiosa) o no se han quedado la coca. Y en este negocio la suspicacia es moneda corriente, y de muy alto valor.
Teléfonos al agua
Abrir las válvulas e inundar el barco tiene tanto peligro como quemarlo. En Senegal, hace dos años, los narcos hundieron un gran alijo de coca y su buque… con cinco guardas marítimos senegaleses a bordo. Se ahogaron todos.
Y cuando se trata de fuego… “Una vez que han prendido los fardos de cocaína, que suele ser con garrafas de gasoil, es dificilísimo apagarlos”, relata una de las fuentes consultadas.
Como la narcoembarcación tiene muchas posibilidades de ser destruida, los narcos compran a veces viejos paquebotes para sus cargas grandes. Tal fue el destino del viejo remolcador Cyclop. La Vigilancia Aduanera lo siguió desde Galicia y lo interceptó al norte de las Canarias. Llevaba 15.000 kilos de hachís desde Holanda hacia alguna zona de descarga en la costa subsahariana, presumiblemente para cambiarlo por cocaína recalada allí desde América.
Dos años después de su incautación salió a subasta… y se lo quedó otra mafia del narcotráfico.
Narcovelero Amaalta a medio hundir por sus tripulantes en septiembre de 2020. La imagen es de un monitor de Vigilancia Aduanera. / El Periódico
En las huidas no solo van droga y barco al fondo del mar. Los narcos se deshacen de papeles en los que hayan podido anotar contactos y destinos. Últimamente los usan mucho, porque es más seguro para ellos destruir un papel, sin haber dejado rastro de comunicaciones por mensajería móvil.
Los teléfonos, por supuesto, también van al agua. Incluso los móviles satelitales -y los navegadores GPS de mano, que llevan grabada la travesía-, que ahora, en vano intento de hacer más difíciles las escuchas, tratan de llevar conectados a la constelación de satélites Starlink de Elon Musk, la misma que utilizan los soldados en la guerra de Ucrania.
Sin resistencia armada
Menudean las persecuciones de narcos en aguas del Atlántico con episodios de salvamento. Pueden ser ya cuatro al año. De ahí que los vigilantes aduaneros prefieran los barcos grandes, que puedan llevar detenidos a bordo en camarotes-calabozo dispuestos para ello. Si no, tocará remolcar o esperar rescate.
Los veleros de los narcos llevan entre dos y cuatro tripulantes. De ellos uno es el piloto, y otro suele ser un enviado de la organización compradora, que vigila en la travesía que no le escamoteen la carga.
Aunque pueden ir armados, los tripulantes de las rutas atlánticas de la droga de momento no están comportándose con la violencia de los lancheros del Estrecho de Gibraltar. “Sorprendidos en alta mar, no tienen dónde ir, dónde esconderse. Y si disparan, su delito será aún mayor -explica la más veterana de las fuentes policiales consultadas-. Les basta con cumplir la orden que traen desde que zarparon: si les pillan, hundir el barco”.
Es raro que los narcoveleros hagan la travesía entera desde América del Sur hasta África o Europa. Amarrados en Canarias o Marruecos, salen a alta mar a recibir droga transbordada desde un pesquero o buque mercante, base distribuidora.
El fuego es, a la postre, el destino para la droga que los agentes han salvado primero de las llamas. Una vez que ya no sirve como prueba en el proceso judicial y el juez decide su destrucción, se le busca una incineradora. En el caso de Canarias, gran zona de interceptación, antes se llevaba a quemar al área militar de La Isleta, no lejos de Las Palmas. Ahora la cocaína incautada hace su última travesía en barco a la península, donde le esperan una serie de mataderos contratados por el Estado por contar con incineradoras potentes.
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