Solo a un genio de la demoscopia con asiento en la consejería de Medio Rural se le ocurriría celebrar unas elecciones agrarias en julio, cuando los votantes están a la hierba. Lo cual explicaría la baja participación en los comicios del campo. Pero no es el laboreo la causa única de la elevada abstención: también el hastío de un sector que se siente abandonado, y mal representado, por las organizaciones sindicales y por la administración asturiana.
Que las elecciones las haya ganado con solvencia la organización agraria más reciente y con planteamientos más radicales -algunos aplaudidos incluso desde la extrema derecha- pone de manifiesto el desenganche de las siglas históricas. Una realidad cambiante exige nombres nuevos y enterrar viejos hábitos.
UCA fue la segunda organización más votada, pero el varapalo para el sindicato es como un jarro de leche fría sobre la cabeza de sus dirigentes, que lejos de hacer autocrítica, se dan satisfechos con la medalla de plata después de haber recibido en la final una goleada de escándalo. ¿Cómo van a votar los ganaderos al sindicato filosocialista, si el PSOE asturiano defiende lo mismo y lo contrario sobre la protección del lobo?
La FSA ha descuidado el granero de votos agrario, ha desatendido el gallinero y ha llegado el raposo a hacerle un boquete en el silo y a merendarse una tortilla con los huevos recolectados. Tras perder señaladas alcaldías del Occidente, los socialistas acaban de descarriar buena parte de su influencia en el campo. Recogen lo que han cultivado. Y el consejero con vínculo familiar con los perdedores, se queda tan Pachón… Perdón, tan pancho.
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