“Ni hablar. Los Pirineos son una región salvaje. Apenas hay carreteras y suelen quedar sepultadas por corrimientos de tierras y por aludes. Seguiremos buscando por los Alpes”.
A comienzos de 1910, Henri Desgrange, patrón del Tour y director del diario ‘L’Auto’, se reunió con sus colaboradores para buscar nuevas rutas. De montaña, concretamente. Desgrange, que había trabajado como publicista, sabía que las etapas de montaña traían épica, y la épica vendía periódicos.
Uno de los periodistas de ‘L’Auto’, Alphonse Steinès, le propuso aventurarse en las montañas pirenaicas.
Steinès no era un novato: se llamaba en realidad Johan Stenges y era de Luxemburgo. Había trabajado en la competencia de ‘L’Auto’, desde donde había impulsado la creación de la Paris-Roubaix.
Steinès, ya a las órdenes de Desgrange, había imaginado sobre un papel una etapa monstruosa, con cinco puertos de montaña: Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Soulor y Aubisque.
Una idea loca
Era una idea loca. Desgrange la rechazó, pero Steinès se puso tan pesado que el patrón le dejó una puerta abierta. Lo explica a la perfección el periodista y escritor Ander Izagirre en ‘Plomo en los bolsillos’, uno de los mejores libros sobre el Tour de Francia publicados en España: Desgrange le dijo a Steinès: “de acuerdo, pero si no eres capaz de subir en coche esos puertos, olvídate”.
Antes incluso de viajar a los Pirineos, Steinès publicó sus planes en su periódico. La cordillera era por aquel entonces una región remota, con fama de oscura e intransitable; viejas rutas termales plagadas de contrabandistas y de osos que devoraban ovejas, según la creencia popular.
Llegaron centenares de cartas de protesta. Una de ellas, desde la ciudad de Pau, en el corazón de los Pirineos. «Conozco bien los Pirineos. Es imposible recorrerlos en bicicleta. Si envían a los ciclistas a esas montañas, los estarán enviando a la muerte».
Steinès hace las maletas
Nada intimidó a Steinès. Más bien al contrario. Viajó al sur. Lo primero que hizo fue comer con un ingeniero de caminos y puertos de la zona, un tal Blanchet, lector de su periódico. Cuando Steinès le explicó sus planes, Blanchet fue sincero: “están ustedes al borde de la locura”.
Blanchet le explicó que el Peyresourde y el Aspin eran más o menos transitables. “Pero la carretera del Aubisque es lamentable, está totalmente destrozada. Y el Tourmalet es imposible”.
Una bombilla se encendió en la cabeza de Steinès. ¿Cuánto costaría arreglar la carretera del Aubisque? “En la ruta del Aubisque había agujeros en los que cabía un hombre”, contaría años después.
Aun así, logró contactar con Desgrange. Le arrancó 1.500 francos, una fortuna, para conseguir arreglar la pista que corona el Aubisque. Fue la primera de muchas: desde entonces,el Tour ha sido una ayuda decisiva para mejorar las carreteras francesas.
Alphonse Steinès, el periodista que ‘se inventó’ el Tourmalet / –
«¿Está usted loco?»
Pero, ¿y el Tourmalet? Steinès se instaló al pie del puerto, en Sainte Marie de Campan. Los lugareños le dijeron algo parecido a lo que le había comentado Blanchet. “¿Está usted loco?”
Pero Steinès alquiló un coche con chófer. Era el mes de mayo de 1910 y la nieve cubría el Tourmalet. Se adentró en la montaña, por un camino infernal lleno de socavones. El conductor le advirtió. “Mire las barras de medición de la nieve, señor Steinès. Miden cuatro metros y están casi cubiertas”.
El deshielo provocaba torrentes de agua que complicaban la situación. La nieve lo cubría todo y el chófer se negó a seguir. “Dentro de una hora se hará de noche. Y me han dicho que por esta zona merodean osos”.
Steinès siguió a pie. Avanzó a duras penas, hundiéndose en la nieve con sus zapatos de ciudad. Tuvo la fortuna de encontrarse con un joven, un pastor de ovejas. Le pagó unos francos y le pidió que le guiase hasta la cumbre del Tourmalet.
Una vez allí, a 2.115 metros de altitud, ya noche cerrada, Steinès volvió a sacar la cartera. Ofreció más dinero al pastor para que le bajase por la otra vertiente del puerto hasta Barèges, el primer pueblo del costado de Luz Saint-Sauver.

Henri Desgrange, el gran patrón de los primeros años del Tour / –
Un infierno en la nieve
“No puedo. Si el patrón descubre que he dejado solo al rebaño, me mata”. El pastor no le acompañó, pero le dio un consejo. “Tenga cuidado al bajar. Y baje cuanto antes”.
En plena cumbre, Steinès dudó. “¿Qué hacer? ¿Esperar hasta que me rescatasen? Me hubiese congelado. Detrás de mí hay cuatro kilómetros de nieve y quince de camino hasta Sainte Marie de Campan. Delante, cinco o seis de nieve y siete de sendero, hasta Barèges. Adelante”, explicó años después.

La ruta del Tour de 1910 / –
«¡Mierda para el Tour!»
Steinès emprendió el descenso: de noche, aterido, con los pies destrozados. Sufrió una caída por un barranco y apenas se hizo un rasguño. Esquivó de milagro un alud. Caminaba a ciegas y le entró el pánico. “¡Mierda para el Tour, mierda para el Tour!”, gritaba.
Milagrosamente, oyó un torrente de agua. Aún era de noche, pero sabía que ese torrente llegaba hasta Barèges. Lloró de emoción. Apareció en el pueblo a las cinco de la madrugada, pidiendo auxilio.
Le dieron cobijo y ropa nueva. Se tomó un caldo y pudo descansar. En Barèges ya había corrido la voz de que un periodista parisino se había adentrado en la montaña, en plena noche. Una locura.
«Transitable para ciclistas»
Después de descansar unas horas, Steinès pidió poner un telegrama. El destinatario era su jefe, Henri Desgrange, el patrón del Tour.
“Atravesado Tourmalet. Stop. Ruta en buen estado. Stop. Perfectamente transitable para ciclistas. Saludos Steinès”.
Y el Tour de 1910, efectivamente, llegó a los Pirineos. Al Aubisque, al Peyresourde, al Soulor y al Aspin. Y por supuesto, al Tourmalet.