Mejor no aplaudan – Àlex Volney.
Que desde el otro lado del Teix y no es coña, la otra noche me pusieron un reto, justamente ahora, en este momento: atreverse a escribir un artículo sobre la luna. Lo siento, lo voy a probar pues el mismo día y durante la comida de trabajo hicimos un gran, y vergonzante, descubrimiento. Sí, se dispara la dopamina o eso dicen. Nos vinimos arriba. Un compañero pensaba que recién cumplida tenía una edad cuando realmente ha cumplido un año menos de lo que calculó. Pero lo más curioso y patético del caso es que entramos en bucle y al corregirlo me di cuenta que servidor también acaba de ganar un año por la jeta, sí, los de la cosecha del 69 tenemos muy fácil confundirnos y además mis mayores, los que ya no están, siempre me recordaban que nunca olvidase que cuando estaban esperando a que llegase, en ese mismo día, «en la calle Oms toda tu familia estaba delante de la tele esperando que el hombre pisase la luna». Sí, ya voy entrando de lleno. «No lo olvides nunca me decía Margot» pero aquí y ahora lo mejor de todo es que acabo de ganar un año y pasé este último pensando lo contrario y encima parece ser que no soy el único. Con mi amigo Miquel «de sa muntanya» hemos coincidido en el mismo error, parece ser que no somos pocos los que no regimos nuestras vidas por las matemáticas, afortunadamente. Pues saben… este que no cuente. Debería avergonzarme y no… aquí estamos avanzando con lo puesto en un pequeño e íntimo reto. Está muy claro que en los setentas y ochentas los profes de mates eran bastante agresivos, así está la peña de relajada a la hora de contar que ni con los dedos.
Unos ojos azules únicos me piden que lo pruebe, creo que únicos en el mundo, benditos y realmente llenos de luz. Pues sí…vaya, estos de las letras como matemáticos sois muy patéticos, pero un año de regalo eso hay que celebrarlo, quizás cada doce lunas.
«Enamorados de Varsovia… brillan los fusiles…» no es broma, me retó la misma persona que llegó como un viento helado…y era el principio del verano. Desde la ventana de mi cocina se puede ver la más bella puesta de luna y no permito a nadie esos malditos aplausos, todo en escrupuloso silencio acompasado por el autillo, nuestro mussol, que repite cada cuatro segundos aquello de que «todo va a ir bien». En silencio el satélite se va posando en ese falso nido que aparenta Sa Gubía antes de adentrarse en el mar sobre un horizonte en una línea inalcanzable por inexistente. Dios con el palo, la cuerda…y la zanahoria y tú estás allí de pie, esperando.
Mi esencia es agua pero en tu playa no hay nadie, todo está muy recogido y la calma es absoluta, extremada. Pequeños veleros fondeados, la luz matiza una superficie plomiza sobre un azul que va perdiendo el color en tus manos, como si las imágenes virasen a blanco y negro. Unos párpados con sus suaves pestañas oscilan de arriba a abajo en una expresión que lo puede llegar a decir todo sin una sola palabra. Silencio. No debe faltar mucho para que salga. El mar lame la orilla suavemente como las potras más jóvenes lamen la hierba fresca justo antes de comérsela. Silencio. El mar y esos ojos mirándote desde arriba.
Y en medio de la oscuridad un destello de luz, vaya… ahí está el móvil: Hola.
¿Cómo estás? ¿Cómo está la luna hoy? En este chat no se aprecia muy bien si es exactamente lo que quiere expresar o lleva una segunda intención, algo así como
¿Cómo está el panorama hoy en tu cabeza? Ante esa pregunta que te haces y bajo los influjos de tu luna, la que pediste, oigo una voz. Alguien susurra sin estar ahí pero como una auténtica caricia para el oído: «Estás en Mallorca: Relájate, baby…!».