Decía el Génesis aquello de que «te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado, porque polvo eres y al polvo volverás». Sirva cualquiera de las referencias de la cita bíblica para aplicarlas a este Tour; mucho más desde que la carrera se encuentra en la cordillera de los Pirineos.
Los ciclistas se ganan el pan con el sudor de la frente y la fortaleza de las piernas. A ambas condiciones unen la destreza a la hora de mover la bicicleta y el hecho de afrontar los descensos sin temor, dejando aparcado el miedo y tocando lo mínimo posible las manetas para que los discos frenen las ruedas cuando sea imprescindible. Y todos ellos ruedan por los Pirineos convencidos de que el año que viene regresarán a la tierra de la ronda francesa por los mismos montes, o parecidos, en un menú de etapas todavía desconocido, más allá de que la prueba saldrá de Barcelona, hará escala en Tarragona y Granollers y desde esta última ciudad buscará el camino hacia Francia, desde la frontera entre Puigcerdà y Bourg Madame.
Polvo en el cuerpo
Polvo es el que se tragan en cada etapa, aunque rueden sobre asfalto, porque el viento deja su particular huella en la piel ayudado por el sudor de la frente, un polvo que se engancha a la piel, corredores que transpiran bajo un infierno de calor, porque subir a Hautacam, como ocurrió este jueves, a un promedio de 25 grados de temperatura es para dejar hasta el último aliento y hasta para decidir romper la promesa de regresar el año que viene a la tierra que da vida a la mejor carrera ciclista del mundo y la que más pasiones levanta.
Ser corredor no es un oficio sencillo. La oficina está en una carretera que casi cada día se convierte en una selva, conductores que consideran a los ciclistas como una especie de bichos invasores que molestan y a los que hay que quitar de en medio. Y, a diferencia de otras disciplinas, nunca juegas en casa, siempre lejos del lugar de residencia. Un ciclista se pasa un promedio de 65 noches fuera de casa, aunque hace una treintena de años la cifra podía alcanzar el centenar de días de competición.
Sin vestuarios
Los vestuarios, donde refrescarse y asearse, no están en los túneles de los estadios, sino al fondo del autobús, unas pequeñas duchas donde sacarse toda la porquería acumulada en el cuerpo después de pasarse cuatro horas pedaleando; el cambio de ropa, sentarse en el vehículo y a esperar que el chófer arranque el motor cuando la gendarmería abra la carretera para el desalojo de los equipos.
Entonces llegará al hotel, esperará turno para el masaje, el olor a linimento no ha variado, aunque se usen cremas más sofisticadas, propias de algún spa de lujo, y luego llegará la señal para que todos vayan bajando a la cena.
A cenar en el parking
El ágape ya no se toma en los salones de los hoteles, sino en los furgones que llevan todos los equipos. Los corredores bajan hacia el parking y se reúnen en una mesa rectangular con los auxiliares convertidos en camareros que les van sirviendo los platos que ha preparado la cocinera o cocinero que todas las escuadras tienen en nómina.
Antes se formaban largas colas junto a las cabinas instaladas a las puertas de los hoteles. Llamar a casa desde la habitación del hotel podía suponer hace 30 años el peaje de un día de premios en el Tour. A la puerta de la cabina se formaba una cola, no exenta de pitos o protestas cuando algún corredor se pasaba más tiempo del previsto hablando con su pareja.
La hora de dormir
Eso tampoco lo han vivido los ciclistas de ahora que han crecido con las redes sociales y los teléfonos inteligentes. La vídeo llamada para ver al bebé y reírle alguna gracia se produce en la intimidad de la habitación o en la soledad de algún sofá en el pasillo del hotel.
Por la noche se hace el silencio, se apagan móviles y ordenadores, se detiene la serie o película que se está viendo. El cansancio obliga a cerrar los ojos porque está prohibido pensar en la etapa que llegará con el amanecer y en aquello de que «polvo eres y en polvo te convertirás». O que el día siguiente todavía será más duro que el superado. De lo contrario, más de uno no llegaba a París… ni en sueños.
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