El deporte se ha erigido como el gran sistema de creencias de nuestro tiempo, un refugio donde la mente encuentra propósito, identidad y comunidad con una fuerza comparable a la de la fe religiosa.
En todo el planeta, desde los estadios de fútbol que hierven en Brasil hasta las canchas de baloncesto que vibran en Estados Unidos, se repite un ritual sagrado. Miles de millones de personas no solo observan, sino que viven el deporte con una devoción que trasciende el mero entretenimiento.
Esta pasión universal, que atraviesa culturas, generaciones e idiomas, no es un simple pasatiempo, sino la manifestación de una de las necesidades más profundas de la psique humana: la necesidad de creer. El libro The Psychology of Sports Fans argumenta que el cerebro no ha cambiado, pero sí lo han hecho sus templos, según el autor de esta obra, Aaron CT Smith, profesor de Administración en la Escuela de Negocios de la Universidad de Newcastle, y profesor asociado de Negocios Deportivos e Innovación en el Instituto de Negocios Deportivos de la Universidad de Loughborough, Londres, Reino Unido.
La mente humana: un motor diseñado para la creencia
Smith explica que, para comprender el poder del deporte, primero hay que entender que la mente humana es un motor evolutivo diseñado para forjar creencias. A lo largo de la historia, nuestra supervivencia como especie no dependió solo de la fuerza física, sino de la capacidad para crear lazos sociales, cooperar y dar sentido a un mundo complejo y, a menudo, hostil.
Las creencias —en dioses, en mitos, en la tribu— fueron el pegamento que unió a las primeras comunidades. Hoy, esa misma arquitectura mental, ese anhelo innato por la convicción, sigue intacto. El deporte ha surgido en todas las sociedades como el campo de cultivo perfecto para esta necesidad, ofreciendo un sistema completo de símbolos, rituales y narrativas que llenan un vacío existencial, según Smith.
La analogía con la religión no es una simple metáfora. La forma en que el cerebro procesa el fanatismo es estructuralmente idéntica a la devoción. En Nueva Zelanda, el rugby no es solo un deporte; los All Blacks son la encarnación del orgullo y el carácter de una nación entera. En la India, el críquet funciona como una fuerza unificadora que trasciende las divisiones de casta y religión, creando una identidad nacional compartida, señala Smith en su libro. Estos fenómenos revelan que el cerebro busca instintivamente sistemas que le ofrezcan orden, certidumbre y un sentido de pertenencia.
Los pilares de la devoción: escape, pertenencia e identidad
El magnetismo del deporte se sostiene sobre tres pilares psicológicos que se entrelazan de forma compleja. El primero es la necesidad individual de escape y catarsis. La vida moderna, a menudo monótona y predecible, deja un anhelo de emoción y drama. El deporte ofrece esa inyección de adrenalina: la tensión de un partido reñido, la euforia de una victoria agónica o incluso el dolor compartido de una derrota, sirven como un poderoso mecanismo para gestionar el estrés y las emociones, una forma de purga emocional colectiva.
El segundo pilar es la influencia sociocultural, el poderoso deseo de ser parte de algo más grande que uno mismo. La lealtad a un equipo a menudo se hereda como una tradición familiar, un legado transmitido de padres a hijos. Pero también es una expresión de orgullo cívico o nacional. El fútbol universitario en Estados Unidos, por ejemplo, transforma ciudades enteras en comunidades unidas por una misma identidad, donde los colores del equipo se convierten en la bandera de toda una región.
Sin embargo, la motivación más profunda es el tercer pilar, advierte Smith: la fusión del autoconcepto (la imagen que uno tiene de si mismo) con la identidad del equipo. Esto activa una lealtad «tribal», una versión moderna del instinto que permitió a nuestros ancestros sobrevivir. La afiliación a un club deportivo define quiénes somos, pero, sobre todo, quiénes no somos. La histórica rivalidad entre el Celtic y el Rangers en Escocia, entre Boca Juniors y River Plate en Argentina, o entre el Barça y el Real Madrid en España, no es solo una competición deportiva; es la escenificación de divisiones sociales, culturales e históricas profundas. Ser aficionado es pertenecer a una tribu, con sus propios códigos, su territorio y sus enemigos jurados.
Referencia
The Psychology of Sports Fans. ByAaron C.T. Smith. Routledge, 2025. DOI:https://doi.org/10.4324/9781003587699
La arquitectura de la creencia: la lógica de lo irracional
Ser un verdadero aficionado implica mantener una lealtad que, desde fuera, puede parecer irracional. ¿Cómo se explica que millones de personas sigan apoyando a su equipo a pesar de décadas de fracasos? La respuesta está en la propia naturaleza de la creencia. El autor del libro define a un aficionado como alguien que experimenta una «distorsión cognitiva estable, uniforme e involuntaria en una dirección predecible».
En otras palabras, ser fanático es adoptar voluntariamente un sesgo. No se trata de un defecto, sino de una adaptación psicológica que solidifica la identidad y fortalece los lazos sociales. Esta distorsión se vuelve automática y se normaliza dentro del grupo. Cuando el equipo pierde, la mente del aficionado activa «cortafuegos cognitivos» para proteger su creencia fundamental: la superioridad de su equipo. La culpa se atribuye a factores externos —el árbitro, la mala suerte, las lesiones—, manteniendo intacta la fe en que, finalmente, la justicia prevalecerá y su equipo triunfará.
Esta estructura de creencias se protege a sí misma. Existen «creencias superordinadas» —ideas centrales que no se basan en hechos, sino en un propósito emocional, como «mi equipo encarna la nobleza y el coraje»— que son inmunes a la lógica. Es la emoción la que da a estas creencias su poder. Un aficionado no solo piensa que su equipo es el mejor; lo siente con una certeza visceral que anula cualquier evidencia en contra. Esta conexión emocional es tan fuerte que puede cegar al aficionado ante hechos que contradicen su visión del mundo.
Los rituales —desde la cábala personal antes de un partido hasta los cánticos coreados en el estadio— actúan como «guardianes mentales». No son meras supersticiones, sino la liturgia que refuerza las creencias: fortalece los lazos emocionales y separa el amor sagrado por el juego de cualquier análisis racional que pueda profanarlo.
Según Smith, el cerebro humano, en su búsqueda incesante de significado, no solo disfruta del deporte: lo ha adoptado como una de sus creencias más fervientes y universales. Sin ir más lejos, el Papa León XIV es reconocido en Estados Unidos como un fiel seguidor de los Chicago White Sox de béisbol.