Un estudio sobre 121 especies de primates desmonta la imagen del macho dominante, más grande y fuerte, que impone su voluntad sobre las hembras: el dominio masculino absoluto es una excepción, no la regla.
Durante mucho tiempo, la biología y la primatología asumieron una verdad casi universal: en el mundo de los mamíferos, y especialmente entre los primates, los machos dominan socialmente a las hembras.
Esta idea, arraigada en las primeras observaciones de la naturaleza, pintaba un cuadro de jerarquías rígidas donde la fuerza física masculina era el factor determinante.
Sin embargo, un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) desafía frontalmente esta perspectiva, revelando un panorama de las relaciones de poder entre sexos mucho más complejo, variable y matizado.
La investigación, liderada por Peter M. Kappeler y su equipo, representa uno de los análisis comparativos más amplios realizados hasta la fecha. Los científicos recopilaron y analizaron datos cuantitativos de 253 poblaciones de 121 especies de primates distintas, abarcando desde los lémures de Madagascar hasta los grandes simios. Los resultados no solo cuestionan la idea de un dominio masculino generalizado, sino que también identifican los factores evolutivos clave que inclinan la balanza del poder hacia un sexo u otro.
Un espectro de poder, no una regla fija
El primer hallazgo sorprendente del estudio es que las sociedades de primates donde los machos ganan la práctica totalidad de los enfrentamientos contra las hembras son, en realidad, una rareza. De hecho, en menos del 20% de las poblaciones estudiadas se observa este dominio masculino casi absoluto.
La investigación demuestra que, lejos de ser una norma, el dominio en los primates se distribuye a lo largo de un continuo. En un extremo se encuentran las especies con estricto dominio masculino, en el otro, aquellas con estricto dominio femenino, y en el medio, la gran mayoría (un 70% de las poblaciones) donde las relaciones son más equilibradas y el resultado de un conflicto puede favorecer a cualquiera de los dos sexos, dependiendo del contexto.
Los enfrentamientos entre machos y hembras son comunes, representando casi la mitad de todas las interacciones agresivas observadas. Este dato subraya la importancia de entender estas dinámicas, que habían sido históricamente subestimadas bajo la creencia de que machos y hembras compiten por recursos diferentes (parejas para los machos, alimento para las hembras).
El estudio también confirma una distribución taxonómica interesante: el dominio masculino estricto es más común entre los grandes simios y los monos de África y Asia (catarrinos), mientras que el dominio femenino estricto se encuentra principalmente en los lémures, loris y gálagos (estrepsirrinos). Por último, la ausencia de un sesgo claro o de un dominio moderado caracteriza a la mayoría de los monos de Sudamérica (platirrinos).
Más allá de la fuerza bruta
Para explicar esta variabilidad, los investigadores pusieron a prueba cinco grandes hipótesis. Sus resultados señalan que dos factores son especialmente determinantes para definir quién ostenta el poder: el control sobre la reproducción y la intensidad de la competencia entre las hembras.
Los investigadores consideran que la Hipótesis del Control Reproductivo es el factor con mayor poder explicativo. La idea central es que existe una «carrera armamentística» evolutiva entre los sexos por el control de la reproducción. El estudio observó una fuerte correlación: cuando las hembras tienen un mayor control sobre con quién y cuándo se aparean, tienden a ser socialmente dominantes.
Esto ocurre típicamente en especies monógamas, donde la pareja es estable; en arborícolas, ya que vivir en los árboles ofrece a las hembras más vías de escape para evitar la coacción de los machos, y por último en las especies sexualmente monomórficas, es decir, donde machos y hembras tienen un tamaño corporal similar. En estas especies, las hembras ganan una media del 84% de los conflictos con los machos.
Por el contrario, el dominio masculino prevalece en especies poligínicas (un macho con varias hembras), terrestres (donde es más fácil para los machos controlar a las hembras) y con un marcado dimorfismo sexual, donde los machos son significativamente más grandes y fuertes.
Otras hipótesis
Otra posible explicación es la Hipótesis de la Competencia Femenina: el dominio femenino también surge como subproducto de una intensa competencia entre las propias hembras por recursos o estatus reproductivo. En entornos donde las hembras compiten ferozmente entre sí, seleccionan rasgos que, secundariamente, también les otorgan una ventaja sobre los machos.
Este patrón es común en especies solitarias o que viven en pareja, donde las hembras son muy intolerantes con otras hembras; y en grupos estables donde las hembras compiten activamente por recursos y regulan el número de hembras en el grupo, a menudo mediante expulsiones.
El estudio también descubrió apoyo, aunque más limitado, para otras posibles explicaciones. La «hipótesis de la seguridad de las crías» sugiere que las hembras con crías dependientes y vulnerables pueden evitar conflictos con los machos para no ponerlas en riesgo, cediendo así el dominio. Por otro lado, la «hipótesis del vínculo femenino», que postula que las hembras pueden dominar a los machos formando coaliciones, recibió un apoyo débil. Aunque el dominio femenino es más común en sociedades donde las hembras permanecen en su grupo natal (filopatria femenina), no parece estar directamente ligada a la formación de alianzas para someter a los machos.
Referencia
The evolution of male–female dominance relations in primate societies. Elise Huchard et al. PNAS, July 7, 2025, 122 (28) e2500405122. DOI:https://doi.org/10.1073/pnas.2500405122
Implicaciones para la evolución humana
Estos hallazgos sobre nuestros parientes primates tienen profundas implicaciones para entender los orígenes de los papeles de género y las desigualdades de poder en las sociedades humanas.
El estudio sugiere que el dominio masculino no es un destino biológico ineludible derivado de nuestra herencia primate. Los humanos somos una especie moderadamente dimórfica (dos formas dentro de la misma especie) con sistemas sociales y de apareamiento excepcionalmente flexibles.
Esto hace probable que nuestros antepasados, al igual que muchos de nuestros parientes primates más cercanos como los bonobos, vivieran en sociedades con relaciones de poder más equilibradas o con un sesgo moderado.
La marcada desigualdad de género observada en muchas culturas humanas podría no ser un legado ancestral profundo, sino un fenómeno más reciente, posiblemente surgido con cambios ecológicos y culturales como la transición a la agricultura, sugieren los autores de este trabajo.