Renieguen de los dirigentes que se exhiben en ropa deportiva, sea un chándal tricolor o una gorra roja de beisbol. Por lo general, quienes utilizan estas prendas son mandatarios populistas atacados por el virus del narcisismo. En el caso de Maduro y Trump -el pollino delante, para que no se espante-no solo les une el mal gusto en el vestir: aún en las antípodas ideológicas, ambos son expertos en el manejo torticero de la posverdad. Se trata de dos constructores de mundos paralelos donde los suyos son los buenos y siempre ganan y el enemigo son los otros y siempre acechan. Dos egos aquejados de hipertrofia que dan vueltas y vueltas en un carrusel de himnos y banderas, discursos inflamados y grotesca mercadotecnia.
La diferencia entre ambos es evidente: uno dice lo que piensa y da miedo; el otro no piensa lo que dice y da risa. Trump resulta, por tanto, más peligroso para los intereses de la humanidad que Maduro, ya que dispone de armamento más sofisticado. ¿Qué se puede esperar de un tipo al que le ha volteado el flequillo un tornado, un cobrador del frac que se cobra las deudas con aranceles; un guardia hitleriano que hablita Guantánamos para inmigrantes en territorio infectados de caimanes?
En las olimpiadas de la mentira, Trump se llevaría el oro aun llegando el último. En una carrera de obstáculos, el presidente de los Estados Unidos saltaría con el caballo de Búfalo Bill. En la piscina olímpica, batiría todos los récords: nada por aquí y nada por allá.
Si la estupidez tuviera rostro, llevaría el suyo, con gorra roja.
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