6 de enero de 1945. Un error en el acta de nacimiento le hizo ‘cargar’ durante toda su vida con un año más del que le correspondía. Ahora que ningún regalo del Día de Reyes podrá mitigar su pérdida, desearíamos haber podido compartir con él ese año extra que le fue concedido, con una única condición, eso sí, que no hubiese ni rastro de esas miradas perdidas ni de esas frases a medias que lamentablemente le acompañaron durante sus últimos días.
Porque la historia de Antonio Martínez García es una de tantas que el inmisericorde alzhéimer se encarga de ir borrando poco a poco. No por completo, por supuesto, pues el cariño de su familia y seres queridos la mantendrá viva, amen de estas líneas negro sobre blanco que uno de sus nietos tiene el inmenso orgullo de redactar para dejar bien claro que Antonio Martínez nunca morirá del todo.
Siempre fue el más niño entre los niños en los muchos orfanatos en los que se fue criando
«¿Quién será la puta de su madre para abandonar a una criatura así?». A las monjas de la primera inclusa en la que Antonio Martínez fue llevado les costaba creer que alguien pudiese deshacerse de su hijo, más aún cuando su situación económica no le obligaba a ello. Pero esa fue la realidad. La del más niño entre los niños en los muchos orfanatos en los que se fue criando.
No es de extrañar entonces que sus ansias de libertad fuesen creciendo exponencialmente conforme iba creciendo. Hasta el punto de protagonizar en innumerables ocasiones arriesgadas fugas que siempre terminaban con una desmedida ‘reprimenda’ de la Guardia Civil, y un más duro aún correctivo cuando las puertas del orfanato de turno se volvían a cerrar a sus espaldas.
Tampoco es de extrañar entonces que, en cuanto tuvo la oportunidad de salir de allí por medios ‘legales’, lo hiciese. Los 16 años le permitieron alistarse como voluntario en la mili, donde fue acumulando historias de esas que dejan a un nieto embobado. Destinado al Sahara, las arenas de El Aaiún acabaron tragándose a un pobre camello al que en mitad de la noche confundieron con un enemigo.
Terminada la mili, y aún menor de edad, no tuvo más remedio que volver a sufrir durante algo más de tiempo esa falta de libertad a la que nunca se había terminado de acostumbrar de orfanato en orfanato. Pero la calle le tendría reservada una y de las buenas, y es que la simpatía natural que siempre le ha acompañado le permitió conocer a Fina, quien compartiría con él hasta el fin de sus días.
Fruto de este amor llegarían al mundo Pilar, José Antonio y Miguel Ángel, conformando una familia de cinco que recorrió más de una casa de huerta murciana en busca de un porvenir que finalmente acabó llegando. Y lo hizo en parte porque Antonio Martínez nunca tuvo problema en arremangarse para ganarse el sueldo en lo que fuese menester. Trabajó en la construcción de El Corte Inglés, y allí se colocó más tarde para hacer de la garita de seguridad su rincón particular.
Trabajó en la construcción de El Corte Inglés, donde más tarde ejerció como guardia de seguridad
Disfrutaba como un niño cuando, de la mano de mi abuela y acompañado por mi hermano, nos acercábamos a saludarle en mitad de su turno. Porque fue durante esos ratos cuando comencé a darme cuenta que mi abuelo era simplemente una buena persona. Algo que se dejaba ver en el entorno familiar, pero que se confirmaba en cada una de las buenas palabras que quien ha tenido el placer de conocerle le brinda.
Y ahora que El romance de la loba parda ha quedado huérfano de su más entusiasta recitador, me pregunto si entre majadas, lunas rebajadas y oscuras cañadas has encontrado la paz que en estos últimos años de vida se te resistía.
Suponemos que al fin eres libre. Elegimos creer que la muerte no puede ser tan cruel. No con alguien capaz de atraer y ofrecer tanto amor y cariño.