En pleno verano, cuando los termómetros superan los 40 grados en
la Comunidad de Madrid y la vegetación reseca convierte el terreno
en un polvorín, los incendios forestales se convierten en una
amenaza constante. En ese escenario extremo, el helicóptero W-3A
Sokol, estacionado en la base helitransportada de Valdemorillo, se
convierte en una herramienta clave. Pero lo que sucede en su interior
durante una operación de extinción va mucho más allá de lo que se
ve desde tierra: no se trata solo de volar, cargar agua y soltarla.
Es una maniobra de alta precisión, coordinación y riesgo.
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José, uno de los pilotos con más experiencia en la base, explica
que volar en condiciones de incendio es una de las tareas más
complejas que existen en aviación. “Estamos hablando de
condiciones adversas: temperaturas altísimas, humo denso que impide
la visibilidad y la necesidad de volar muy bajo, casi al nivel de los
árboles”, señala. El helicóptero, que puede transportar hasta 10
bomberos forestales y cargar 1.500 litros de agua, es versátil, pero
su configuración actual está centrada exclusivamente en incendios
forestales.
Apagar un incendio dentro de un helicóptero
La base de Valdemorillo se encuentra estratégicamente ubicada a
unos 38 kilómetros de Madrid, próxima al embalse de Valmayor, en
una zona que permite una rápida respuesta ante los avisos. José
subraya que la clave está en la actuación temprana. “Llegar los
primeros puede evitar que un conato se convierta en un gran incendio.
Por eso, cada segundo cuenta. El helicóptero tiene que estar siempre
listo para despegar en minutos”.
Dentro del helicóptero, el proceso de recogida de agua es
milimétrico. Aunque desde abajo pueda parecer una operación
mecánica, la realidad es mucho más delicada. “Depende del
incendio y de las condiciones, ya tenemos coordenadas de las balsas
de carga. No todos los embalses son utilizables porque algunos están
cruzados por cables eléctricos”, explica. El piloto describe cómo
se realiza la maniobra: simulan un aterrizaje sobre el punto de agua,
sumergen la cesta —el famoso Bambi Bucket—, hacen una primera
prueba para verificar que todo funciona y, si es así, realizan la
carga definitiva y se dirigen a la zona del incendio. Todo ello, en
comunicación constante por radio con el resto de helicópteros para
evitar colisiones. “Vamos en carrusel: uno entra, otro sale. Por
eso es vital decir en qué punto exacto estás en todo momento”.
En situaciones de extrema emergencia, cuando hay vidas en peligro,
pueden llegar a usar piscinas privadas o zonas urbanas para cargar
agua, aunque es una práctica que se evita siempre que sea posible.
“Una piscina puede estar llena de gente, de toallas, objetos… El
riesgo es muy alto. Si no queda más remedio y se causa algún daño,
se registra la coordenada, se repone el agua y se indemniza al
propietario”, asegura José.
“He perdido hasta tres kilos en un día”
En el interior del helicóptero, la coordinación entre el piloto,
el copiloto, el mecánico y la brigada es continua. Todo está
cronometrado. Cada intervención comienza con una llamada desde la
emisora, donde Raquel, la emisorista de la base, activa el protocolo
y comunica las coordenadas exactas. A partir de ahí, el equipo se
moviliza en segundos: los bomberos se equipan, se suben al
helicóptero, y despegan rumbo a las llamas.
Iván, jefe de la brigada helitransportada, subraya el nivel de
exigencia física que supone este trabajo. “Un Bambi puede soltar
más de 1.300 litros de agua a una velocidad de 150 km/h. Si estás
en tierra y esa descarga cae cerca, hay que estar preparado. Estás
bajo un calor de 42 grados, con humo, llamas y un esfuerzo físico
extremo. Yo he llegado a perder tres kilos en un solo día por la
deshidratación”, afirma.
En tierra, los pilotos tienen que evaluar rápidamente dónde
descargar el agua para no poner en riesgo al equipo de brigadistas,
que se enfrenta a condiciones extremas. La precisión es vital. Un
error en la comunicación o en la maniobra puede tener consecuencias
fatales.

Un hidroavión descarga agua sobre un incendio
Volar al límite
Mientras tanto, la rutina en la base no da tregua. Entre
intervención e intervención, el helicóptero debe ser revisado y
puesto a punto. José lo confirma: “Después de cada vuelo, hay que
comprobar todo: mecánica, emisoras, sistemas. Todo tiene que estar
perfecto porque cuando llega el aviso no puedes perder ni un minuto”.
El trabajo dentro del helicóptero durante un incendio forestal es
un engranaje perfecto de personas y tecnología enfrentándose al
fuego desde el aire. No es simplemente llenar una cesta y vaciarla
sobre las llamas. Es volar al límite, en condiciones que ningún
manual de vuelo recomienda, con vidas humanas en juego y con la
presión de saber que, cuanto antes se actúe, mayores son las
posibilidades de contener el incendio. Una labor tan compleja como
vital, que se realiza día tras día, verano tras verano, desde las
alturas de Madrid.