reconquista Madrid con una tormenta de clásicos inmortales

Apareció impoluta, algo tímida. De blanco, con la mirada puesta en el público. Como si buscara a su acompañante, Ana Belén se plantó sobre el escenario. Estaba a punto de arrancar una cita que, por su forma de cantar, así como su manera de mirar, bien podría haber sido una cena romántica. A la luz de las velas, con silencios profundos. Nadie domina el medio como ella, siempre atenta a los pequeños detalles. Habló de amor, infancia y ternura mientras, con sosiego, previa tromba de agua, realizaba un ejercicio vocal sublime. Recorrió su carrera frente a un Noches del Botánico embelesado hasta las trancas. Es lo que tiene poner pasión a la vida: te vuelve magnético. Como ella. 

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