Las enfermedades que afectan a los organismos marinos, provocadas por virus, bacterias o parásitos, representan una amenaza tanto para los ecosistemas oceánicos como para las comunidades humanas que dependen de ellos. Una amenaza subestimada, pues hasta ahora se han visto únicamente como un problema ecológico, cuando son en realidad como un desafío integral para la sociedad
Un reciente publicado en la revista ‘Ocean and Coastal Management’ alerta sobre la necesidad urgente de integrar estos riesgos en las estrategias de gestión costera y en las políticas públicas. Además, propone un enfoque innovador, basado en el marco de reducción del riesgo de desastres de las Naciones Unidas (UNDRR por sus siglas en inglés).
La investigación, liderada por la Universidad de Kiel (Alemania), en colaboración con socios internacionales, destaca que los efectos de las enfermedades marinas no se limitan al ámbito ecológico, sino que tienen implicaciones sociales y económicas considerables, especialmente en regiones costeras donde la acuicultura es una fuente clave de sustento.
«El océano y la sociedad están profundamente interconectados. Cuando las enfermedades marinas alteran los ecosistemas, siempre hay consecuencias para los seres humanos, ya sea en la salud, la economía o la identidad cultural», afirma Lotta Clara Kluger, autora principal del estudio.
Expertos examinan un lobo marino muerto por gripe aviar en Perú, en 2023. / EFE / Serfor Perú
El equipo investigador adaptó el reconocido marco de evaluación de riesgos del UNDRR, tradicionalmente utilizado para desastres naturales y climáticos, a la realidad de las enfermedades marinas.
Esta adaptación permite incorporar no solo los impactos directos sobre los ecosistemas, sino también los denominados ‘efectos de desbordamiento’ en las sociedades humanas, como la pérdida de ingresos o el deterioro de la salud pública.
Las ostras, ‘ingenieras del ecosistema’
El modelo utilizado parte de la definición del riesgo como el resultado de tres factores: peligro (presencia del agente patógeno), exposición (grado en que los sistemas están en contacto con el patógeno) y vulnerabilidad (capacidad de respuesta o adaptación de los sistemas expuestos).
En el caso de las enfermedades marinas, este marco se aplica de forma doble: primero al ecosistema afectado y luego a la sociedad que depende de él.
Los investigadores centraron su análisis en la acuicultura de ostras, una de las especies de moluscos más estudiadas en lo que respecta a enfermedades infecciosas
Además de su valor comercial, las ostras desempeñan funciones ecológicas esenciales: filtran el agua, favorecen el ciclo de nutrientes, controlan las proliferaciones de algas y actúan como barreras naturales contra la erosión costera. También ofrecen hábitat y alimento a numerosas especies marinas, lo que las convierte en verdaderas ‘ingenieras del ecosistema’.
Sin embargo, diversos agentes patógenos las afectan, desde virus como el herpesvirus de los ostreidos, que puede causar hasta un 90% de mortalidad en juveniles, hasta bacterias del género Vibrio y protozoos como Bonamia y Perkinsus. Estas enfermedades no solo reducen las poblaciones de ostras, sino que alteran el equilibrio ecológico y ponen en riesgo las economías locales.
«Hasta ahora, las regulaciones existentes han sido fragmentadas y se han centrado principalmente en patógenos conocidos, sin considerar la complejidad de las dinámicas sociales», señala Kluger.
La desaparición masiva de ostras debido a enfermedades infecciosas puede provocar pérdidas económicas sustanciales para los productores, aumento en los costos de tratamiento y reducción de la calidad del agua, con consecuencias directas para el turismo y la recreación
Según datos del estudio, la producción mundial anual de bivalvos supera los 15 millones de toneladas y su exportación se estima en más de 3.400 millones de euros.
Riesgo de enfermedades emergentes
Las enfermedades también afectan a los servicios de regulación del ecosistema: una disminución de las ostras reduce la capacidad de filtración del agua y la protección frente a tormentas, lo que puede acelerar la erosión costera.
Además, las ostras tienen un valor cultural importante. «Están profundamente integradas en la identidad local, desde festivales hasta tradiciones culinarias. Su pérdida supone también un impacto intangible, pero significativo», advierte el estudio.
El estudio propone dos niveles de actuación para minimizar los riesgos: ecológico y social. En el ámbito ecológico, recomienda seleccionar sitios adecuados para la acuicultura, utilizar especies resistentes a enfermedades, aplicar tratamientos de agua y establecer barreras naturales contra la dispersión de patógenos.
En el ámbito social, las comunidades pueden reducir su vulnerabilidad diversificando fuentes de ingresos, accediendo a seguros contra pérdidas por enfermedades y promoviendo políticas públicas que refuercen la resiliencia.
«En lugar de reaccionar después de un brote, los riesgos deben identificarse y mitigarse con anticipación. Nuestro objetivo es ofrecer herramientas concretas para reducir los riesgos en las granjas acuícolas, las comunidades y los responsables políticos», subraya Kluger.
La investigación señala que las enfermedades marinas siguen siendo un área poco considerada en los marcos normativos internacionales. Aunque existen estándares para enfermedades animales (como los de la Organización Mundial de Sanidad Animal), no suelen contemplar los efectos sociales ni las implicaciones para la gobernanza costera. El nuevo marco propuesto aboga por una mayor cooperación entre científicos, autoridades políticas, empresas acuícolas y comunidades locales.
El estudio también juzga «crucial» ampliar la vigilancia epidemiológica en los océanos y reforzar los sistemas de alerta temprana. Además, advierte sobre el riesgo de enfermedades emergentes causadas por patógenos aún desconocidos, cuyos efectos podrían replicar, en menor escala, el impacto social de pandemias como la del covid.