Zohran Mamdani.
En el seno del Partido Demócrataexiste, si no un debate, sí dos posiciones más o menos diáfanas frente a Donald Trump y su administración y, en general, sobre el futuro de la organización. La primera es que el partido debe apostar una posición político-ideológica más centrista. Aún más centrista si cabe. Es la posición de la vieja guardia y de momias influyentes: los Clinton, los Obama, los sectores controlados por la señora Pelosi. Radicalizar el partido ahuyenta al grueso de los electores: una cantinela que se entona por el establishment demócrata desde hace cuarenta años.
Precisamente Clinton y Obama gobernaron cuatro mandatos en conjunto gracias al apoyo de las clases medias urbanas y la próspera clase trabajadora de su tiempo; además, todavía conservaban en lo sustancial el voto de las minorías étnicas, principalmente, de los negros. La segunda posición denuncia que este moderantismo es un error estructural. Los demócratas no pueden –en rigor no deben– inclinarse más a la derecha. Con la suficiente perspectiva ya puede asegurarse que esa estrategia no ha servido para nada.
Los demócratas son vistos por su antigua clientela electoral como una élite de gaznápiros, como una casta de sabelotodos que viven encapsulados en vidas de lujo y dictan lecciones morales a los que tienen que utilizar cupones de comida para llegar a fin de mes, como una aristocracia atravesada por la inutilidad, la prepotencia y la corrupción. Se ha dejado la iniciativa a la derecha republicana, mucho más creativa y expansiva políticamente, como demuestran el reaganismo y el trumpismo (no existió ni existe un clintonismo, un obanismo ni menos un bidenismo). El Partido Demócrata debe virar a la izquierda, reconstruir la relación con sus bases tradicionales, alcanzar un nuevo acuerdo programático abiertamente reformista dirigido a las clases medias, a los trabajadores, a los jóvenes, a los pequeños empresarios, a los inmigrantes y sus hijos.
En Europa se conocen a demócratas de izquierda como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, aunque existen numerosos líderes locales que comparten sus análisis, particularmente a nivel municipal, en casi todo el país.
A este grupo –todavía bastante informal y escasamente organizado por desconfianzas internas– se suma ahora Zohran Mamdani, que acaba de ganar las primarias demócratas a la Alcaldía de Nueva York, desbaratando a los candidatos oficiales y oficiosos. Apenas ha cumplido 33 años. Nació en Uganda, su padre es profesor universitario y su madre (Mira Nair) es directora y productora cinematográfica. La familia decidió mudarse a Nueva York hacia el 2000 y finalmente el joven Mamdani consiguió la ciudadanía estadounidense en 2018. En 2020 ya era (y sigue siendo) miembro de la legislatura del estado. Un activista incansable, muy inteligente, diligente, carismático y con una enorme confianza en sí mismo se convirtió en político en apenas dos o tres años. Ha hecho una campaña astuta, con un dinamismo y un ingenio sorprendentes, sin ninguna piedad hacia los dinosaurios del partido. Su programa: limitar la subida de alquileres, transporte urbano completamente gratuito, triplicar inversión en las escuelas, emitir bonos especiales de comida en una red de tiendas y supermercados con colaboración público/privada, nuevo sistema de renegociación de las multas municipales.
Por supuesto para los republicanos todo eso es bolchevismo, peligroso o ridículo. Mamdani contagia entusiasmo y si quieren comprobarlo pueden disfrutar de sus mensajes electorales en YouTube, en algunos de los cuales habla un español más que aceptable. ¿Es el comienzo de un cambio o una pasajera anécdota neoyorkina? Hace falta tiempo para saberlo.