El frenesí informativo es tan intenso que hay días que producen una malsana sensación de agobio. Si esto nos pasa a quienes nos dedicamos a contarle a la gente lo que le pasa a la gente, ¿qué no le sucederá a usted, destinatario de mensajes que cada vez más percibe ajenos a sus problemas reales?
En este tiempo de incertidumbres constantes que se quieren neutralizar con certezas improbables, de revoluciones pendientes que disimulan el interés en preservar la influencia, de manipulaciones burdas que se venden como verdades universales y de frivolidades sin límite que se envuelven como falsa proximidad, no es extraño que la confusión se imponga a la serenidad como el ruido a las nueces. Tampoco puede sorprender que el ciudadano se aleje de la actualidad oficial y los jóvenes de los medios convencionales. Y como el 44% de los menores de 25 años ya solo se informan a través de las redes, los interesados en potenciar su tendenciosidad invierten en ellas lo que no tienen para que siga su fiesta.
Algo así han hecho con Trump los socios de la OTAN. Todos menos uno. Halagarle hasta el despropósito para que no cumpla sus amenazas de abandonar el barco y dejarnos en el desamparo europeo de nuestra indefensión. Pero pasará el tiempo y veremos lo que queda de una cumbre que compromete pero no exige, porque las excusas pueden acabar siendo tantas como las razones. También para el disidente.
Sin un minuto de respiro, entre plantes y amenazas, temores y adulaciones, el festival parlamentario español ha echado el cierre al control al gobierno por final de temporada. Aun así, el calor adelantado ya había hecho sus estragos, llevando insultos y descalificaciones a un nivel inasumible, si no fuera por su peligrosa trascendencia social. ¡Cómo no va a fracasar ‘la familia de la tele’ si el tomate ya está en el Congreso! Y lo peor, ¡cómo vamos a confiar en las instituciones si su desprestigio se trabaja con ahínco por parte de quienes deberían defenderlas! De todo y de todos. Empezando por los propios. Lo sabe porque lo sufre Cándido Conde-Pumpido Tourón (A Coruña, 22 de septiembre de 1949).
El presidente del Tribunal Constitucional no ha conseguido la unanimidad deseada para avalar la ley de amnistía. Era previsible. Con ella empezó buena parte del descarnado enfrentamiento actual y tanto quienes la convirtieron en descarada arma de ataque como quienes la blandieron con falsa discreción no están dispuestos a cejar en su empeño. La prueba es que la oposición no acepta la legalidad de una ley que combatió desde el primer instante y la judicatura no tolera que el legislativo le enmendara la plana a una sentencia que quiso ejemplarizante. Y así quedó el Estado tras el ‘procés’. En un compendio de actuaciones tan desaforadas como desafortunadas. Todas.
Ante este panorama de poco le sirve al magistrado Conde-Pumpido esgrimir una carrera jurídica impresionante. Que desde joven eligiera la lectura abierta y progresista de las leyes no le ha impedido actuar con la contundencia debida, también contra quienes pudieron esperar de él otra consideración por supuesta proximidad ideológica. Ahí están las sentencias. Aun así, esto no basta para el dedo acusador de sus detractores. La etiqueta colgada le condena como el prejuicio condenó un texto hoy avalado antes de que se redactara su primera frase. Y así seguimos.
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