Después de tres vueltas al mundo y 135 países visitados, he aprendido que viajar no es solo preparar una mochila y comprar un billete. Hay algo más importante, algo que a menudo pasamos por alto: proteger nuestra salud. Las vacunas, esas pequeñas dosis que muchos ven como un trámite, son en realidad un escudo que nos salva no solo en destinos exóticos, sino también en nuestra vida cotidiana. Y, sin embargo, durante años he visto cómo la desinformación y la despreocupación convierten este paso esencial en un juego de azar.
Piensa en la hepatitis A, que acecha en un vaso de agua mal tratada o en una ensalada mal lavada, incluso en lugares tan turísticos como México o Tailandia. O en el tétanos, que puede colarse en un rasguño en cualquier esquina, desde un sendero en Croacia hasta un callejón en Delhi. El sarampión, que creíamos olvidado, ha resurgido en Europa, con brotes que han afectado a miles de personas en los últimos años. Estas enfermedades no entienden de fronteras ni de Instagram; están ahí, esperando un descuido. Por eso, mantener al día el calendario de vacunación –hepatitis A y B, tétanos-difteria, triple vírica, fiebre tifoidea, y en algunos casos fiebre amarilla, rabia o cólera– no es negociable. No es solo para el viajero que se aventura en la selva amazónica; es para cualquier persona que pisa un aeropuerto o un mercado local.
Pero aquí viene el problema: obtener información clara sobre vacunas es más complicado de lo que debería. En España, las oficinas de Sanidad Exterior son el primer lugar al que acudimos, y aunque el personal suele ser amable, a menudo carece de la especialización necesaria. Durante años he visto cómo recurren a búsquedas genéricas en internet, recomendando vacunas como la fiebre amarilla para destinos donde el riesgo es mínimo, como es el caso de las ciudades urbanas en Brasil. No lo hacen por mala fe, sino por falta de formación en medicina del viajero. Esto me ha dejado, más de una vez, con una sensación agridulce, como si la salud fuera un rompecabezas incompleto. Y no es solo mi experiencia; estudios recientes muestran que uno de cada cinco viajeros españoles recibe consejos de vacunación poco personalizados, lo que nos cuesta dinero y confianza.
Entonces, ¿qué hacemos? La responsabilidad recae en nosotros. Viajar con criterio empieza por informarnos bien, y eso significa ir más allá de la oficina de turno. Antes de mi primer viaje a India, por ejemplo, me aseguré de consultar no solo a Sanidad Exterior, sino también a través de páginas web especializadas en medicina tropical. Allí me explicaron que la fiebre tifoidea era un riesgo real en zonas rurales, pero no tanto en Delhi. También aprendí que la fiebre amarilla, que muchos asocian con cualquier destino tropical, solo es obligatoria en 47 países, como Ghana o Bolivia, y que su dosis es válida de por vida desde el año 2016. Estos detalles marcan la diferencia.
Así pues, planificar la vacunación no es solo una cuestión de salud; también es una cuestión de sentido común. En España, vacunas como la triple vírica o el tétanos son gratuitas en el Sistema Nacional de Salud, pero otras, como la rabia, pueden llegar a costar 180 euros por tres dosis. Si viajas a destinos de riesgo, como India o Uganda, espera gastar entre 100 y 300 euros en total, sin contar las consultas privadas que pueden costar hasta 200 euros.
Pero, créeme viajero, es una inversión que vale la pena. Un caso de hepatitis A puede arruinar un viaje y costar miles de euros en tratamientos; que un perro te muerda en Bali, sin vacuna contra la rabia, puede ser mortal. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la rabia mata a 59.000 personas al año, casi todas en Asia y África. No son números abstractos; son vidas que podrían haberse salvado con una simple inyección.
Y luego están los mitos, esos que he escuchado en hostales y redes. Que las vacunas solo son para viajar a «países raros», que son peligrosas, que si viajaste antes sin ellas no pasa nada. Nada más lejos de la realidad. El sarampión, con 4.000 casos en Europa solo en el año 2023, no distingue entre Kirguistán y una aldea africana. Además los efectos secundarios graves de las vacunas son rarísimos y los beneficios son abrumadores. Y cada viaje es un riesgo nuevo; no hay inmunidad mágica por haber estado en India hace diez años.
Este año, con el turismo global creciendo un 5% según la Organización Mundial del Turismo (ONU Turismo), destinos como Vietnam e India seguirán atrayendo a millones de personas.
Mi consejo es simple: empieza a organizarlo todo dos meses antes. Revisa tu calendario de vacunación; si tienes más de 40 años, podrías necesitar refuerzos de tétanos o triple vírica. Si vas a Croacia, por ejemplo, la hepatitis A sigue siendo un riesgo en áreas rurales, aunque sea un destino europeo. En India, no subestimes la fiebre tifoidea en mercados locales. Y si tu ruta incluye selva, como el Amazonas, verifica si necesitas la vacuna de la fiebre amarilla, ya que algunos países te negarán la entrada si no la tienes.
Durante el viaje, lleva un botiquín básico: repelente, sales de rehidratación, antibiótico de amplio espectro. Y no te fíes de foros o influencers; consulta expertos públicos o privados, pero expertos, no sólo médicos generales. Durante años he visto cómo la industria turística vende destinos de ensueño, pero rara vez habla de prevención. Las oficinas de Sanidad Exterior, aunque útiles, no son infalibles. Depende de nosotros tomar el control: vacunarnos, informarnos, decidir con criterio.
Porque viajar no es solo descubrir el mundo; es hacerlo con la tranquilidad de estar protegido. ¡Vacúnate, infórmate y viaja seguro!
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