Ha pasado más de medio año y la incertidumbre sigue presente. Cientos de familias que perdieron sus casas durante la riada del pasado 29 de octubre en l’Horta Sud siguen en recursos habitacionales temporales adjudicados a través de los Servicios Sociales municipales. Muchas de estas familias vivían cerca de ramblas y otras muchas estaban expuestas por ubicarse en una planta baja o por residir en infraviviendas junto al cauce de algún barranco que desbordó por completo aquella tarde.
Después del desastre, que destrozó hogares (que no son solo cuatro paredes y que guardaban en su interior recuerdos de toda una vida familiar, e incluso de diferentes generaciones), las instituciones gestionaron pisos sociales, ya sea por la Entitat Valenciana d’Habitatge i Sol (EVhA), dependiente de la Generalitat Valenciana; por los pisos de la Sareb (el ‘banco malo’) o por viviendas de entidades humanitarias y de acción social para aquella ciudadanía que no tenía ninguna otra alternativa.
Esta solución ha llegado como un lugar temporal donde quedarse pero supone, en muchas ocasiones, desplazarse a otra localidad lejos de su vivienda habitual. Esto supone, también, un cambio de vida total, una nueva adaptación tras la catástrofe que deja traumas y pérdidas y trayectos diarios de más de una hora para asistir a centros educativos o puestos de trabajo.
Francisco es una de los cientos de personas que aún está desplazada, pues su casa, en la que vivía con su compañera y su hijo de 13 años, junto al barranco del Poyo a su paso por el barrio del Xenillet, en Torrent, desapareció literalmente bajo el agua.
Estado en el que quedó la vivienda de Francisco tras la dana. / L-EMV
Vive en un piso de la Sareb en Manises desde hace un par de meses. Aquella tarde salieron a tiempo gracias al aviso de su vecino Basilio y tras pasar por el pabellón municipal en una primera intervención, les adjudicaron una habitación en un hotel de Picassent. Allí, en un cuarto, estuvieron cuatro meses él, su hijo de 13 años y su compañera de vida. «Imagínate, cuatro meses en un cuarto encajonados. De la noche a la mañana lo perdimos todo», señala Francisco.
«Lo que más me duele es que en esa casa murió mi madre»
Ahora residen en un piso que les ha cedido la Sareb, pero saben que tienen fecha de caducidad. «Esto no es para siempre, y eso es lo que me angustia», explica el vecino de Torrent. «He pasado de tener una casa, no pagar hipoteca ni alquiler, pues es la casa familiar, a no saber dónde acabaremos, qué pasará, dónde viviremos. Nuestra casa desapareció de la noche a la mañana«, lamenta. Aun los ocho meses que han pasado, Francisco continúa llevando cada día a su hijo al instituto a Torrent.

Francisco es un vecino que vio arrasada su vivienda en la dana. Ahora sobrevive en un piso de la Sareb, pero es temporal. / Fernando Bustamante
«Él no quería dejar su IES, era parte de su vida». Una que mantenían en recuerdos en la casa que le dejaron sus padres. «En este hogar murió mi madre, esto es una de las cosas que más me duele. Teníamos recuerdos de media vida, de nuestra familia, los ‘palletes’ nos llaman porque somos gente trabajadora y gitana», señala el hombre, que recuerda que reformó por completo su vivienda cuatro meses antes de la dana.
La incertidumbre por el futuro es algo que quita el sueño también a Marcela. Los ocho meses que han vivido tras la dana parecen un espejismo, algo temporal y desde luego no sostenido en el tiempo. Pero la realidad es que ocho meses después del día en el que se inundó el bajo donde vivían en Catarroja, todavía no tienen un sitio estable donde vivir.

Marcela y su hija Salomé en la parada del autobús de Catarroja, desde donde irán a la Estación del Nord y allí a Cullera en su trayecto diario. / L-EMV
La dana pilló a Andrés, su marido, en una habitación en planta baja a penas unas semanas después de aterrizar desde Colombia para reunirse con Marcela y la hija que ambos tienen en común. Esa noche estuvo horas con el barro al cuello literalmente. La hija de ambos estaba con sus abuelos y Marcela trabajando. Se reunieron días después en un pabellón habilitado en Mislata tras horas angustiosas, lo contó este diario. Después, fueron a un hogar religioso donde estuvieron varios meses y este mes de mayo, al fin, les han dejado un piso, también de una orden religiosa, para que puedan vivir los tres. El piso está en Cullera.
De Cullera a Catarroja cada día
La ubicación complica la estabilidad de la familia. Asumen que es lo que hay y cada día cogen el tren para llegar a València. Andrés trabaja cuando puede en construcción y Marcela (que consiguió regularizar su situación junto a su hija al estar empadronadas en Catarroja cuando pasó la dana y de acuerdo a la iniciativa del Gobierno), busca trabajo las horas que espera a que su hija salga del colegio, al que acude todavía en Catarroja. «Estamos todos los días de aquí para allá», comenta la mujer, que relata que se levantan a las seis de la mañana para coger un autobús que les lleva a la estación de trenes y de ahí van al colegio de la niña y Andrés a trabajar. Tardan más de una hora.
La angustia es similar a la de Francisco. Deberán abandonar el piso donde están en algún momento en los próximos meses y sus recursos económicos son muy limitados. «Todo está muy caro. Piden seguro de impagos, nóminas… yo no estoy trabajando y Andrés no tiene nómina. Sin empleo fijo, es difícil tener ingresos y una vivienda estable. Llegar a pagar el transporte y los alimentos está siendo para nosotros un reto. Estamos vivos, pero para estar tranquilos todavía queda«, lamentan.
«Vivíamos un tercer piso y la finca quedó inhabitable»
Mireya es una mujer de origen colombiano que vivía hasta el 29 de octubre de 2024 en un tercer piso de un edificio en Torrent. Su bloque pertenecía a los famosos cinco que tuvieron que desalojar al quedar inhabitables por estar en el punto donde confluían dos barrancos, el del Poyo y el de l’Horteta, una circunstancia que dañó la estructura.
Mireya vive con su hija de 13 años y su marido, llevan tres años en España y llevaban dos en esta casa en Torrent. Después de aquella fatídica tarde, que desprendió y movió las paredes de su edificio, la familia pasó por el pabellón del Vedat, de ahí tras ser atendidos por Servicios Sociales, fueron a un hostal y después estuvieron cuatro meses en una fundación religiosa, también en Torrent. Una habitación para los tres.
Finalmente, en marzo de 2025, cinco meses después de estar viviendo en un limbo, la Sareb les cedió una vivienda en l’Alcudia. «Hemos tenido que volver a empezar, pero ahora es cuando hemos empezado a respirar de verdad».

Mireya y su familia en el piso donde viven ahora en l’Alcudia, donde han empezado de cero. / L-EMV
Mireya y su familia han podido acogerse a la regularización de migrantes para afectados por la dana, y en cuanto se resuelva el proceso administrativo, empezarán a buscar trabajo. Quieren estabilizarse y no sentir más que están de un lado a otro. Ahora, están «tratando de ubicarnos en l’Alcudia».
Su hija ha terminado el curso en Torrent, pero el periodo que viene ya iniciará las clases en su nuevo municipio. «Hemos sufrido mucho, pero seguimos adelante«, dice Mireya. De momento pueden estar seis meses en este recurso con opción a renovación, pero la familia tiene esperanzas en tener los papeles en regla y comenzar a trabajar, estabilizarse. «Somos gente responsable y trabajadora, saldremos adelante».