Josep Pla / Anónima
… aunque sea liando un cigarrillo para llegar a encontrar el adjetivo correcto, da igual. En sus variadísimas temáticas, Josep Pla hasta discurre argumentos en contra de que las extranjeras de los 60’s vayan descalzas por Palamós, observando traviesamente lo terriblemente improcedente de acabar encontrando algún resto animal indeseable. No hacía mucho que había dejado dicho que se debían abrir en el Empordá grandes escuelas de agricultura, que era muy urgente y ponía el ejemplo de la granja de Monells de aquellos días. Decía que el payés no pintaba nada y puso de ejemplo unas enormes espigas de trigo que habían conseguido los italianos, «hem d’anar cap aquí», claro, fascinado e ignorante de poner las manos en la tierra para trabajar. El hábito no hace al monje aunque sea la boina que lleva el mejor autor del siglo XX catalán. La biogenética ya había empezado en la Unión Soviética en el primer tercio del siglo pasado, nada original su propuesta pues ya ven en el presente cómo ha ido evolucionando y en manos de quién. Basta ver las formas que adquieren los frutos que adquirimos en los mercados para comprender que esos postulados finalmente han sido transversales y han ocupado la política empresarial de cualquier modelo social.
Este gran escritor proponía «crear una ciencia» de la agricultura y lo decía a mediados de siglo pues sabía perfectamente que el país, el que sea, lo vertebra o lo vertebraba el cinturón agrícola en cuestión. Sea el que circunvalaba París después de la Revolución o mucho más modestamente uno como el que volteaba la capital de Mallorca desde Sant Jordi, Son Ferriol, Pòrtol, Marratxí (Sant Marçal), Bunyola o Son Sardina… ese eje verde de producción era susceptible de cambiar de paradigma radicalmente, se iría apagando y desvaneciendo a la misma velocidad que se ha ido desmembrando todo un tejido social para dar paso a otro bien diferente basado en el monocultivo que ya conocemos. Eso lo veía venir pues toda literatura va ligada a un paisaje, aunque sea el de la memoria.
Pla se atrevió a ir por los ministerios franquistas a predicar la creación de auténticas universidades del campo pues veía venir cómo se iba a concentrar toda la actividad económica en el litoral y sobre las rocas, frente al mar. En Mallorca, cuando Blai Bonet rompe con la llamada Escola Mallorquina, primero han entrado las excavadoras para cambiar el decorado. Como los grandes, el autor de Santanyí, se limita a ser hijo de su tiempo. Hoy el litoral ya no basta y se patrulla en las zonas rurales para acabar con cualquier resquicio de campesinado. Primero se abandonó, se degradó y así se pudo justificar la imagen de la sustitución de todo un mundo entero por el parque temático al que asistimos.
De hecho el término ‘Costa Brava’ que inicialmente se refería a la mallorquina, que lo es auténticamente, fue un eslogan creado por la patronal en Tamariu en una noche de pelotazos de whisky y langostas a la brasa con leña de sarmientos. La única Brava de verdad era la Serra de Tramuntana. Pero era urgente y muy necesario importar el término para empezar una nueva empresa. La petición de crear ciencias del campo la propuso en un congreso de «manescals» o veterinarios aunque visto lo visto hoy la auténtica cabaña ya es perruna y gatuna y esa comunidad tan importante de profesionales ha sido relegada a la insignificancia. Además las extranjeras en Palamós no pueden ir descalzas para hacer slalom sobre las aceras, pues era impensable que los críos más pequeños ya no jugarían en el suelo de nuestras ciudades y las excreciones animales inundarían las calles.
Esa nueva empresa torticeramente ha ido cambiando la sardana milenaria por la habanera y así sucesivamente. El mismo que nunca plantó una tomatera, aunque mereciese el nobel de Literatura, proponía crear la ciencia de la agricultura bien cómodamente sentado, y tedioso, en su camilla observando como sus criados labraban resignadamente la tierra. Así nos ha ido.