hay una normalización de la desvergüenza, toda una astracanada política»

Estoy plantada como cariátide en la puerta de El Café Comercial, esperándolo, y no lo veo entrar hasta que sus espaldas rebasan las lunas giratorias. O sea, ¡Joaquín! Juro que ha entrado invisible; «sigiloso», dice él con un acento como ruso cargando las consonantes. Caen a plomo sobre Madrid 31 grados de rigor y aparece el cómico enfundado en negro, camisa de manga larga y una abrigada cazadora, a más inri tocado de una mochila de peluche con el careto de Coco, el de Barrio Sésamo, que le compró a su hija y nunca se la dio.

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