Pesaba 3.500 kilos, tenía ocho cilindros y 115 caballos. No era un tanque, pero lo parecía. Era el Mercedes-Benz G4 W31, un modelo único, lujoso, de tres ejes y origen nazi, que acabó en manos del dictador español Francisco Franco como regalo personal de Adolf Hitler en 1940. Hoy, esta pieza excepcional del automovilismo histórico descansa en el Museo de la Guardia Real en El Pardo, tras una vida cargada de simbolismo político, mecánica extrema y no pocos episodios insólitos.
La historia del vehículo comienza en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Diseñado por orden directa del Führer, el G4 fue concebido para transportar a los altos mandos del Tercer Reich por terrenos difíciles, aunque su tracción solo en los dos ejes traseros limitaba sus prestaciones todoterreno. Cuando estalló el conflicto en 1939, apenas cuatro unidades de la versión más lujosa se habían fabricado. Hitler se reservó dos para sí —uno en Berlín y otro en Berchtesgaden—, uno fue enviado a Benito Mussolini y el cuarto llegó a España.
El único documento que avala la entrega a Franco es una carta firmada por Hitler, en la que le felicita por su cumpleaños. La entrega oficial se produjo en enero de 1940, en la explanada del Palacio Real, de manos del embajador alemán. Aunque el vehículo apenas fue utilizado en actos públicos —posiblemente por su enorme consumo de combustible—, Franco lo conservó como un objeto de valor, destinándolo más tarde a excursiones privadas y cacerías.
Pese a su imagen de fortaleza, el G4 tenía limitaciones técnicas que lo hacían poco práctico fuera de carretera. En una salida de caza en una Nochebuena de los años 50, el coche quedó atascado en una zanja. El dictador tuvo que regresar en un jeep estadounidense escoltado por la Guardia Mora. Las anécdotas de sus usos contrastan con la filosofía austera de Franco, que rechazaba lujos innecesarios: incluso rehusó los complementos de un Chrysler blindado que le ofreció el empresario Eduardo Barreiros.
Años más tarde, en 1975, el vehículo fue cedido a Patrimonio Nacional por recomendación de Fernando Fuertes de Villavicencio, consejero delegado del organismo. El objetivo era evitar que, tras la muerte de Franco, su familia vendiera el automóvil o desapareciera, como ocurrió con otros vehículos históricos durante la Guerra Civil. Entre ellos, el Hispano-Suiza en el que Alfonso XIII huyó en 1931.
Ya en democracia, Mercedes-Benz intentó recuperar la joya automovilística. Ofrecieron hasta mil millones de pesetas, pero el Gobierno rechazó la operación. Entonces, los alemanes contactaron con la familia Franco para que reclamaran el coche como regalo privado. El pleito no llegó a sentencia: la Casa Real recomendó retirarlo para evitar un escándalo.
Décadas después, Mercedes convenció a Patrimonio Nacional para llevar el coche a Stuttgart, donde fue desmontado pieza por pieza por técnicos alemanes. El proceso, que duró tres años, sirvió para restaurarlo con total fidelidad y dibujar los planos completos del modelo. Aunque la Guardia Real había fabricado manualmente piezas de repuesto durante años, el fabricante entregó una factura al Reino de España tras su trabajo.
Hoy, el Mercedes-Benz G4 puede verse en el Museo de la Guardia Real en El Pardo, junto a otros vehículos utilizados por Franco, Juan Carlos I y Felipe VI. Se trata del único ejemplar en manos de una institución pública, ya que los demás desaparecieron durante la guerra o fueron a parar a colecciones privadas. Su valor actual se estima en varios millones de euros.
El futuro del vehículo es incierto. En un contexto político marcado por leyes de memoria histórica, algunos temen que pueda ser vendido o retirado de la exposición por su vinculación con el franquismo. Una obra de ingeniería alemana, construida como símbolo de poder, que hoy resiste como testigo incómodo de la historia.