Alicante volvió a abrazar su fuego ancestral con la magia de la Nit del Foc. La ciudad ardió en una danza de luz y ceniza, cuando más de 200 monumentos de las Hogueras se consumieron bajo las llamas purificadoras de la Cremà. Desde lo alto del monte Benacantil, la Palmera abrió el cielo como un conjuro y dio el pistoletazo de salida a una noche en la que el fuego comenzó su obra. Pero fue el agua, de esa Banyà tan esperada, la que desató los gritos y las risas. Miles de jóvenes, empapados y exaltados, encontraron en ella alivio, euforia y, tal vez, algo de redención. Porque en Alicante, el fuego quema, pero el agua limpia el alma.