El fútbol, en ocasiones, premia la constancia, la pasión de una afición y la capacidad de resistir cuando todo parece perdido. El Real Oviedo ha escrito este fin de semana una de esas historias que se graban a fuego en la memoria de los hinchas: regresa a Primera División 24 años después de su último descenso, rompiendo la sequía más larga en la historia del club fuera de la élite del fútbol español.
Lo ha hecho a su manera, fiel a su espíritu combativo y a su ADN histórico: superando obstáculos. El equipo asturiano se convirtió en el sexto club que logra ganar una final del play-off de ascenso tras haber perdido el partido de ida, demostrando una vez más que nunca hay que dar por muerto a quien juega con el corazón en el escudo. La épica estuvo presente en cada minuto del encuentro de vuelta, con un Carlos Tartiere lleno hasta la bandera y una ciudad entera empujando.
El camino no ha sido fácil. Desde aquel descenso en el año 2001, el Oviedo vivió momentos de verdadera pesadilla: llegó a caer hasta Tercera División, vio cómo el futuro del club pendía de un hilo económico y deportivo, y solo la fidelidad de su gente y la llegada de inversores claves como el Grupo Carso evitaron la desaparición. Años de reconstrucción culminaron este domingo con el ansiado ascenso, en una noche que ya forma parte de la leyenda azul.
En el banquillo, un símbolo: Luis Carrión, el técnico que ha sabido canalizar la ilusión de una plantilla comprometida y un vestuario unido. En el campo, veteranos como Santi Cazorla, quien a sus 39 años regresó al club de su infancia para ayudar a cumplir este sueño, y jóvenes con hambre que lo dieron todo.
El regreso del Oviedo a Primera no solo es una gran noticia para sus seguidores, sino para todo el fútbol español, que recupera a un club histórico con más de 95 años de vida. El Tartiere volverá a ver a los mejores equipos del país y, esta vez, no para soñar con volver… sino para quedarse.