Llora el oviedismo. Y, por una vez, nadie hace nada por evitar las lágrimas. Salen solas, alborotadas, saltonas, azules, claro, mientras unos tipos de corto se lanzan a festejar sobre el césped. Había fe, siempre la hay. Todos se habían imaginado el epílogo perfecto, todos habían diseñado en su cabeza cómo sería la celebración del ascenso, pero las caras de incredulidad, las manos en la cabeza sugieren que esto supera cualquier guion. Porque por una vez se alinearon los astros. El trébol de cuatro hojas sobre la aguja en el pajar. Llegó el karma para, por una vez, pedir disculpas por lo vivido y devolverle al Oviedo un poquito de lo que le debe. Y el que firma estas líneas golpea el teclado con el mayor orgullo con el que se puede escribir una crónica: ¡El Real Oviedo está en Primera División! La felicidad –futbolística y un poco más– era esto.
Todos los que pisan el césped tras el triunfo son ya eternos. Los que han jugado y los que han alentado. Se abrazan miles en la grada, extasiados, incapaces de articular palabra. Y hay muchos detrás de la televisión que también festejan exhaustos, porque sienten que han despejado cada balón de cabeza y han colaborado en cada ayuda defensa.
Y aunque estaban entrenados, han empujado el barco en las dos últimas décadas, caen sobre el sofá deshechos por el esfuerzo. Y hay muchos que lo ven desde arriba porque se han ido antes. Lamentan no haberlo vivido pero se alegran infinitamente por los que sí están.
Llora todo el mundo al experimentar una sensación que es nueva para algunos, ¡menudo flechazo!, y que supone el recuerdo de un viejo amor para otros, 24 años ya…
Rugió el Tartiere como pocas veces se recuerda. El ascenso exigía un esfuerzo así. Con remontada. Con prórroga. Ante un colosal Mirandés, honores para los de Lisci. Ya es historia del oviedismo ese encuentro de 120 minutos. Porque si la Segunda es la Liga Hipertensión solo una prórroga sería su digno cierre.
Todo pasa al álbum de recuerdos del oviedismo. Para muchos, el mayor triunfo en 99 años de historia, que se dice pronto. Ese penalti de Cazorla para devolver la ilusión. Esa sangre de horchata de Chaira para definir. Ese escuadrazo de Portillo. La mano firme de Paunovic, también. Quedan como flashes todos ellos para integrar las páginas más brillantes del casi centenario equipo carbayón.
Lo que pasó ayer, también lo que viene, es ya historia de la entidad. De un equipo que fue tercero en Primera, que jugó en Europa y que ya disfrutó de otros regresos, pero ninguno como este. No. Esto es único. Sobre el calzado de los aficionados aún se pueden observar las marcas de barro de los años más duros. Llegó el Oviedo a la última fecha buscando la remontada, por detrás en la eliminatoria ante el sorprendente Mirandés, y como de creer en las causas perdidas la afición sabe un rato solo podía suceder lo que al final sucedió: Que el Oviedo es de Primera.
El triunfo, el increíble desenlace, deja muchos nombres propios. Pero debemos empezar por el más grande. Por el ídolo. Por Santi Cazorla. Regresó hace dos años cuando muchos daban su carrera por amortizada. Dijo que venía para disfrutar, pero no era verdad. Tenía un plan. Y lo ha ejecutado a la segunda. A tiempo, en todo caso.
El ascenso ensalza la labor del Grupo Pachuca, también. Jesús Martínez y sus hombres, con Martín Peláez a la cabeza, ha supuesto un soplo de aire fresco para la entidad. El empuje, no solo económico, y el buen hacer en los despachos con la gente de aquí, Lleida y Suárez, ponen al Oviedo en su sitio. Como prometió Martínez a su llegada. Y el proyecto promete seguir creciendo.
La victoria lanza al estrellato a Paunovic. Conviene decirlo bien alto. Es un pedazo de entrenador y pocas veces se ha repetido en los últimos meses. Ha sabido sacar el máximo rendimiento de una buena plantilla, sí, pero con serios problemas de autoestima a su llegada. Ha dado en la tecla. Ha sido decisivo. Más que un granito ha puesto una montaña de arena.
Es el triunfo de la afición, en definitiva. Y por encima de cualquier otra cosa. El de los que nunca dejaron de creer. El de los que profesan la fe más ciega. El oviedismo siempre jugó en Primera, solo que ahora su equipo también competirá ahí. Ellos son los que más se lo merecen.
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