Con una frase categórica y enjundiosa se suele recordar a cada gobernante que pasa a la historia (si bien en política pueden encaramarse a la posteridad tanto un prohombre de talla por sus elevadas consecuciones como un insensato botarate a cuenta de ocasionar numerosas desdichas). Cuando el porvenir evalúe el nefasto sanchismo -si es que los libros futuros llegan a ocuparse alguna vez de un tipo que superó con creces los desmanes del badulaque Zapatero- se dirá que el día que el personaje en cuestión compareció, ojeroso y compungido, dándose por enterado de las mordidas de los que fueron su mano derecha y la izquierda, ambas trinconas, decidió coronarse con una reflexión que deja a Confucio a la altura de Cantinflas: “Son las cinco y no he comido”.
Ayunos nos deja. “¡Quillo, dale al niño un bocata de jamón!”, se escuchó a un parroquiano en la barra de una tasca andaluza la tarde de autos. “¡Ay, Begoña, ponle a ese hombre una olla, que se le está poniendo carita de nazareno!”, masculló una abuela de la Castilla profunda mirando a la tele, donde se mostraba el primer plano de un caballero de triste figura.
Ahora que los Kennedy no son tan Kennedy como los demócratas de antaño y se han pasado al lado oscuro, convendría recordar una de las frases más recordadas del malogrado JFK: “Se puede engañar a todos poco tiempo; se puede engañar a algunos todo el tiempo; pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. Bien traída esa cita, hecha a la medida de nuestro campeón mundial del ardid y la patraña.
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