Un estudio en cinco países demuestra que nuestra propensión a ver mentes, intenciones y emociones en la fauna no es instintiva, sino un reflejo directo de nuestras creencias religiosas, nuestro grado de conexión social e incluso del lugar donde vivimos.
Un estudio transcultural realizado en cinco países ha arrojado nueva luz sobre el antropomorfismo, la tendencia humana a atribuir características y emociones humanas a los animales. Esta investigación, publicada en la revista iScience, revela que nuestra propensión a ver a los animales como si fueran personas está moldeada por una compleja interacción de factores, incluyendo la experiencia personal con la fauna, las creencias religiosas, el nivel de integración social y la formación académica.
Comprender estos mecanismos es crucial, ya que el antropomorfismo influye directamente en el interés público y el apoyo a los proyectos de conservación de la vida silvestre. El estudio, que encuestó a 741 adultos de Brasil, Indonesia, Malasia, México y España, desvela cómo las diferentes formas de interactuar con los animales modifican nuestra percepción sobre ellos.
La paradoja urbano-rural
Uno de los hallazgos más significativos del estudio es cómo el tipo de experiencia con los animales predice las tendencias antropomórficas. Contrariamente a la idea de que la lejanía de la naturaleza disminuye el conocimiento sobre los animales, el estudio muestra que una «experiencia urbana» con ellos en realidad aumenta el antropomorfismo.
Este tipo de experiencia incluye interacciones seguras y controladas, como tener mascotas, visitar zoológicos o consumir contenido mediático sobre animales. Estas interacciones fomentan la creación de lazos afectivos y refuerzan la percepción de similitud entre humanos y animales, llevando a las personas a atribuirles con más facilidad libre albedrío, intenciones, conciencia y emociones.
Preferencias
La relación se vuelve más compleja para las personas con una alta exposición directa a la fauna silvestre, como los monos. El estudio observó un resultado paradójico: los participantes con mayor contacto con monos eran más propensos a atribuirles rasgos como la capacidad de engañar y la responsabilidad moral (distinguir el bien del mal), pero, al mismo tiempo, eran menos propensos a creer que podían sentir dolor.
Los investigadores sugieren que este fenómeno podría ser un mecanismo de disonancia cognitiva. En contextos de conflicto, como cuando los animales dañan cultivos o propiedades, los humanos podrían atribuirles responsabilidad por sus actos para justificar el conflicto, mientras que negar su capacidad de sentir dolor crea una distancia moral que reduce el malestar psicológico.
El papel de la cultura, la religión y la educación
El entorno sociocultural y las creencias personales son determinantes clave en la forma en que percibimos a otras especies.
La religión demostró ser un factor influyente. Los participantes musulmanes tendieron a atribuir menos rasgos humanos a los animales, como la capacidad de tener conciencia o de engañar, en comparación con cristianos, ateos y agnósticos.
Por su parte, los budistas/hinduistas y seguidores de otras religiones mostraron la mayor propensión al antropomorfismo. Los autores sugieren, con cautela debido a la amplitud de las categorías religiosas, que las religiones monoteístas que a menudo sitúan a los humanos en una posición jerárquica superior, pueden dificultar la percepción de similitud con los animales. En contraste, los sistemas de creencias que enfatizan la interconexión de todos los seres vivos podrían fomentarla.
Nivel educativo e integración social
La investigación también descubrió que un menor nivel de educación formal se correlacionaba con una mayor probabilidad de atribuir libre albedrío a los animales, posiblemente porque un conocimiento más limitado sobre biología animal lleva a recurrir a explicaciones basadas en la experiencia humana.
Además, la integración social juega un papel importante. Las personas que experimentan un mayor aislamiento social son más propensas a antropomorfizar, probablemente como una forma de satisfacer su necesidad de conexión social a través de los vínculos con otras especies.
El estudio también observó que los individuos más «alocéntricos» (orientados al grupo y menos autosuficientes) eran más propensos a atribuir libre albedrío a los animales, quizás porque responden de manera más intensa al aislamiento.
Referencia
Experience with animals, religion, and social integration predict anthropomorphism across five countries. Federica Amici et al. iScience, June 18, 2025. DOI: 10.1016/j.isci.2025.112693
No todos los animales y rasgos son percibidos igual
El estudio confirma que el antropomorfismo no es uniforme, sino que depende tanto de la especie como del rasgo considerado.
Los participantes fueron más propensos a atribuir intenciones y emociones a los monos que a «otros animales». Esto respalda la idea de que la cercanía filogenética y la similitud morfológica y de comportamiento con los humanos aumentan nuestras tendencias antropomórficas.
Asimismo, no todos los rasgos humanos se atribuyen por igual. Por ejemplo, las personas suelen considerar que los animales pueden experimentar emociones primarias (como miedo o ira) más fácilmente que emociones secundarias (como la vergüenza o el orgullo), que a menudo se perciben como exclusivamente humanas.
Estos hallazgos tienen implicaciones directas para la conservación de la naturaleza, ya que demuestran que las estrategias de comunicación y los programas educativos deben adaptarse al contexto cultural y a las experiencias individuales de cada comunidad para ser efectivos y alinear el interés público con las prioridades científicas de conservación.