Dellafuente ha instalado en Madrid, durante dos horas, su propio gobierno. Una suerte de Reino Taifa remasterizado del que ha sido dueño y señor cambiando a su antojo fuego por agua y asfalto por azulejos. La reproducción del que podría ser un patio principal de la Alhambra de Granada hacía de residencia para el artista, como si recibiera a un séquito de sesenta mil personas que se asomaban a las instancias de su dominio. «Bienvenidos a mi casa, poneos cómodos», ha dictado. Y así lo hemos hecho.
Media hora de más es lo que ha hecho falta para ver a Dellafuente empezar a deambular por las pistas que conformaban la estrella de ocho puntas en torno a una fuente en el centro del Riyadh Air Metropolitano de Madrid. Treinta minutos de retraso que impacientaban a una multitud devota y hambrienta, pero quién no esperaría por el líder del rebaño. Finalmente, el artista arrancaba el concierto más ambicioso de su carrera con Bailaora, un tema popular que servía como entrante a pesar de dibujarse en un sonido totalmente engullido por el ruido del público, que en un principio hacía dificil despegar los alaridos de la voz del granadino.
La envidiable puesta en escena, rematada con un séquito de bailareines vestidos enteramente de negro, ha postulado el espectáculo de Dellafuente como un ritual colectivo, una liturgia andaluza a la vista de todos. De esta manera, el líder atravesaba Al vacío y Otra noche en Granada para llegar a la primera gran sopresa de la noche madrileña: la entrada de Judeline para cantar Romero Santo, un tema perteneciente al último disco del artista y en parte culpable de la dimensión del concierto, Torii Yama. El halo de irrealidad y misterio -por el que Dellafuente aparecía con gorra y gafas de sol sin dejar que lo miráramos a los ojos- continuaba a través de canciones instaladas en su propio dogma como 13/18 hasta llegar a Fosforito, en la que otra mujer, Lia Kali, se sumaba a la estampa del patio andalusí que coronaba el estadio para participar de la ceremonia que ahí se gestaba.
Dellafuente con Judeline cantando Romero santo en Madrid pic.twitter.com/6Es4lQsEPh
— Pablo Gil (@pablogil72) June 20, 2025
Electrónica en la Alhambra
Si la música de Dellafuente fuera una fe, lo que queda claro es que su premisa máxima sería distinguir Andalucía como una tierra sagrada. «Estrella de ocho puntas en mi cuello, llevo Al-Ándalus en la sangre», dice él mismo en La Recomellía, una canción que no ha entrado dentro del repertorio en el Metropolitano pero cuya esencia ha vertebrado todo el espectáculo. Tanto es así que Pepe y Vizio no han tardado en aparecer para entonar el combo de Flores y Flores pa tu pelo. Más tarde, a Dellafuente le seguía por la plataforma su coro de bailarines enfundados en tela negra, exagerando movimientos toscos como de invocación en Corazón de agua. Los intérpretes danzaban, corrían y saltaban por las pistas al ritmo del de Granada presumiendo su fe bajo cuaquier elemento que apareciera en escena, fuego o agua.
Esa era la estampa cuando otro rostro interrumpía el adoctrinamiento desde una esquina del patio que era el escenario. Rels B rompía con su habitual carisma la ceremonia mística que envolvía el concierto para canta junto a Dellafuente ese hit titulado Buenos genes y con el que el público se volcaba de lleno. En ese momento, como si la hubieran convocado una ligera lluvia entraba por el techo abierta del Metropolitano llenando la pista central y meclándose con los chorros que explusaban las fuentes del escenario.
Ese era el pistoletazo de salida a una nueva capa en el despliegue técnico y visual del granadino, que continuaba su recepción con un ramillete de temas más cercanos a la electrónica. Así, de la mano de Amore, el cantante dejaba a un lado el german para adentrarse en la vanguardia con Malicia, en la que un surtido de láseres azules se comían al público a lo largo y ancho de las gradas. Cogían el relevo dos Salomon Sessions, Alomejor_120bpm_gminor y Loquierover_126bpm_aminor, en los que el anfitrión hacía de DJ cantando de la mano de un teclado y acaparando las luces que llenaban el Metropolitano.
Dellafuente culmina su escalada
El rumbo habitual ha vuelto al compás de RVFV y su colaboración en K alegría, como también ocurría con la intervención de Morad para la ya famosa Manos Rotas. En esta última, el fervor del público, apaciguado por ajustes de sonido, volvía a hacerse palpable en la noche madrileña, como pidiendo a gritos continuar con el misticismo del ritual. Así llegaba la traca final, Te amo sin límites, Olvídame, Te como la cara y Consentía, el himno generacional, del tirón para finalizar dos horas de espectáculo.
El líder espritual, que había destacado durante todo el concierto por sus tablas y aplomo ante la magnitud de su conquista en la capital, se venía abajo explicando que tras la gesta necesita un descanso, un tiempo de reposo después de demostrar su indiscutible dominio. “Hasta aquí mi subida a la montaña”, ha rematado.