Lo peor no fue la violación, sino saber que podían haberme salvado y no lo hicieron

Yo creía que sabía el significado de la palabra pobre -según la RAE, Necesitado, que no tiene lo necesario para vivir-, pero leer ‘Pobre’ (Planeta), el libro autobiográfico de Katriona O’Sullivan, me ha demostrado que no tenía ni idea del alcance de esta situación. Hija de unos padres adictos a la heroína que no supieron ocuparse de ella ni de sus cuatro hermanos, dejó de ser niña a los siete años, cuando fue violada por un amigo de la familia en su propia casa. 

«La versión pequeña de mi, esa niña que hacía la rueda y enseñaba las braguitas al hacer piruetas en el césped. La niña que reía con el cuerpo entero. La niña que correteaba y se caía y saltaba y trepaba y trepaba y trepaba se quedó allí en ese instante. En el antes», relata en el libro, que se ha convertido en un fenómeno editorial en Irlanda, donde ha sido número uno en ventas de no ficción y ha recibido los premios An Post Irish Book Awards 2023 a la Biografía del Año y el Listener’s Choice Award. 

‘Pobre’ no es un manual de autosuperación al uso, es un relato que te pone en la piel de una niña, marcada por la pobreza extrema y la drogadicción de sus padres sin que el sistema le diera respuesta. Ella consiguió superar esa situación, en gran medida, gracias a la acción de unas pocas personas que sí supieron darle la oportunidad y el apoyo que merecía.

Katriona O’Sullivan: «Yo solo quería que mi madre fuera normal»


Foto escolar de Katriona O’Sullivan

«Yo solo quería tener una madre normal. Si ella era normal, entonces daría igual que mi padre estuviera en la cárcel. Yo quería una madre que nos preparase la cena y nos acompañara al colegio», relata en el libro. Sin embargo, su madre nunca supo quererla, tampoco su padre. Katriona presenció desde los cinco años episodios de violencia y situaciones como la sobredosis de su padre que ningún niño debería afrontar. No comía, no tenía ropa limpía, no se aseaba, los niños no querían jugar con ella, a los 15 años se queda embarazada, su padre la echa de casa y se ve sola, en la calle, sin nadie a quien recurrir. El listado es enorme y ella misma cayó también en la drogadicción, pero se abrazó a la educación y consiguió doctorarse en Psicología en el Trinity College de Dublín. Actualmente trabaja como profesora titular de Habilidades Digitales en el departamento de psicología de la Universidad de Maynooth (Irlanda). Además, ha sido ponente deel Foro Mundial de la Educación de la ONU, en el Taller Europeo de Acción de Género sobre Mujeres y Digitalización y ofrece charlas inspiradoras por todo el mundo defendiendo la equidad en la educación, la inclusión y la diversidad.

Katriona no busca dar pena. Su valiente y descarnado relato es una llamada a la acción para poner fin a esta lacra social. En la entrevista nos explica que incluso en la pobreza hay clases sociales, ella perteneció a la más extrema: “Ser pobre, pobre como yo lo fui, es pobreza económica, emocional, de esperanza, mental y de oportunidades”. También afirma que, aunque ha salido adelante, las consecuencias del trauma siguen presentes: “Las consecuencias están en mis huesos”.

Defiende la educación como herramienta para romper el ciclo de la pobreza, pero advierte sobre los límites del discurso del esfuerzo individual: “Estamos enseñando a los jóvenes mentiras. No todos partimos del mismo lugar”. En ese sentido, propone eliminar la educación privada, invertir más en la pública y dotar a los docentes de formación y recursos adecuados para atender a los estudiantes que crecen en entornos vulnerables.

Hoy, Katriona O’Sullivan utiliza su historia personal como punto de partida en sus clases y conferencias. Considera que visibilizar estos relatos puede contribuir a comprender la complejidad de la pobreza y a desarrollar políticas más inclusivas. Pobre no solo reconstruye una historia de vida difícil, sino que cuestiona los discursos oficiales sobre mérito, movilidad social y oportunidades reales. Para ella lo peor no fueron los abusos, ni siquiera la violación, fue darse cuenta de que podía haber sido salvada, pero quienes tenían esa responsabilidad, no lo hicieron.

Para mí, ser pobre es tener hambre: hambre de comida, de amor, de recogimiento, de oportunidades

P.- Antes de nada, quiero decirte que para mí es una entrevista muy difícil porque te abres en canal en este libro. Ya desde el título, Pobre, una vida de lucha por un destino mejor. ¿Cómo definirías la pobreza?

R.- La pobreza tiene diferentes capas. Puedes ser un pobre rico o un pobre pobre. Un pobre rico es cuando no tienes dinero, pero tienes valores, ves oportunidades, tal vez tienes una madre buena que lucha por ti. Ser pobre pobre, como yo lo fui, es pobreza económica, emocional, de esperanza, mental y de oportunidades. Para mí, ser pobre es tener hambre: hambre de comida, de amor, de recogimiento, de oportunidades.

P.- ¿Has conseguido superar el estigma de la pobreza?

R.- Sí, pero creo que las consecuencias del trauma y de la pobreza están en mis huesos. Cuando las cosas se ponen difíciles o vivo una situación estresante, la verdad es que se tambalea mi edificio. Todavía sufro las consecuencias en mi salud emocional. Sin embargo, creo que haber sido pobre también ha sido un regalo. Tengo capacidades, habilidades y una comprensión del mundo que viene de esa experiencia. Hay mucha gente excelente en situación de pobreza que la mayoría no ve. Es algo complejo. Desde luego, no querría volver a vivir eso, pero me siento agradecida del poder que me ha dado como mujer. Realmente, no lo tiene todo el mundo. Soy afortunada.

Cuando digo que soy afortunada, no es por la experiencia como tal, sino por haber podido encontrar después amor, felicidad, seguridad, un trabajo maravilloso y una educación fabulosa

P.- Oírte decir que eres una afortunada habiendo leído el contenido de este libro, me pone los pelos de punta.

R.- Si hubiera tenido la oportunidad de hacerlo, nunca habría elegido esta vida. Es un regalo que habría devuelto y habría optado por una vida sencilla. Pero me siento afortunada porque muchas personas quedan totalmente destrozadas por estas experiencias. Yo tuve el regalo de ver un nuevo amanecer en mi vida que hizo posible que pudiera seguir adelante. Cuando digo que soy afortunada, no es por la experiencia como tal, sino por haber podido encontrar después amor, felicidad, seguridad, un trabajo maravilloso y una educación fabulosa. Esa es mi suerte, no las experiencias en sí.

P.- Los expertos hablan del círculo hereditario de la pobreza, que pasa de padres a hijos. Se podría decir que prácticamente es un milagro que hayas conseguido salir de ahí, y lo hiciste gracias a la buena voluntad de algunas personas con las que te encontraste por el camino, cuando debería haber sido responsabilidad de la administración pública. ¿Qué se puede hacer para evitar situaciones así?

R.- En la educación, en las escuelas donde sabemos que hay una alta concentración de pobreza, necesitamos asegurarnos de que todos los profesores sean excelentes, que sean como un ejército de Miss Arkinson [en referencia a su profesora de Primaria, que la ayudó]. Cada profesor debe entender con qué está lidiando, cómo es la pobreza. También tendrían que tener recursos para suplir las carencias de esos niños, dar abrazos, comida y ropa. Además, debemos desafiar el relato que transmitimos: desde el principio les decimos a los niños que tienen que trabajar duro y que con eso triunfarán, pero es mentira. Yo trabajé muy duro y necesitaba muchas otras cosas que compensasen mi situación. Estamos enseñando mentiras. Tal vez deberíamos introducir en el sistema educativo la enseñanza sobre las desigualdades, permitir que los niños entiendan que no todos empezamos desde el mismo punto de partida.

Yo apoyo firmemente la educación y, por ejemplo, erradicaría la educación privada

Hay muchas cosas que las instituciones pueden hacer. Yo apoyo firmemente la educación y, por ejemplo, erradicaría la educación privada. También necesitamos empoderar a las mujeres y a las madres, asegurarnos de que los hijos de madres solteras en situación de pobreza estén bien, que ellas tengan acceso al trabajo. Tiene que haber un sistema de educación gratuita que contemple la capacidad de fracasar y volver a intentarlo, como yo hice. Apoyo también la salud mental. La pobreza y el trauma que se leen en mi libro van de la mano. Es diez veces más probable sufrir abusos en la infancia cuando se es pobre, por lo tanto, hay que ofrecer la posibilidad de sanar para que estas personas puedan participar en el mundo.

P.- En España, el sistema público de educación incluye un modelo mixto de colaboración público-privada que en los últimos años está creciendo en detrimento de la educación totalmente pública. ¿Te parece un buen sistema?

R.- Es un gran error. Finlandia, por ejemplo, acabó con la educación privada e invirtió más en la pública, provocando un beneficio para todos, para las clases privilegiadas y para la gente que no lo es. Todos mejoraron y disminuyó la brecha entre ricos y pobres. No estoy de acuerdo con comprar tu posición a través de la educación. Se sigue perpetuando un modelo de meritocracia, de que la gente que lo logra es porque ha trabajado más duro, y no es cierto. Es una cuestión de oportunidades.

Vivimos en un mundo en el que el 8% de los niños —aquí en España— están en riesgo, pasando por la misma situación que yo

P.- En el libro relatas episodios terribles, por los que nadie debería pasar, y menos un niño, entre ellos, el momento en que dejaste de ser niña, tras ser violada.

R.- Vivimos en un mundo en el que el 8% de los niños —aquí en España— están en riesgo, pasando por la misma situación que yo. Cuando me pidieron que escribiera mi historia, quise ser brutalmente honesta, porque creo que para actuar es necesario sentir. Mi objetivo era ese: que te sintieras herida al leer este testimonio.

Me di cuenta de que la gente en posición de poder podía haberme salvado, pero no lo hicieron

P.- He sentido vergüenza de la sociedad en la que vivimos, que permite que sucedan esas cosas.

R.- No quería hacer daño por hacer. Porque mi peor experiencia en toda mi vida no fueron esas tan duras que tú relatas. Lo peor fue, ya de adulta, cuando pude ir a una universidad de gente privilegiada. Accedí a la belleza y los privilegios del mundo, y me di cuenta de que la gente en posición de poder podía haberme salvado, pero no lo hicieron. Eso es lo que me hizo más daño, mucho más que mis padres o mis experiencias. Me parece bien esa vergüenza, sobre todo si se convierte en acción. Lo que quiero es que las personas que se sienten culpables o avergonzadas dejen de estarlo.

P.- En España estamos viviendo el fenómeno de la inmigración. Cada día llegan de África muchísimas personas, entre ellos niños, huyendo del hambre, la miseria y la guerra, poniéndose en manos de mafias. Sin embargo, en vez de ayudarles, les tratamos como delincuentes.

R.- Es muy triste. Todos somos seres humanos y en vez de estar peleándonos entre nosotros, deberíamos crear un sistema inclusivo y diverso en el que todo el mundo florezca. En Irlanda pasa exactamente lo mismo. Los irlandeses más pobres acusan a los inmigrantes de quitarles recursos. Deberíamos ver a los niños como niños, independientemente de su origen, y ofrecerles ayuda. Es un problema mundial.

Siempre tuve esperanza siendo niña. Me imaginaba mi vida como en los libros que leía

P.- Fuiste madre con 15 años y, de alguna manera, ese niño te salvó.

R.- Me quedé embarazada con 15 y fui madre con 16. Yo quería lo mejor para él, pero no sabía cómo alimentarlo, cómo vestirlo. No tenía ningún tipo de habilidad, pero me dio motivación para seguir intentándolo. No lo recomendaría, porque ser madre o padre a los 16 años es una equivocación. Emocionalmente no estaba preparada, pero luchar fue un catalizador, me ayudó a seguir avanzando en el período más oscuro de mi vida. Estaba totalmente sola y asustada.

Siempre tuve esperanza siendo niña. Me imaginaba mi vida como en los libros que leía. Después perdí la casa y pensé que no había esperanza. Tener un hijo me ayudó, pero también añadió vergüenza.

P.- Tus padres te echaron de casa cuando más te tenían que haber apoyado. A pesar de ello, les quisiste, porque pensabas que eran otras víctimas, como tú.

R.- No siempre tuve esta visión de mis padres. El regalo de la sanación y la terapia es ser capaz de reflexionar y ver a los padres con su propia historia. Si me hubieses preguntado hace 15 años, habría estado mucho más iracunda y no tendría esa capacidad de perdonar. Elegí perdonar. Es un proceso que he elegido como compromiso. Vivo con dos experiencias: la niña herida y la adulta que se da cuenta de que no pudieron hacerlo mejor. Realmente lo creo. Si hubiesen podido, lo habrían hecho. Mis padres tuvieron una vida absolutamente miserable y nadie quiere vivir así. Yo elijo perdonar.

P.- ¿Has sido una madre protectora?

R.- La experiencia de mi hijo mayor no es la misma que la de mis otros dos hijos. Durante los primeros cuatro años no fui una buena madre, fui como la mía. Tras recuperarme y pasar por terapia, sí lo fui. Pero soy una madre controladora, y cuando mi hijo mayor leyó el libro comentó: ‘Ahora entiendo por qué eras tan controladora, tan protectora, es decir, nada de alcohol, nada de drogas’. Con los pequeños estoy más relajada, aunque vigilo que no haya depredadores ni signos peligrosos alrededor. Siempre he sido como una madre leona.

P.- ¿Todos ellos conocen tu historia?

R.- El mayor la vivió, conoció a mis padres y al resto de la familia, pero los pequeños están más protegidos. No han leído el libro, aunque está ahí para que entiendan que son unos privilegiados.

P.- ¿Qué fue de tus hermanos?

R.- Es mi historia, no la suya. La adicción está por doquier en todos nosotros. Algunos van bien, otros no. Hay uno que está en la cárcel: delitos, sin casa, adicción… Se perpetúa el modelo, el trauma.

Este tipo de traumas no son infrecuentes. Lo que es infrecuente es hablar de ello. No hay nada de qué avergonzarse

P.- Ahora tus vecinos, compañeros de trabajo, alumnos y las personas que te rodean conocen tu historia. ¿Has sentido miradas extrañas o has conseguido liberarte del estigma de la pobreza?

R.- Creo que la gente ya lo sabía de todas formas, con o sin libro. Soy una persona emocional y, en cierta forma, contar mi historia dio un contexto a lo que soy y cómo soy. La gente normalmente me acoge, me da amor, me abraza. Me dicen: ‘Yo también fui pobre. Yo también soy una persona dañada’.

Este tipo de traumas no son infrecuentes. Uno de cada cuatro adultos y niños lo experimenta. Lo que es infrecuente es hablar de ello. No hay nada de qué avergonzarse. Yo viví en silencio con esa vergüenza, manteniéndola viva en mí. Poder liberarme ha sido todo un alivio.

P.- ¿Qué le dirías a la niña que fuiste y a otras posibles niñas que estén en esa misma situación?

R.- Le diría tres cosas: no es tu culpa, pide ayuda y sigue haciéndolo. Finalmente, le diría: no eres capaz de imaginar la vida que llegarás a vivir y que vas a conseguir, así que nunca te rindas. No eres capaz de soñar todavía lo que será tu vida.

Fuente