El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en rueda de prensa. / Agencias
Que Pedro Sánchez rechazara incrementar el gasto español en defensa hasta el 5% es algo que se esperaba en el entorno de la OTAN. Se esperaba y se espera de él y de algún otro mandatario europeo. Se esperaba, sí, la escenificación de una ‘suma de críticos’ para presionar en pro de la rebaja de un polémico objetivo o la flexibilidad para cumplirlo. Se esperaba. Y se esperaba también que en estas fechas, en los alrededores de un cónclave de la Alianza Atlántica que se prevé que será “histórico” –por el contexto geoestratégico de guerras y la irrupción de un desatado Donald Trump en segundo mandato-, hubiera ruido y necesidad de exhibir negociación. Eso, pese a que los técnicos de la OTAN y los ‘sherpas’ expertos en Defensa llevan meses intercambiando transaccionales, dada la incomodidad de países como España ante la propuesta original de Mark Rutte.
Pero que todo esto se esperara -porque se esperaba, como han admitido en encuentros discretos conocedores de estas gestiones de alto nivel- no significa que no haya lugar para la sorpresa y los imprevistos: el español Sánchez ya no solo tiene un problema para garantizar mayorías con socios antibelicistas (y eso que ha decidido intentar vivir sin presupuestos, que ya es arriesgar), sino que cuando a una semana para la cumbre de la OTAN en La Haya, esos aliados parlamentarios se preguntan si deben dejar caer al Gobierno por la corrupción en el PSOE.
El caso “Ábalos-Koldo-Cerdán” lo ha cambiado todo. El miedo a nuevas revelaciones a partir de las pesquisas de la UCO acrecienta la sensación de que la legislatura española está en la UVI. Sumar está atrapado en la mesa del Consejo ministerial. Podemos y el BNG ya han marcado distancias. Los comunes y Compromís, se lo piensan. A ERC le pica la conciencia y se le nota… el PNV busca jugada a medio plazo y Junts, analiza opciones y réditos. Los indicios de que dos secretarios socialistas de Organización se hayan podido lucrar de forma indecente usado concesiones desde el propio Ejecutivo, sin que se pueda descartar todavía la financiación irregular del partido, han emponzoñado el futuro gubernamental. La suciedad podría contagiarse en distancias cortas ante una opinión pública desmotivada y los partidos quieren llegar lo más limpios posible a las siguientes autonómicas y municipales.
Los socios de Sánchez deshojan la margarita, ‘to be or not to be’, en los días previos a una cumbre sobre seguridad que promete hacer historia en torno al gasto militar. Y que a la mayoría de esos grupos parlamentarios, les repatea. El presidente y líder del PSOE, “muy tocado” por el ‘caso Ábalos-Koldo-Cerdán’, trata de que no le abandonen y enfatiza que ha sido engañado, que ha echado ya a los malos, que no sabía nada, que hará una auditoría, que si él tiene manzanas podridas, el PP siempre más…. Que deben perdonarle, en definitiva, esta infidelidad a la prometida regeneración con la que un día y con una moción de censura echó a Mariano Rajoy de La Moncloa.
Quiere Sánchez una última oportunidad y busca gestos de reconciliación exprés: y precisamente el dejar por escrito en una ruda carta a Rutte que se niega a aceptar el 5% del gasto en defensa, es uno de ellos. Ha jugado fuerte. Es la escenificación que la OTAN esperaba -porque la esperaba de una España tradicionalmente poco guerrera y preocupada por la deuda y el gasto social-, aunque elevada al cubo ahora por agónica necesidad de un gobierno acosado por la corrupción.
Pero la Alianza Atlántica, acostumbrada a cerrar sus cónclaves con acuerdos “por unanimidad”, aun cuando realmente no han existidos pactos, no está para atender mucho problema ajeno en este mundo de Trump y las batallas sobrevenidas: su costumbre es la de no enfadar demasiado a la Administración estadounidense, el aliado principal, y su temor es la cronificación de la guerra en Ucrania y los arrebatos de Putin, sumado al horror en Gaza y ahora a los ataques con misiles entre Israel e Irán, a los que EE.UU amaga con sumarse.
Se sume o no, Trump ya ha advertido a Rutte y a los europeos en los últimos meses que está decidido a retirar recursos militares e inversión en defensa en Europa para dedicarlos a otros menesteres. Y que eso no tendrá marcha atrás, decidan lo que decidan y cómo lo decidan en La Haya. Quiere forzar a Europa a que se haga mayor en materia de seguridad y sea más autónoma.
Siendo así, ¿para qué hay que llegar al 5%? Según ha dejado caer el equipo de Trump a los Estados europeos, es el precio para garantizar la seguridad del viejo continente ante la amenaza rusa mientras logra rearmarse por su cuenta (se tardan años en fabricar o adquirir material bélico y tecnológico ligado a la seguridad). En el contexto bélico en el que estamos, el dilema para los europeos no es menor. Mucho menos para Sánchez, obligado a añadir a la ecuación global un ‘asuntillo’ particular: su propio futuro y las posibilidades de resistir sin someterse a una cuestión de confianza, como mínimo, o adelantar elecciones.