Me exigió un lector el otro día en el paseo marítimo que me dejase de pamplinas y que trajese aquí algunos calambures como solía hacer en temporadas pasadas.
–Pero si ahora lo que ando es coleccionando antítesis. Por ejemplo: «Cuando bebo no meo, y a veces meo sin beber» –respondí.
–Nada, nada: calambures. Vivimos otra vez una época en que las palabras juegos son, donde dije Diego digo digo, mentira en diferido, no mentí sino que cambié de opinión, viva el analfabetismo funcional… Aplícate y déjate de rollos.
–Van a decir que columna tal no sería columna de opinión…
–Pero ¿acaso el humor no es un modo de estar en el mundo, una opinión sobre tanto trumpista, trampista y trompetista? ¿Así andamos?
De modo que volví a llamar a mi amigo invisible, quien de calambures me provee, para que abandonase su retiro zen en las alturas del occidente astur. ¿Que quieren ustedes calambures? Pues tomen unos cuantos tal como el colega los fabrica. (Recuerden: el calambur es la agrupación de varias sílabas de modo que alteren el significado de las palabras a que pertenecen, como en «este es conde y disimula», lección del Diccionario).
1- «La quemó la que mola más». Pero, según las pausas y la velocidad de lectura y una lengua algo arcaicapostmoderna puede ser «La que mola, quemola más».
2- «Dichosos tenderos italianos; él la ha cesado», protesta un turista. Sin embargo, el oyente nos salió algo porno y entiende: «Dicho sostén de Rosita líanos: ella hace sado». Qué calambur más lioso, sí.
3- Le doy la brasa a un vecino de mi banco del parque. Tras aguantarme un rato, se yergue apresurado reprochándome: «A penas no te gana sor Inés». Como soy mayor, he de reprocesar lo que me pareció oír como una disculpa urológica fallida: «Apenas noté ganas: orines». Había creído incontinencias en mi contertulio.
4- Un calambur que va de la alimentación al crimen inducido, nada menos que así es el juego de las palabras. «Consumo tomate” es, si lo digo corriendo «Con su moto maté».
5- Nada hay como una tisanita para aliviar los excesos alcohólicos, pero seres conozco que incluso en tal circunstancia la desprecian con enojo: «Aun tras tomar ron y orujo, aparta té». Pero, al tener la lengua estropajosa y felpudiana por los aguardientes y la razón nublada por lo mismo, ¿quién puede decir que no dijo «A un trasto marrón yo rujo: ¡apártate!»?
6- Si un camarero del Ampurdán me ofreciera «Queso y pan olí», puedo sacar a pasear mi centralismo castellanomadrileño y responder cabreado: «¿Qué soy, panoli?».
7- Este séptimo calambur puede ser una constatación: «Por tan dolorosa pena se va» o una respuesta a mi amiga que me pregunta qué hago camino del zoológico: «Portando loros apenas, Eva».
8- Mi amigo invisible aconseja a un pobre encargado de cuidar ganado porcino, ignorante de las leyes nórdicas: «Porquero: sé noruego». El porcarizo le trae una lata, pues entendió «Por queroseno, ruego».
9- «Muchacho, col a ti nada», dice el encargado del comedor infantil. Los miembros de la AMPA interpretan mal sus gestos: «Mucha chocolatina da».
10- No sabía yo que en Petra comían queso del lugar: «Untan queso nabateo ricamente». ¡Ah, no! Nos aclara el guía con explicación turísticotrágica: «Un tanque sonaba, teóricamente».
11- Miren cómo está mi amigo invisible y solitario: «Malo, ido… miré estufa». Le aconsejo que esparza y se dedique, por ejemplo, a tocar algún instrumento a medias conmigo. Me convierte en calambur lo que dijo: «Mal oído: mi re es tu fa».
12- Clamó en pregunta el sumo sacerdote: «¿Es tu dios ése, Isabel?». Y contestole la muy sorda monaguilla: «Estudiose seis Abel».
El calambur necesita esfuerzo creativo, juego inteligente. La memez majadera en que han convertido tantos iliberales, fachas y falsos izquierdizantes el lenguaje público solo precisa de mala fe y ganas de engañar. Desentrañen mis queridos lectores los calambures de la infamia.
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