Para jugar en Argentina no vale cualquiera. La norma fundamental es no ser un ‘pechofrío’, la forma más certera, y coloquial, para describir a un deportista que carece de pasión, entusiasmo o compromiso, especialmente en momentos cruciales o decisivos. Por eso, antes de fichar por un equipo de este país, hay que estar plenamente seguro de saber manejar la presión. Por eso Iker Munian y Ander Herrera dieron el paso. Para los aficionados, vivir un partido en La Bombonera o en el Monumental es un sueño que, a veces, se teletranporta, como está sucediendo en el Mundial de Clubes.
«¿Y qué? Somos de Boca. Pierda o gane»
“Ya no puedo ni dormir imaginándolo, venir a Boca es algo único», confesó antes de llegar a uno de los clubes más importantes de Sudamérica y del planeta, a pesar de no tener el relumbrón de antaño. Así quedó demostrado en un Hard Rock de Miami convertido en una pequeña Bombonera, donde los hinchas del ‘Xeneize’ no dejaron de alentar a un equipo que se llegó a poner 2-0 frente a Benfica. Terminó claudicando de la peor de las maneras, a costa de un Otamendi que silenció a un fondo que, hasta el minunto 84, disfrutó al máximo con los suyos.
Después del encuentro, el idilio se mantuvo. Porque, como comentaba un hincha a la salida del estadio, después de sollozar tras el empate portugués, se rebelaba contra la comodidad: «¿Y qué? Somos de Boca. Pierda o gane», lanzaba con una mayor seguridad que la de un dispostiivo tan poco acostumbrado a ver disfrutar el deporte de esta manera que quería prohibir la salida de los periodistas hasta su autobús, «porque había incidentes muy graves ahí afuera». ¿Cuáles eran? Pues una hinchada culminando una gran jornada, abrazándose y cantando como si no hubiera un mañana.
Ya fuera, La 12, la ‘barra’ de Boca y todos los que forman parte de la colectividad del club argentino, abrazaron con sus cánticos a Herrera, como hicieron en el campo, cuando denunciaron lo que consideraron como una expulsión injusta. Desde luego que no lo fue, porque el vasco perdió los nervios como si fuera un hincha más cuando Otamendi, el verdugo de Boca, forzó un penalti que transformó Di María.
Un calvario de lesiones
Herrera apenas duró 20 minutos en el campo. Las lesiones han sido un calvario para el ex del Athletic o Real Zaragoza, que nada más debutar en La Bombonera cayó lesionado. Cuando por fin regresó, volvió a caer. Está inmerso en un efecto ‘yo-yó’ que está amargando su existencia en un Boca que querría ayudar al máximo. Pero al que también desearía guiar a través del juego para, con su experiencia en las competiciones de altos vuelos, evitar un desgraciado 2-2 que fue un jarro de agua fría para el conjunto argentino.
Porque este duelo era una final anticipada para los dos equipos, que ahora tendrán que luchar con el demonio alemán del Bayern para pasar de ronda. Boca deberá hacer un ejercicio de resistencia todavía mayor y esperar a que los de Bruno Lage salgan tan mal con en la primera parte de su estreno. Lo que se mantendrá inalterado es el poder del jugador número 12 de Boca, «que va a superar cualquier expectativa, porque la gente que no es de Argentina es incapaz de entender su dimensión»; anticipaba Herrera en una zona mixta previa al debut de un equipo que vive en la zozobra.
«Las lesiones son la cara de nuestra profesión», lamentaba hace unos meses en una entrevista, consciente de que su estado no es el mejor. Con todo, intentará ayudar desde la distancia a mantener vivo el sueño de un conjunto que lo ha perdido todo en los últimos tiempos. Desde el prestigio hasta el ánimo, después del tránsito por el desierto con Gago. Pero encuentros como el del debut en el Mundial de Clubes sirven de anestesia contra el dolor y alimentan la gloria de un equipo que, en la grada, ganó por goleada.