Entre cazas, helicópteros de combate, cargueros gigantes, pilotos con mono y gafas de sol, escuadrillas acrobáticas en el aire… hubo un momento en la tarde de este sábado que en las pistas de la base aérea de San Javier había a la vez 35.000 de las 56.000 personas que la pisaron en una misma jornada. Fue en ese momento punta en que, en el término de Los Alcázares, una carretera de acceso colapsaba de tantos coches que trataban de llegar, y, en las puertas del recinto militar, largas colas de visitantes invertían horas de espera. Al tiempo, el rey Felipe programaba con instructores de la base un vuelo de entrenamiento en un turbohélice Pilatus.
El motivo de tanta expectación es la más grande operación de promoción y de cultura de defensa emprendida por el Ejército del Aire en los últimos años. El Festival Aire25, que transcurre este fin de semana en la costa del Mar Menor, se puede describir de maneras diversas. En esencia es una exposición de gran tamaño, a lo largo de 600 metros de pista a la que se asoman en los lados los medios aéreos de las Fuerzas Armadas, incluidos el caza Eurofighter o el helicóptero Tigre. A la vez, el festival es la ocasión en que danzan ante centenares de miles de ojos las patrullas acrobáticas militares de Francia, Reino Unido, Italia y Suiza… además de la española Patrulla Águila, que cierra este domingo sus 40 años de historia.
Espíritu aeronáutico
Pero hay de fondo algo más. “Este tipo de actos genera más que cultura de defensa: espíritu aeronáutico”, comenta, mirando a la muchedumbre, vestido con uniforme de piloto y de paseo con la familia el general de División Carlos Pérez, ex jefe del Ala 11 de la Fuerza Aérea y hoy alto directivo del Mando de Apoyo Logístico.
Para Pérez, “espíritu aeronáutico” es “amor a la aviación, al reto humano que supone volar”. Y de eso, y de otras cosas, le está hablando al público el Ejército del Aire estos días desde la orilla del Mar Menor.
Un piloto del Ala 15 del Ejército del Aire explica la cabina del caza F18 a unos jóvenes. / JJF
Este domingo sobrevuelan la playa las mejores agrupaciones acrobáticas de las fuerzas aéreas europeas. Es un espectáculo enorme al que asisten Felipe VI y la ministra de Defensa, Margarita Robles, además de dirigentes de la industria de defensa. El evento ocupa su lugar en el calendario en pleno rearme europeo y en puertas de una nueva cumbre de la OTAN.
En el Ejército del Aire esperan superar las 400.000 personas asistentes, ataviadas con gorras y pertrechadas con crema solar, que desde muy temprano guardan sitio junto al mar. Los impresionantes giros, cruces, aperturas y picados de los aviones militares transmiten más que el mero espectáculo circense o deportivo. Con la habilidad y el peligro se comunica también la excelencia de un país, de su capacidad de organizarse, de esforzarse, de afinar la coordinación y disciplina de sus militares y de alcanzar metas tecnológicas con su saber industrial. Cuando una patrulla acrobática como la Águila, los Red Arrows o los Frecce Tricolori impresiona al público, todo un PIB y un prestigio nacional vuelan con ella en un despliegue de diplomacia de defensa.
Sin patrulla
Dice a EL PERIÓDICO el coronel Luis Felipe González Asenjo, jefe de la Academia General del Aire (AGA), que el número de vocaciones, de solicitudes para formarse como piloto, ha crecido un 15% en dos años.

Un tigre de peluche junto a la cola de un F 18 del Ala 15, de la que es mascota. / JJF
Actualmente se forman en la academia 90 futuros pilotos de dos cursos finales, el mismo tramo en el que se integrará la princesa de Asturias en septiembre. La alférez Leonor de Borbón se probará como oficial, y aprenderá a mandar en las aulas de San Javier.
También se adiestrará en el Pilatus, el avión de entrenamiento que este sábado ha probado su padre. Felipe VI, cuando fue alumno de la AGA, se adiestró con los cazas españoles C-101, apodados entre los pilotos como “los culopollo” por su popa recortada, los aviones que este domingo se dan de baja por haber llegado al límite de su vida útil.
La de este domingo es su última exhibición. “Ver jubilarse al avión con el que se formó, a uno le hace viejo”, se lamenta el jefe del Estado Mayor del Aire, el general Francisco Braco. “A uno le da un pálpito especial el corazón cuando se despide de este avión”, añade.

La gente pide a los militares que les hagan fotos top gun a bordo de las aeronaves / JJF
Hace diez años se tuvo que haber emprendido un plan para sustituir con un avión de fabricación española los culopollo -también españoles, de CASA- que ahora se jubilan. Pero hace diez años, en plena crisis financiera, y con España al borde del rescate “lo último en lo que pensaban los políticos era en la Patrulla Águila”, comenta un ejecutivo civil de Defensa.
Dicen en el Ejército del Aire que ahora “se abre un periodo de reflexión” para buscar un avión con el que reconstruir la patrulla que hoy queda disuelta. “Habrá una Patrulla Águila… en el futuro”, asegura el general del Aire Braco.
Seducción
“¡Se puede montar”, apremia un niño a sus padres cuando percibe que, alrededor de un helicóptero Chinook de transporte, se forma cola para verlo por dentro. El ejército que se exhibe este fin de semana es uno de los más necesitados de personal de refresco. Va a aumentar su flota de aviones de combate, de comunicaciones, de reabastecimiento y de transporte con una necesidad de personal que las mencionadas fuentes cifran en el doble de la actual plantilla.
Viendo a los jóvenes arremolinarse en torno a los puestos de emblemas, llaveros y pósteres, y a los niños subir con la boca abierta la escalerilla de un caza F18, y a los mayores observar los C-101 aparcados, cada uno con el nombre de su piloto, “cap. G. Marín”, “Cte. Abad”, escrito bajo la carlinga, como se hace con los coches de carreras… se diría que el Festival Aire25 cumple también con una misión proselitista.

Un puesto de camisetas y emblemas. Cad unidad del Ejército del Aire se hace su merchandising y lo vende. Con el dinero que se saca se pagan comidas de hermandad y otros actos sociales. / JJF
Y la seducción tiene su rito. Más o menos, la experiencia que busca el público al entrar en el vientre oscuro de un A400M, el carguero volador más grande de los ejércitos. Hacen cola para sentir lo que se siente en el interior del cachalote, ver los millares de cables que flanquean su esqueleto de acero y fibra. Suben mirándolo todo por la misma rampa desde la que se arrojaron palés de ayuda sobre Gaza, o se alineaban expatriados de Afganistán huyendo de la muerte. Los pilotos han dejado encendidos los motores, rugiendo como si hubiera preparativos para despegar.
Pepinos
Más adelante, en la pista se alinean en los flancos algunas joyas históricas. Aire25 ha colocado junto a cada aparto un código Bidi para que la gente pueda leer en su móvil qué está viendo ante sí. Bajo el ala de una Cessna armada con 14 cohetes se refugia del sol un militar mirando el móvil. Y un poco más allá, un venerable Bücker Jungmann se presenta al público, más que barnizado, acharolado en blanco y negro, como si fuera un Rolls de comienzos del siglo XX.
Al fondo, junto a frecuentadas choznas de refrescos y bocadillos, un veterano Aviocar del 721 Escuadrón luce en su cola un letrero que acredita un millón y medio de lanzamientos paracaidistas, y en el ala de un caza F-18 han depositado los pilotos el peluche de un tigre, su mascota, acostada al sol de Murcia.

El público en torno a un heicóptero de combate Tigre del Ejército de Tierra. / JJF
Cerca ha puesto una parada el Parc Aeroàutic de Catalunya, que muestra fotos de su colección privada de aeronaves estacionadas en Sabadell. “Ahora esperamos que el Ejército del Aire nos ceda un culopollo”, confiesa uno de los voluntarios que atiende el puesto, en el que se ven los “mitjans aeris” de los Mossos d’Esquadra.
Están un poco antes de que cierre el camino con su imponente panza amarilla un hidroavión Canadair del 43 Grupo de Fuerzas Aéreas, el alivio que se ve aparecer cuando se incendia el monte. En la lucha contra el fuego, es capaz de chupar seis toneladas de agua en 12 segundos, y de arrojar hasta 750 toneladas de agua sobre las llamas en una misión de extinción de incendio forestal de dos horas.
En uno de los puestos de camisetas y emblemas, el Ejército de Aire ha puesto un guiño a eso del espíritu aeronáutico que mencionaba el general Carlos Pérez. Es una frase en un toldo, dedicada a la veintena de alevines de primero de la AGA que, vestidos con prendas deportivas, espera el saludo del Rey. Dice el letrero: «Lo único imposible es aquello que no intentas». La gente lo lee al pasar, entre el sol y la música cañera, en un ambiente que ha ido cogiendo una tonalidad muy Top Gun.
Caminan ante los cazas un muchacho y su colega, aspirantes quizá a encarnar papeles de Tom Cruise o Val Kilmer cuando crezcan. Pasan ante el morro de un Eurofighter que alinea a su sombra una cola larga, y uno le dice al otro, mirando a la máquina: “Tío, vaya pepino”.
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