Decía el presidente Barbón hace pocos días en una conferencia en Madrid que el envejecimiento es uno de los principales desafíos que tiene Asturias . Y es cierto, ya que la situación del Principado alcanza niveles que figuran entre los más elevados, de España y de Europa. Algún demógrafo ha llegado a decir que junto al cambio climático, el envejecimiento es una de las principales macrotendencias que afectan a la humanidad.
Definiré el concepto como el porcentaje de la población mayor (65 años y más) en el conjunto de los habitantes de un territorio En este sentido, Asturias tiene una tasa de envejecimiento superior al 27%.
Y vayamos con la cuestión planteada. Es conocido que en las migraciones económicas la mayoría de las migrantes que llegan al país de acogida son adultos jóvenes, es decir hombres y mujeres en edad de trabajar. ¿Podemos inferir, entonces, que una corriente continuada de esas personas puede corregir un envejecimiento tan fuerte como el que tenemos en Asturias y en España? La respuesta, que me apresuro anticipar, es que no. Sería tan elevado el volumen de inmigrantes necesario que no parece probable. Dicho de otro modo, la inmigración puede moderar el envejecimiento y eso ya de por sí es positivo, pero no resolverlo.
La ONU publicó en el año 2000 el Informe «Migraciones de reemplazo: ¿es una solución a la disminución y el envejecimiento de las poblaciones?». El estudio calculaba los niveles de inmigración anual neta necesarios para contrarrestar los efectos del envejecimiento futuro de la población. Las cifras son tan espectaculares (Alemania 3,4 millones al año; el Reino Unido un millón; EE UU 10,4 millones; Japón 10 millones) como poco realistas . Lo que si propició el Informe fue el surgimiento de la teoría de la conspiración llamada del «gran reemplazo», según la cual la inmigración fomentada era un plan para sustituir a las poblaciones blancas autóctonas por gentes de otras razas.
Algunos argumentan diciendo que los inmigrantes por si solos no, pero hay que contar los hijos que tengan en el país de destino. En este asunto hay que hacer dos aclaraciones para atemperar la importancia atribuida a la natalidad de los extranjeros. En el pasado cercano, los inmigrantes procedentes de países con fecundidades altas mantenían al principio tasas de natalidad más elevadas que las de la población autóctona. Pero eso duraba poco. En la segunda generación ya se notaba un acercamiento a los valores de la población nativa y en la tercera una casi igualación. En los Estados Unidos las tasas de natalidad de los inmigrantes latinoamericanos descendieron un 25% entre el año 2000 y el 2017 y entre las mujeres de ese origen nacidas en USA bajaron hasta niveles semejantes a los de las blancas autóctonas. En la actualidad la caída de la natalidad en todas partes, incluidos los países tradicionales de emigración, hace que los inmigrantes lleguen a las naciones de destino con pautas de fecundidad más moderadas, lo cual reduce el tiempo de adaptación de la población foránea a los modelos familiares de los nativos.
Matizar la importancia de la natalidad de las mujeres extranjeras, no significa considerar que su aportación es superflua. En España, todavía hoy, los hijos de las madres extranjeras (cerca de 80.000) suponen el 25% de todos los nacidos en España. Son menos que los niños que alumbraban hace unos años, pero la fuerte caída de la natalidad nativa hace que haya aumentado la importancia relativa de la foránea
Y en el futuro ¿qué será de las migraciones y del envejecimiento? Cada vez más, se maneja la tesis de que la emigración procedente de los principales países emisores actuales va a disminuir, debido a que en ellos la caída de la natalidad y el progreso económico van a reducir los contingentes de personas que quieran emigrar. Son necesarios 2,1 hijos por mujer en edad de procrear para renovar las generaciones. Pues bien, en 2024 China tiene un valor de 1 hijo por mujer ; Irán 1,7; India 2,0; Turquía 1,5; México y Brasil 1,6; Indonesia y Marruecos 2,2. Muchos de los países musulmanes, latinoamericanos o asiáticos con China a la cabeza ya no renuevan las generaciones o están a punto de hacerlo . El caso de China es singular porque ha pasado de una situación del hijo único impuesto a otra del hijo único sobrevenido, no deseado por las autoridades que han definido una férrea política natalista, y del todo inconveniente para un país con acusado nivel de envejecimiento. Bajo estas condiciones de natalidad, la población joven de esos países y de muchos otros en situación parecida, va a disminuir y con ella el potencial migratorio. Se reducirá la intensidad del éxodo y algunos territorios dejarán de ser zonas de emigración para convertirse en áreas receptoras de emigrantes. Es lo que le pasó antes a naciones como España, Portugal o Italia y en otros contextos a Corea del Sur, Malasia o Tailandia. Es más que probable que se produzca una reorientación geográfica de los flujos migratorios globales y que la inmigración en los destinos tradicionales (Europa y América del Norte) disminuya con lo que tendrá un efecto cada vez menor en la corrección del envejecimiento. El futuro planteamiento político podría dejar de ser cómo restringir la entrada de inmigrantes, para centrarse en cómo lograr atraer a las personas que se necesiten.
Por ello, tiene poco sentido plantear la elección entre nacimientos o inmigrantes como motor fundamental para evitar el deterioro demográfico y favorecer el crecimiento. La respuesta correcta es nacimientos e inmigrantes; los primeros actuarán en la media distancia y los segundos en el corto plazo. Pero es necesaria su combinación si no queremos que nuestras sociedades entren o acentúen su situación de involución demográfica. Desde el punto de vista político es necesario definir acciones que permitan a la vez mejorar la natalidad y atraer nuevos pobladores. n
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