Aunque todavía el levantinismo destila, y no es para menos, un cúmulo de alegría desbordada y de éxtasis infinito, el curso ya ha concluido y poco a poco va apagando sus luces. El gol ante el Burgos de Carlos Álvarez, la fiesta vivida en la ciudad, el campeonato conseguido frente al Éibar, van a quedar en nuestro recuerdo para siempre, pero como lo malo, todo transita sin descanso y ya es momento de mirar al frente y a lo que nos espera.
Aguarda una Primera División de envergadura y que el Levante conoce bien pese a sus tres años de ausencia. Una categoría en la que los errores se pagan con intereses y en donde cada domingo es una misión que necesita los cinco sentidos. No es una labor fácil para cualquier equipo que consigue llegar a la cima asentarse en ella y buena prueba ha sido esta campaña en la que dos volvieron a caer a Segunda División, mientras que uno, el Espanyol tuvo que esperar hasta la última entrega para aferrarse a la élite.
Me consta que el Levante tiene las cosas claras en cuanto a la confección de la plantilla. No en cuanto a nombres, que lo marcará el devenir del mercado, pero sí en cuanto a perfiles, filosofía e idea de juego. La coyuntura económica, aunque va a registrar un alivio, todavía va a estar estrujada, y los dispendios casi prohibidos. Acertar el tiro en cualquier objetivo es una premisa asumida. Clubes con mayor potencial económico se pueden permitir un cierto margen de error, clubes con un perfil como el Levante, prácticamente lo tienen delimitado.
Avanzarse y ganar días de planificación es algo que en Orriols se está aprovechando, una situación que por ejemplo no puede acometer cualquiera de los otros cuatro equipos que arrancan este fin de semana las eliminatorias por el ascenso.
Puestos a pedir, el Levante ha de tener una plantilla reconocible, identificada con el escudo y con su gente, cercana al momento que atraviesa la entidad, comprometida y unida. Una fotografía idéntica a la que hemos podido ver esta campaña y que tan bien ha ido.
La afición aguarda mientras tanto el retorno al Ciutat para ver de nuevo plantar cara a cualquiera, independientemente de apellidos e historia. La lógica lleva a pensar que habrá que sufrir mucho más, pero los recuerdos todavía actualizados de los años en Primera, constatan que con todo lo anterior más la humildad, y algo de fortuna, disfrutar del Levante en Primera puede ser una aventura maravillosa.
Verano por delante, mucho trabajo por hacer, incógnitas por desvelar. Un ascenso eterno, un fútbol siempre efímero, con un Levante más vivo que nunca.
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