Van Morrison es un whiskey irlandés que sabe a gloria

Cuando el personal todavía se estaba proveyendo de cerveza en las barras o evacuando líquidos en los baños, Van Morrison entró en escena. El arranque del concierto estaba previsto a las 20.30, pero el cantante de Belfast, casi diez minutos antes, ya estaba arrimando los labios al micro para entonar Only a Dream. “Este tiene prisa hoy”, soltaba uno de los 4 mil asistentes, al tiempo que salía a la carrera con su vaso de birra en la mano. Con el bamboleo de las prisas, se le iba saliendo por los bordes.

Realmente, no es la cerveza lo mejor para ver un concierto de Van the Man. Ni siquiera una Guinness. Mejor un whiskey irlandés. Uno podría conformarse con un Jameson, tan honesto en sus prestaciones en relación a su precio. Pero lo idóneo sería servirse un Redbreast de 12 años, destilado que cruza el Jerez con el Bourbon para engolosinar el paladar. Sabor añejo e intenso, que hay que degustar en tragos breves, libando casi.

La música de Morrison, firmante de un catálogo descomunal, con más de 500 temas, sabe a lo mismo: a una magistral maceración de tradiciones con solera: blues, rock avd rol, jazz, rhythm and blues, góspel, skiffle… De todos esos veneros bebe el casi octogenario artista. Ubres melódicas negras de las que se amamantó en su infancia blanca, gracias a la colección de música americana de su padre. John Lee Hooker, Ray Charles, Muddy Waters, Chuck Berry… Ellos le marcaron el camino y le ofrendaron una vocación.

No se espera de Morrison alardes físicos a lo Springsteen. Alguno todavía se rebota porque no le sonría desde el escenario. Ni le haga alguna bromita medio estúpida, de esa que se sueltan entre canción y canción. Ni tenga guiños populistas. ¿A Morrison le vamos a pedir a estas alturas que se ponga una camiseta del Atleti? ¿O del Madrid? Hombre… Morrison es del equipo de su amigo Bob Dylan: no están para circos.

El maestro, gran libador de whiskey en los viejos días borrascosos (depresiones, desamores y otros demonios), entrega lo que mejor tiene: la sabia destilación de su barrica de maderas nobles. Salió al proscenio con un traje azul, como el color de los cristales de sus gafas de sol al reflejarse en el cielo de una tarde madrileña de temperatura gloriosa. Sombrerito con -sí, también- una cinta azul, para redondear la apuesta cromática del atuendo.

Lo vemos menguado físicamente: menos envergadura corporal y la cara más chupada. Un porte más ascético. Más profético. Aunque no observamos anoche al Morrison más teológico, el de Astral Weeks, su emblemático álbum de 1968. Sino a uno más mundano, cantando a las fatigas del amor, como en el segundo tema que acometió, Cutting Corners, que forma parte del nuevo disco que sacará el 13 de junio. O sea, en cuatro días. Hablamos de Remembering Now, el 47º de su cosecha. Cabía pensar que cantaría también Down to Joy, pieza que incluyó Kenneth Branagh en su película Belfast y que ya ha adelantado Morrison a modo de aperitivo. Cutting Corners fue lo único, pues, que ofreció de este trabajo.

Llegó poco después su guiño al legado de Ray Charles, con What Would I Do, aparejado a Hard Nose the Highway. Tomó asiento en el teclado para interpretarlo. Durante todo el concierto apenas abarcó una superficie de dos metros cuadrados. Gestos sutiles pero terminantes a su banda, volteándose ligeramente. Brillaron sobre todo los metales. La trompeta Matthew Holland, capaz de levantar a los muertos de su tumba. Y el saxo de Chris White, elegante fraseador.

Foto: Fer Gonzalez

Days Like This inoculó buen rollo a la afición, por la letra y saberse en un puerto familiar. Una concesión. Como Cleaning Days, evocación de sus tiempos mozos como limpiador de cristales, sin gravdes preocupaciones. Veteó este clásico con citas al Be-Bop-A-Lula de Gene Vincent, celebradas por los amantes del rock and roll clásico.

Fue uno de los grandes momentos de la noche, que se perdió la vicepresidenta Yolanda Díaz. Llegó justo cuando estaba terminando Morrison esta canción. Revuelo en la grada. Cansinos haciéndose selfies con ella, que aguantaba la sonrisa a pesar del sobo. El concierto había superado su ecuador. Saca a continuación la magia negra de su Gibson con Green Rocky Road. Empuña el saxo y le sopla con el alma en No Other Baby. Arranca Help Me con la armónica en ristre.

En el desarrollo de esta misma canción desencaja el micrófono del pie. Va preparando el mutis, que se consuma en el remate de la canción. Morrison se abre por la banda derecha y desaparece. Sus músicos miran hacia ese lateral por donde ha salido. Gestos de inquietud. ¿Qué hace? ¿Vuelve, no vuelve? Acaba entrando para rematar la faena, con un tema talismán, Gloria, de los tiempos de Them. Máxima comunión con el público, que se desfoga cantándola a voz en grito. El concierto, poco antes de las 10, está hecho. El whiskey irlandés finiquitado. Los dos, degustados con mesura, supieron a gloria. A gloria bendita.

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