“Pensaba que era yo. Que quizá ya no servía para esto. Pero con solo verlo, sentía un nudo en el estómago. Y sentía rabia. Y odio. Palabras que nunca habría pensado que me definirían”. Luis —nombre ficticio— tardó meses en poner palabras al malestar que arrastraba. Es un hombre de mediana edad con una carrera consolidada en su sector. Nunca había tenido problemas con otros responsables. Pero la llegada de un nuevo jefe lo cambió todo: cuestionamientos constantes, desprecio sutil y silencios cargados de desconfianza.
“Llegó a destrozar la confianza que podía tener en mí mismo”, resume. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue la respuesta de su propio cuerpo. “Solo verlo ya me descolocaba físicamente. Diría que me producía rechazo, incluso asco. Son sensaciones que nunca había tenido. Y espero no volver a tener”.
Solo verlo ya me descolocaba físicamente. Diría que me producía rechazo, incluso asco
Su experiencia no es un caso aislado. Cada vez más personas identifican un vínculo emocional —e incluso físico— con el malestar que les provoca su superior. Algunas hablan de taquicardias, llanto inesperado o vómitos. Otras, de tensión muscular, irritabilidad o un agotamiento que solo remite al dejar la empresa. ¿Cómo saber si tu jefe te hace daño? No siempre es fácil detectarlo, pero existen señales claras.
Muchas personas acaban con una baja médica por depresión cuando el problema de base era la relación con su superior
Dolors Liria, psicóloga del trabajo, directora de MENTA y vicedecana del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya (COPC), lo explica con claridad: “Cuando el cuerpo habla, es porque la angustia ha llegado muy lejos. Las relaciones laborales que nos hacen daño no solo tienen consecuencias emocionales. También pueden expresarse a través de malestares físicos, mentales e incluso conductuales”.
Cuando el jefe da miedo
Alfons —también nombre ficticio—, profesional de la comunicación, lo vivió así: “Creo que la principal emoción que sentía era miedo. Un miedo que iba desde el recelo hasta el pánico. La peor hora del día era cuando sonaba el móvil y veía su nombre en la pantalla”.
Cuando Alfons revisita aquella etapa, emergen recuerdos difíciles de gestionar: reproches inesperados, descalificaciones personales y una amenaza que vivió como un punto de inflexión. “Llegó a decirme que quizá nunca más podría volver a trabajar en el sector”, relata. “Y eso, cuando estás tan tocado, es devastador”.
Todo era imprevisible: las normas cambiaban, las críticas eran personales…pero como no dejaba rastro, ni yo mismo lo veía claro
Lo que más le costó, dice, fue entender que no era culpa suya. “Todo era imprevisible: las normas cambiaban, las críticas eran personales y el ambiente se volvía irrespirable. Pero como no dejaba rastro, ni yo mismo lo veía claro al principio”. Solo al empezar terapia logró conectar el malestar con su origen. Y eso le permitió actuar: “la mejor herramienta fue irme. Y después, reconstruirme”.
Las consecuencias del liderazgo tóxico
Según Dolors Liria, el malestar laboral vivido como rechazo, miedo o tensión constante puede derivar en ansiedad, depresión o burnout. “Muchas personas acaban con una baja médica por depresión cuando el problema de base era la relación con su superior”, explica. “Y cuanto más se prolonga, más profunda es la herida y más difícil la recuperación”.
Me hizo dudar de si valía para la profesión que tanto amaba. Pero el problema no era yo
Para Alfons, el proceso fue largo. “Me hizo dudar de si valía para la profesión que tanto amaba. Pero luego hice exactamente el mismo rol en otra empresa y me quedé diez años. El problema no era yo”.
Se trata de conductas y liderazgos no saludables. Y eso puede corregirse. Pero hace falta voluntad por parte de la organización
Liria matiza: “No se trata de personas tóxicas, sino de conductas y liderazgos no saludables. Y eso puede corregirse. Pero hace falta voluntad por parte de la organización y mecanismos para prevenir y actuar”. Y añade: “No me gusta hablar de personas tóxicas. Todo el mundo, en algún momento, puede hacer daño a los demás. Pero cuando el comportamiento se mantiene en el tiempo y se agotan los intentos de reconducirlo, entonces sí hay que proteger al equipo y tomar decisiones”.
¿Cómo saber si tu relación laboral te está haciendo daño?
El primer paso, dice la psicóloga, es escucharse. “Cuando sentimos dolor de cabeza, tensión muscular o cambios de ánimo sin causa clara, debemos preguntarnos si puede tener relación con el entorno laboral. Si la respuesta es sí, hay que poner límites, comunicarse con asertividad y, si es necesario, pedir ayuda”.
También recuerda que la responsabilidad es compartida. “No todo es una cuestión de autoestima o fragilidad personal. Si una empresa no cuida su cultura interna, si tolera liderazgos disfuncionales, el problema se cronifica. Y eso tiene costes emocionales, sociales y económicos”. Aun así, reconoce que muchas personas no pueden —o no quieren— dejar su trabajo de inmediato. “Por eso es tan importante la detección precoz y el autocuidado. Cuanto más se retrase la intervención, más largo será el proceso de recuperación”.
Estrategias para poner límites
El relato de Luis acaba en resignación: decidió “obedecer, evitarlo y buscar trabajo en silencio”. En cambio, Alfons cierra, dice, “con cicatriz, pero sin herida”: “Ahora sé detectar actitudes que antes me hacían daño. Tengo anticuerpos. Y si alguien me daña, sé decir basta”.
“Sí, es posible recuperarse”, concluye Dolors. “Pero hay que poner nombre a lo que ocurre. Hay que decirlo. Y las organizaciones deben implicarse. Porque las cosas que ocurren en el trabajo tienen que ver con el trabajo. Y ningún empleo, por importante que sea, debería costarnos la salud”.
Las seis señales de alarma
· Palpitaciones, tensión o ansiedad con solo verlo o pensar en él
· Sensación persistente de inseguridad o inutilidad
· Cambios de humor, humillaciones o instrucciones contradictorias
· Insomnio, pérdida de apetito o somatizaciones frecuentes
· Aislamiento o dificultad para hablar del tema con otras personas
· Amenazas o reproches sobre tu valía profesional