El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al exministro de Fomento, José Luis Ábalos, en una imagen de archivo. / EFE
Cuando Pedro Sánchez hizo de José Luis Ábalos su mano derecha quienes conocíamos sus andanzas dedujimos dos cosas: que Sánchez no quería renovar el PSOE, sino dominarlo, y que corría el riesgo cierto de que con la mano izquierda que le quedaba libre algún día Ábalos acabara por estrangularlo.
Lo primero hace tiempo que quedó demostrado: con Sánchez, el PSOE ha pasado de ser un partido de esencia federal y deliberativa a uno de corte centralista y autocrática. Lo segundo lleva camino de confirmarse. Ni la instrucción del juez Peinado sobre la esposa del presidente, ni la vista oral a la que tendrá que someterse su hermano ni el procesamiento del fiscal general del Estado. Ni las amenazas de Puigdemont ni las bravatas de Iglesias ni el quiero y no puedo de Yolanda Díaz. Menos aún, una oposición de acoso y derribo en lugar de expectativas y proyectos. Lo único que en estos momentos pone en riesgo la continuidad de un Gobierno cuya principal fijación es llegar a 2027 son las filtraciones del exministro de Transportes y exnúmero dos de Sánchez, cuyo teléfono es una bomba de racimo con pretensiones de arma de destrucción masiva.
Ábalos no fue capaz de imponerse en un congreso para gobernar el PSPV. Pero le hizo ganar a Sánchez el del PSOE contra toda la nomenklatura socialista de la época, de la que apenas queda rastro a día de hoy. Tampoco sobresalió como portavoz socialista en el Ayuntamiento de València, y mira que como luego sentenciaron los jueces había tela que cortar. Pero su jefe le confió la tarea de entrar a matar en la moción de censura contra Mariano Rajoy y ahí brilló con una filípica contra la corrupción que quedará, si la cosa sigue como va, como un ejemplo de hipocresía digno de ser estudiado lo mismo en las academias de Ciencias Políticas como en los callejones más esquinados.
Pero en esa relación archisabida entre Ábalos y Sánchez quedan puntos oscuros por esclarecer, que son los que tienen en un ay a los dirigentes socialistas con menos sesgo y más cabeza. Nunca augura nada bueno que se nombre ministro de alguno de los departamentos más inversores del Gobierno a un secretario de Organización y Sánchez, sin embargo, le dio a Ábalos todo el poder en el partido al mismo tiempo que le entregaba las llaves del Ministerio de Fomento (retitulado luego Transportes), el Ministerio de los contratos por excelencia. Cuando tienes de un lado la responsabilidad de reconstruir un partido que durante años ha estado huérfano de poder y acaba de quedar arrasado por una guerra civil y, de otro, te dan la capacidad de decidir adjudicaciones multimillonarias; cuando al mismo tiempo te nombran virrey, ¿qué puede salir mal?.
Tampoco se ha explicado nunca su fulminante destitución en julio de 2021, despedido de la secretaría de Organización y del Gobierno, todo a la vez, sin que la liquidación de alguien de tanto peso le pareciera a Sánchez, jefe del Ejecutivo y secretario general del PSOE, motivo suficiente para ofrecer ni una aclaración a su partido ni mucho menos a los ciudadanos. Ni tampoco una puesta en conocimiento a la Fiscalía de alguna sospecha. Al contrario, lo que se permitió fue que corriesen todo tipo de especulaciones. Nadie con un mínimo de experiencia en política tuvo duda alguna de que detrás de aquella lapidación había “algo gordo”.
Por eso, que en las elecciones de 2023 se le mantuviera en las listas pudo despistar a los menos avisados, que pensaban que terminada la legislatura y después de aquellos ceses, Sánchez iba a enviar a casa a su antiguo amigo. Pero para los que conocen cómo funcionan los resortes del poder su inclusión en la candidatura socialista por Valencia fue precisamente la confirmación de que sobre el exministro se cernían las peores sombras: no se le estaba dando un escaño, sino un aforamiento que, al menos por algún tiempo, le proporcionara un escudo.
Desde que en febrero del pasado año la detención de Koldo sacó a la luz la trama de escándalos y presuntas mordidas del exministro y su troupe, ese escudo empezó a caer y Ábalos pasó a ser oficialmente un apestado. Pero sólo “oficialmente”. ¿O acaso han visto mucho celo por parte del PSOE en conseguir que devolviera el escaño? ¿Quizá han escuchado del presidente alguna condena rotunda sobre su antiguo edecán? No, ¿verdad?.
De Ábalos algunos han dicho que es el Roldán de Sánchez. Y es cierto que la caspa de las “misses” o el lenguaje que se gastaban los “koldos” que le rodeaban guarda similitudes con aquellas famosas fotos que Interviú publicó de las fiestas en gayumbos del exdirector general de la Guardia Civil que tanto daño hicieron al último gobierno de Felipe González. Pero Roldán era un pillo, un verso suelto. Y Ábalos, por el contrario, habitaba en el centro del imperio. Parecerá igual de cutre. Pero uno no dejaba de ser un golfo del extrarradio, mientras el otro puede acabar convirtiéndose en un asesino de élite.
Ábalos está siguiendo al detalle el manual del agraviado con poderes. Negocia exhibiendo sus armas sin desperdiciar munición ni disparar a lo loco. Ha permitido que se publique sólo una pequeña parte de los mensajes con Pedro Sánchez que ha ido almacenando desde hace casi una década. ¿Qué busca con ello? Protección. ¿Qué paso será el siguiente? ¿El presidente? No. Eso haría que terminara la partida. Primero saldrán los mensajes que puedan tumbar a su sucesor en la secretaría de Organización, Santos Cerdán, al que la cabeza ya le huele a pólvora. Y así, paso a paso: hoy te hago más daño que ayer pero menos que mañana.
Ábalos guardó todos esos mensajes de whatsapp cruzados con Sánchez, Santos y algunos de los actuales ministros como seguro de vida. Y ahora está tirando de ellos. ¿Quién guarda las conversaciones mantenidas diez años atrás en discos duros si no es alguien que sabe que pueden ser su tabla de salvación, o su instrumento de chantaje, si las cosas se ponen mal? Ábalos dice que los conservó en copias para redactar sus memorias. Pero todo indica que está dispuesto a usarlos para escribir epitafios. Veremos.