‘Sirat’ merecía mucho más que un reconocimiento dubitativo del Cannes más conservador

Jafar Panahi ha acudido a Cannes tras cumplir siete meses de prisión política, una de tantas condenas por cuestionar el gobierno iraní a través de sus películas. El cineasta, de hecho, escribió Un simple accidente a partir testigos de la celda colectiva que compartía, y el filme mira de frente un absurdo juego de dominó sobre la violencia del Estado. Es por ello que la Palma, que recoge después del galardón al mejor guion por Tres caras (2018), se lee ante todo como la peineta política del jurado oficial, encabezado por Juliette Binoche.

Un premio que es desafío necesario y urgente –lo sea o no– en un momento de máxima cobardía por parte de los invitados del certamen. Porque en dos semanas, nadie ha querido hablar de política en sus respectivas ruedas de prensa. Nadie, excepto Panahi: “Cuando los meten en la cárcel, se lo ponen fácil, le dan materia, idea, le abren un mundo nuevo. No somos nosotros los que hemos hecho Un simple accidente, es la propia República Islámica”.

La Palma le aplaude, y nosotros a ella

Pero, igual que un gesto arranca mucho antes de cualquier movimiento visible, hay que considerar este abrazo altruista desde sus otras perspectivas. De entrada, premiar la (excelente, sin duda alguna) película de Jafar Panahi sitúa el Festival de Cannes como valedor de justicia cinéfila old school, ya que Cannes llevaba largos años destacando ideas explosivas, los titulares por encima de la cinefilia de Palmas históricas y de nicho, como la del El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas de Apichatpong Weerasethakul (2010) o la de El árbol de la vida de Terrence Malick (2011).

En un gesto conservador, hoy se ha escrito una página universalmente aceptable en los libros de Historia del cine… Una página que de forma indirecta tiene a Juliette Binoche entre sus párrafos, pues Jafar Panahi fue alumno aventajado de Abbas Kiarostami, central en la consagración de la actriz gracias a Copia certificada (2010).

La concordia marea el palmarés

El Festival de Cannes primero programa sus títulos, y luego elige un Jurado Oficial diverso y ecuánime; y quizás este año haya sido algo demasiado variado. Porque ¿qué tienen en común el cine extremo de Carlos Reygadas –Post Tenebras Lux (2013)- del realismo emocional de la actriz Alba Rochrwacher –La quimera (Alice Rohrwacher, 2023)-, o las superproducciones de Halle Berry con la mini-filmografía de Hong Sang-soo? Los embrollos de sus deliberaciones pueden entreverse sin rascar mucho en el palmarés, una lista que quiere contentar a todo el mundo mientras se pierde por el camino.

Por una parte, el Gran Premio del Jurado para Sentimental Value, de Joachim Trier, hace del contrapeso inmediato a la Palma. La película alarga la sombra de las triunfadoras de ediciones anteriores -quizás desde Parásitos (Bong Joon-ho, 2019) en tanto que es honda y dramática, aun con posibilidad de captivar al gran público.

De hecho, Neon, la gran promotora del autor europeo en EE.UU. ya ha adquirido sus derechos. Yo la imagino como una concesión de Binoche a la parte comercial de su particular reunión de talentos. ¿La propusieron Jeremy Strong o Halle Berry? ¿Podría Hong Sang-soo haberse pronunciado en favor de este drama familiar complejo pero también pop? Imagínalo.

En fin, también el doble premio a Agente secreto, a la Interpretación masculina para Wagner Moura y a Kleber Mendonça Filho como director, huele a medida compensatoria para salir de alguna reunión colapsada por los choques. Juliette toma el micrófono: “Cálmate, Carlos. Una mejor dirección y una mejor interpretación hacen lo mismo a una mejor película, ¿verdad?”.

Quién necesita a quién

Por lo demás, la Palma de Cannes –empoderada como esa “catedral del cine” que sus invitados no dejan nunca de reivindicar– ha querido alejarse de su reciente imagen como mera antesala de los Oscar para, en su lugar, poner en valor a trabajos de nicho cinéfilo duro y las figuras aún desconocidas.

Es el caso de la mejor actriz para la jovencísima Nadia Melliti, premiada por La petite dernière, o del Premio del Jurado que Mascha Schilinski recogía ex-aequo por Sound of Falling. El nombre no les suena, y a mí tampoco. No hasta ahora; y para eso sirven los premios.

Pero ahí el giro: un repartir generoso o apurado tampoco hace un gran favor a nadie. Sobra explicar qué tan mal queda entregar, no uno, sino dos Premios del Jurado (una categoría B de la Palma) en ex aequo. Han sido para el filme de Schilinski, y para Sirat, de Oliver Laxe, película que por su riesgo y incontestabilidad merecía mucho más que un reconocimiento dubitativo, con asteriscos. Premia poco, y premia fuerte.

Sin embargo, la compra de Neon de la película de Laxe, brillantemente recibida por la prensa de todo el mundo, evidencia hasta qué punto Cannes puede propulsar carreras, al tiempo que quedarse en un logo casi insignificante. Neon pretende, ha explicado al medio Kinótico, vender este trepidante viaje por el desierto como una “película-experiencia”, es decir, convertirla en obra de culto… Y para ello es mucho más relevante el aplauso de la crítica que el galardón de un festival que es de todos, con riesgo a ser la nada.

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