Menos de dos meses ha durado activo el proyecto de reforma de la Lonja de Zaragoza planteado por el ayuntamiento para «adecuar el edificio al siglo XXI». El desarrollo de los acontecimientos a estas alturas de la semana es ya de sobras conocido. Tras una gran contestación social creciente en las últimas semanas (con un abrazo multitudinario a la Lonja incluido) y una oposición cada vez más vehemente contra el plan (especialmente tensa fue la Comisión de Cultura del martes pasado), el ayuntamiento anunció a media tarde del miércoles (los tiempos también son importantes) que en pro del entendimiento y para rebajar la tensión en torno a un edificio histórico retiraba el proyecto.
La sensación general es que seguir adelante con el mismo empezaba a ser algo menos que inviable porque, aunque no necesitara ninguna aprobación política directa (en forma de votación me refiero), las derivadas del ‘conflicto’ eran múltiples, entre ellas, la de tratar de aprobar un presupuesto en 2026 con su socio, Vox, radicalmente en contra de que se reformara la Lonja. Por no hablar de plantarse a un año de las elecciones con un rechazo popular a uno de los proyectos estrella, al menos en cuanto a infraestructuras culturales nos referimos, con un coste de 2,5 millones de euros.
Un paso atrás que honra
Aun así, la historia (también la de esta ciudad) está llena de proyectos polémicos en los que las instituciones no han dado marcha atrás con consecuencias de todo tipo. Por eso, creo que, en este caso, al ayuntamiento de Natalia Chueca le honra el haber dado un paso atrás, el haber escuchado a la ciudadanía, a los expertos y al resto de grupos políticos y haber dado marcha atrás con el proyecto que, cuanto menos, tenía, en mi opinión, actuaciones (dentro de que puedo entender algunos de los argumentos esgrimidos) evitables.
Y es que la sensación, además, es que el debate sobre la Lonja había cogido una espiral en la que todo se estaba magnificando y acelerando por momentos y en la que el debate no iba a cesar. Un debate que, por cierto, había colocado (imagino que indeseablemente, claro) el propio Ayuntamiento de Zaragoza en la agenda pública cuando, primero, habló de convertir el palacio en una especie de centro Goya (curiosamente, hay que recordar, que todo se olvida rápido, que entonces salieron muchas voces defendiendo que se mantuviera la Lonja como sala de exposiciones), luego licitó por dos veces un proyecto para colocar ascensores que habilitaran el espacio superior de la Lonja y, posteriormente, con este proyecto básico. Hasta ese momento, el uso de la Lonja, el deseo de que se contemplara diáfana no estaba en el debate público. A partir de ese momento pasó a ser un asunto de actualidad casi diaria.
¿Hasta cuándo?
Y, por cierto, no tengo tan claro que vaya a dejar de estar en primera línea porque los detractores de este proyecto, ya han dado un segundo paso, pedir que la sala de exposiciones pase al Palacio de Fuenclara (tras su reforma) y que la Lonja se vea diáfana como en otros lugares como Valencia. Está por ver hasta dónde va a llegar todo esto y también la campaña que pretende que la Unesco la reconozca como Patrimonio de la humanidad. Ahí todos los grupos políticos están de acuerdo, pero veremos a ver cómo se traduce.
De momento, les confieso que a uno le produce cierta satisfacción ver cómo el patrimonio se coloca en el centro del debate público y, en cierta manera, en los de la sociedad. Veremos hasta cuándo.