Eduardo García Fernández es psicólogo clínico
La noticia del sábado pasado a cerca de que «el 19% de los adolescentes ha consumido pastillas para la ansiedad o el insomnio» no me resultó sorprendente, pero refleja una situación que merece la pena aclarar. Es a destacar que el 10 % los ha consumido sin receta, lo que indica la fácil disponibilidad de los mismos.
Se sabe de los riesgos del consumo de hipnosedantes, como son la dependencia y tolerancia, es decir el organismo necesita seguir consumiendo la sustancia para evitar síntomas de abstinencia y, por otro lado, con el tiempo se vuelve necesario aumentar la dosis para lograr el mismo efecto, además de producir alteraciones en la concentración, memoria y problemas cognitivos serios a medio y largo plazo.
Esta medicalización de la adolescencia va conforme los tiempos que estamos viviendo, donde se conjugan varios factores: el primero y más predominante es que una dificultad como dormir mal y todo lo que acarrea, cansancio, dolor de cabeza, tiene que se atajado de forma inmediata. Como dice el psiquiatra Álvaro Pico Rada: «Hay una demanda altísima para solucionar de forma rápida el malestar que tienen», lo que indica el escaso umbral de malestar que los adolescentes están dispuestos a soportar. Además, añadimos la publicidad de los medicamentos (sean estos analgésicos o antigripales) que inciden de forma insistente en solucionar los dolores y molestias de forma rápida y permanente, lo que hace que cualquier mínima molestia tiene que ser abordada con medicamentos, extendiéndose la falsa creencia de que el sueño, conviene recordarlo, es una función natural del organismo y que quizás, cuando se altera, está reflejando más bien una hiperestimulación por el día, entre otros factores. Eso añadido a la forma en que se vive contribuye a la alteración. A esta situación ha que sumar la dificultad de muchos adolescentes para adquirir unos mínimos hábitos saludables y sencillos para mejorar la calidad del sueño como, por ejemplo, acostarse y levantarse a la misma hora, independientemente de lo que se halla dormido, no usar el móvil ni la tablet un par de horas antes de dormirse, además de practicar ejercicio y evidentemente no consumir bebidas energéticas. Con cambios comportamentales muchos problemas de insomnio se solucionarían. Pero adquirir estos hábitos exige cierta constancia y disciplina, así como una vida más activa. Hoy que los adolescentes pasan tantas horas online, esto no concuerda con dormir bien.
No hace mucho tiempo las noticias hablaban de los hábitos de sueño de los adolescentes, en cuanto a que dormían mucho y los especialistas señalaban que era lo habitual y saludable en esta etapa del desarrollo. Sin embargo, hoy en día esta situación parece haberse invertido.
Así que cuando una etapa de la vida tan llena de posibilidades e incertidumbres, pero también de retos y aprendizajes, está siendo medicalizada, solo cabe esperar unos futuros adultos que necesiten demasiadas muletas para poder afrontar los desafíos que implica vivir una vida adulta plena y con significado.
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