Los Obiang ya tienen su guardia pretoriana gracias a que la alianza militar entre Guinea Ecuatorial y Rusia ha entrado en una nueva fase de intensidad inédita hasta el momento: el régimen se arrima al sol que más calienta, aunque eso conlleve confiar en Vladímir Putin.
El régimen de Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, el más longevo de África desde que fuera establecido en 1979, ha consolidado una dependencia estratégica con Moscú que se traduce en acuerdos de defensa, envío de armamento, presencia de mercenarios y hasta la formación castrense de sus militares en academias rusas.
Esta cooperación, enmarcada en una renovada ofensiva geopolítica del Kremlin sobre África, apunta a asegurar la permanencia de Obiang y preparar la sucesión a su hijo Teodoro Nguema Obiang Mangue «Teodorín», actual vicepresidente del país.
Pero también podría tener el objetivo de dotar a Rusia de una posición estratégica en el Golfo de Guinea, región rica en recursos y clave para las rutas marítimas globales.
Desde 2015, Rusia ha desplegado una política de acercamiento hacia Malabo que ha incluido acuerdos bilaterales de defensa, autorizaciones para el uso naval de puertos ecuatoguineanos, y la venta de sistemas de defensa antiaérea.
Uno de los hitos fue la adquisición por parte del régimen de dos baterías Pantsir-S1, valoradas en unos 70 millones de dólares, convirtiendo al país en el segundo de África en contar con ese armamento avanzado.
Al mismo tiempo, Moscú ha ofrecido entrenamiento y soporte logístico. Tras la visita del viceministro de Defensa ruso Yunus-Bek Yevkúrov en 2024, ambas partes firmaron un acuerdo que autoriza el despliegue de instructores militares rusos en Guinea Ecuatorial.
Según el propio Obiang, estos formadores fueron recibidos «con entusiasmo» por el pueblo, aunque fuentes del ejército local expresan malestar por la pérdida de autonomía que implican estas «tutorías» extranjeras.
Wagner protege al régimen
Pero el refuerzo más polémico llegó con la presencia del Grupo Wagner. Desde septiembre de 2024, más de 350 mercenarios de esta empresa vinculada al Kremlin se han desplegado en puntos clave del país: Malabo, Bata, la residencia presidencial y el palacio de Teodorín.
Según Thierry Vircoulon, coordinador del Observatorio de África Central en el Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI), su misión es garantizar la seguridad del clan Obiang ante posibles desafecciones internas: «Aunque se presentó como una cooperación de entrenamiento, la realidad es que estas tropas están allí para proteger al régimen, sobre todo a la familia Obiang».
Grupo Wagner en Guinea Ecuatorial.
RADIOMACUTO
Para Juan Carlos Ondo Angue, portavoz de la plataforma pro derechos humanos NEXOS GE, la presencia del Africa Corps, heredero de Wagner, tiene un propósito mucho más oscuro: «Secundan a las fuerzas de defensa y seguridad nacionales en la represión de la disidencia política».
«Guinea Ecuatorial no enfrenta ningún conflicto armado que justifique su presencia. Se trata de una amenaza directa contra los derechos y libertades del pueblo», explica.
Ondo Angue recuerda que la cooperación militar entre Rusia y Guinea Ecuatorial no es nueva. Comenzó durante la dictadura de Macías en los años 70, se reactivó en 2011 y fue ampliada en 2015 y 2017.
Hoy, denuncia, «constituye una manifiesta violación de la Convención Internacional contra el Reclutamiento y Uso de Mercenarios».
Un coronel ecuatoguineano, en declaraciones a El confidencial de Guinea Ecuatorial, calificó como «una falta de consideración» que se externalice la protección de la familia presidencial.
Aun así, el régimen no ha disimulado su preferencia por Wagner. Incluso se habilitó un campamento específico para sus entrenamientos cerca de Sipopo, a las afueras de la capital.
Para Vircoulon, este despliegue responde al miedo: «La familia Obiang ya no se siente lo suficientemente segura con las fuerzas internas. El envío de paramilitares busca blindar su continuidad».
La oposición alerta también sobre el alcance exterior de esta alianza. Ondo Angue asegura que estos acuerdos han facilitado «operaciones de represión transnacional ejecutadas por cuerpos nacionales en colaboración con sus aliados extranjeros».
Cita casos de «vigilancia, acoso, secuestro y tortura de opositores fuera del país», especialmente contra miembros del Movimiento para la Liberación de Guinea Ecuatorial y de su propia organización.
Los Obiang, por lo tanto, no se andan con chiquitas, pues un país con apenas 3.000 soldados, la presencia de 350 combatientes extranjeros es «una cifra impactante que no pasa desapercibida», advierte el analista.
Cooperación industrial y estratégica
En abril de 2025, una nueva pieza se sumó al tablero: la empresa rusa BNK anunció su entrada en Guinea Ecuatorial con planes de ensamblaje de vehículos blindados y otros equipos militares.
El objetivo declarado es modernizar el aparato militar del país con tecnología rusa y afianzar una cooperación industrial que ya ha provocado la suspensión de ayudas de EEUU a Malabo, incómodo ante el viraje hacia Moscú.
El presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, durante su reunión con el presidente ruso, Vladímir Putin.
EFE
Las relaciones bilaterales no se limitan al terreno militar. En los últimos años, Guinea Ecuatorial ha evitado condenar a Rusia por la invasión de Ucrania, se ha ofrecido como sede para futuras cumbres Rusia-África (aprovechando que no ha ratificado el Estatuto de Roma de la CPI) y ha recibido con honores a diplomáticos y delegaciones rusas. Desde 2024, incluso cuenta con un embajador residente del Kremlin.
«La restauración del Estado de derecho y el inicio de una transición democrática no pueden llevarse a cabo mientras China y Rusia sigan sosteniendo el aparato represivo del régimen», advierte Ondo Angue, que señala también la creciente presencia del Ejército Popular de Liberación chino con vistas a operar desde una base naval en Bata.
Vircoulon subraya que «Rusia busca mostrarse menos aislada en el escenario internacional. Hacer amigos, tantos como pueda, es un objetivo estratégico, y África se ha convertido en terreno fértil para ello».
A pesar de todo ello, Vircoulon matiza, además, que «no hay que sobrestimar un supuesto interés ruso por recursos locales; Guinea Ecuatorial no tiene grandes minas, y Moscú hoy no tiene músculo financiero para grandes inversiones».
«Aquí, el factor clave es la política de expansión de influencia y la necesidad del régimen de Obiang de sentirse respaldado”, zanja este experto.
Riesgos de una alianza desequilibrada
La creciente dependencia de Rusia implica beneficios tácticos para Obiang, pero también riesgos a largo plazo. El aparato de defensa nacional queda subordinado a intereses externos, mientras la economía y la diplomacia del país se reconfiguran en torno a un nuevo eje de poder: el del Kremlin.
La retirada de apoyos occidentales -motivada por preocupaciones sobre derechos humanos y corrupción- apenas ha sido amortiguada por las inversiones rusas y chinas, lo que aísla al país del consenso internacional democrático.
Vircoulon aclara, no obstante, que este giro no debe interpretarse como un cambio radical de bando: «Obiang busca apoyos en todas las direcciones. Guinea Ecuatorial mantiene relaciones con Francia y no anticipa una ruptura con Occidente a corto plazo. Es pragmatismo, no ideología».
Teodorín Obiang.
Europa Press
En suma, el régimen de Obiang parece haber encontrado en Vladimir Putin no solo un proveedor de armas, sino un garante de su continuidad. A cambio, Rusia gana un enclave privilegiado en la costa atlántica africana.
Una simbiosis que, según la oposición, amenaza con aplastar toda posibilidad de cambio democrático: «Mientras estas potencias sigan apuntalando al dictador, no habrá transición posible», sentencia Ondo Angue.
Pero esa simbiosis no está exenta de tensiones internas ni de vulnerabilidades externas: el destino de Guinea Ecuatorial queda cada vez más atado a los vaivenes de la política exterior rusa y a la suerte de actores tan inestables como Wagner. Tal vez, este movimiento de los Obiang pueda salirles caro, dadas sus nuevas amistades peligrosas.
Como concluye Vircoulon, «lo que ocurre en Malabo es un microcosmos de la política africana actual: regímenes que compran protección, y potencias que venden respaldo para ganar influencia global».