«Imagina arrancar un coche que no ha funcionado en 21 años, a 24.000 millones de kilómetros de distancia, en el espacio interestelar». Así describe el astronauta canadiense Chris Hadfield la proeza tecnológica que ha conseguido realizar el equipo de la NASA que controla la sonda Voyager 1, el objeto construido por la humanidad que ha llegado más lejos, al espacio interestelar: reactivar con éxito unos propulsores considerados inutilizables desde hace décadas.
Lo han logrado ingenieros del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL, por sus siglas en inglés) de la NASA, en el sur de California, que ha informado del éxito de la operación meses después de ejecutarla. Tenían que hacerlo antes del 4 de mayo, fecha en la que la antena terrestre que envía comandos a la Voyager 1 y a su gemela, la Voyager 2, se desconectó para ser actualizada.
Lanzadas ambas en 1977 con solo 16 días de diferencia, estas sondas fueron diseñadas para dar servicio durante apenas una década. Su misión era explorar Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, en el caso de la Voyager 2; y Titán, la luna de Saturno candidata a albergar vida, en el caso de la Voyager 1. Curiosamente, la Voyager 2 se lanzó antes que la Voyager 1. Se hizo así con el fin de aprovechar una mejor trayectoria para sus encuentros con los planetas exteriores.
Dado el éxito de la misión, se decidió prolongarla utilizando los impulsos gravitacionales de los planetas. Así, ambas sondas se han ido desplazando por el espacio como bolas de acero en un inmenso pinball galáctico, a una velocidad de unos 56.000 kilómetros por hora, la mayor lograda jamás por un ingenio humano. La Voyager 1 salió del sistema solar en 2012, mientras que la Voyager 2 lo consiguió en 2018.
Como explica la NASA, ambas naves espaciales dependen de un conjunto de propulsores primarios y otros de respaldo que las balancean para mantener sus antenas apuntando a la Tierra. Así pueden enviar datos y recibir comandos. Los ingenieros observaron que un conjunto de propulsores activos podrían quedarse inactivos en otoño debido a la obstrucción de sus tubos de combustible.
En la Voyager 1, los propulsores de balanceo primarios dejaron de funcionar en 2004 tras perder potencia en dos pequeños calentadores internos. Los ingenieros determinaron que los calentadores averiados probablemente no tenían reparación y optaron por confiar únicamente en los propulsores de balanceo de respaldo.
Un problema solventable
La misión estaba en peligro, así que decidieron reexaminar el fallo de los propulsores ocurrido hace 21 años. Empezaron a sospechar que un cambio inesperado en los circuitos que controlan la alimentación de los calentadores había colocado un interruptor en la posición incorrecta, un problema teóricamente solventable.
Estaban bajo presión: la Estación de Espacio Profundo 43, una antena de 70 metros de diámetro ubicada en Canberra, Australia, iba a estar en proceso de actualización desde el 4 de mayo de 2025 hasta febrero de 2026. Aunque hay otras antenas similares en Goldstone, California, y en Madrid, la de Canberra es la única con suficiente potencia de señal para enviar comandos a las Voyager. «Estas mejoras de antena son importantes para futuros alunizajes tripulados y también aumentan la capacidad de comunicación para nuestras misiones científicas en el espacio profundo», señala Suzanne Dodd, directora del proyecto Voyager.
La operación fue un éxito: el 20 de marzo, el equipo vio cómo la nave ejecutaba sus comandos. La señal de radio tarda casi 24 horas en viajar desde la nave hasta la Tierra, lo que provocó una tensa espera. Tras ella, comprobaron que la temperatura de los calentadores de los propulsores aumentaba drásticamente. Así supieron que lo habían logrado. «Fue un momento glorioso» –dice Todd Barber, jefe de propulsión de la misión en el JPL–. Estos propulsores se consideraron inoperantes. Uno de nuestros ingenieros intuyó que tal vez existía otra posible causa y que era solucionable. Fue otro milagro para salvar la Voyager».
Gracias a esta hazaña técnica seguirán su viaje las sondas Voyager. En su interior portan discos dorados, diseñados por Carl Sagan y otros científicos, con una selección de sonidos, imágenes y mensajes de la Tierra, con la esperanza de que los descubra alguna civilización extraterrestre. Como dijo Buzz Lightyear hace 30 años, continuarán «hasta el infinito y más allá».
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