A Miguel Indurain nunca le hicieron falta geles energéticos, batidos proteicos ni sistemas de monitorización. Su dominio en las Grandes Vueltas se construyó sobre un motor fuera de serie, sí, pero también sobre una época en la que el ciclismo funcionaba más por sensaciones que por datos como funciona a día de hoy con los Pogacar, Van der Poel, etc. «Lo único que tenías que recordar era comerte el bocadillo«, recuerda ahora con una sonrisa.
La escena se repite en muchas entrevistas del navarro: ciclistas con la cara desencajada tras horas de etapa, y uno de ellos —Miguel— recordando que, si no comías a tiempo, la pájara estaba asegurada. «Si se te olvidaba, entrabas en una crisis de hambre que te dejaba seco», explica.
En una charla, Indurain relató cómo vivían las jornadas de alta montaña en los años 90. Nada de nutricionistas, ni pautas calculadas al milímetro. El secreto era más simple: parar a tiempo, masticar con calma y seguir. «La etapa podía tener 200 kilómetros, pero si no te acordabas de comer antes de la subida, estabas perdido«.
La comida consistía, casi siempre, en bocadillos de jamón, plátanos, pastelitos, pan con membrillo o arroz con leche. Nada que viniera en sobres brillantes ni con nombres técnicos. Lo importante era llenar el depósito. «No había tanta sofisticación. Y nos iba bien así«.
Del bocadillo al big data
Lo que para Indurain era una cuestión de intuición —y costumbre—, hoy es una ciencia. Los ciclistas actuales miden al milímetro cuántos gramos de hidratos toman cada hora, qué geles combinan mejor con qué bebidas, o cuántos mililitros de agua necesitan para evitar deshidratarse.
«Ahora todo está más controlado”, reconoce el campeón de cinco Tours. “En nuestra época lo normal era llevar dos bidones, una barra energética —si había— y confiar en los avituallamientos. Ahora hay planes, gramos, fases. Es otro deporte».
Pero él, que ha probado ambas épocas, no desprecia lo moderno. “Cualquier cosa que ayude al rendimiento es bienvenida. Pero también echo de menos la naturalidad de antes».
Indurain recuerda con especial crudeza los momentos en los que el cuerpo decía basta. «No se lo deseo a nadie. Una pájara real es como quedarse sin gasolina. Puedes tener piernas, corazón, lo que quieras… pero si el cuerpo dice que no, no hay forma de mover ni un metro».
Ese miedo a desfallecer sin haber atacado es algo que marcó a toda una generación de ciclistas. Y por eso, más allá de los vatios o el lactato, la principal preocupación era una: no olvidarse de comer a tiempo.
El ciclismo de antes: más piel, menos pantalla
Más allá de la nostalgia, Indurain lanza un mensaje claro: «Era diferente, no sé si mejor o peor, pero diferente. Ibas por sensaciones. Sabías cuándo estabas bien, cuándo tocaba beber, cuándo comer algo más sólido.»
Hoy, los ciclistas pueden saber en tiempo real si han bajado su ingesta energética en un 3%, si les falta sodio o si su recuperación no está siendo óptima. “Está bien, pero a veces pienso que la cabeza también necesita sentir y decidir sin tanto número delante.”
La figura de Miguel Indurain sigue provocando respeto y admiración. No solo por lo que ganó, sino por cómo lo hizo. En un ciclismo que aún se construía sobre la experiencia, la resistencia natural y la inteligencia táctica.
Y aunque los tiempos cambien, el recuerdo de un Tour ganado a golpe de cronómetro y a bocados de pan con jamón sigue tan vivo como siempre. «No necesitábamos muchas cosas. Solo pedalear, mirar el reloj… y no olvidarnos de comer«.