Un cercano y muy impactante suceso ha retornado al primer plano de la actualidad nacional el problema, siempre reverdecido en la contemporaneidad española, del diálogo entre las dos naciones peninsulares. Muy activa, por fortuna, dicha temática en los inicios de las dos Transiciones hispana y lusitana de finales de la centuria pasada, no tardó en eclipsarse con el afianzamiento democrático en ambos Estados. A ritmo a menudo apresurado una y otra colectividad recobraron su andadura tradicional de la política de las «espaldas voltas». Sin conflictos ni pleitos encendidos, pero también sin positiva relación ni menos aún cooperación estrecha y efectiva frente a los mil y un asuntos requeridos por entrambos de buena voluntad y , sobre todo, de ardido deseo de frutos relevantes.
Como en las mejores épocas de tensión o distanciamiento del lado portugués, sus autoridades hodiernas han culpado a las españolas de provocar por ineficacia la crisis del «apagón» de 29 de abril del año en curso. Puede que haya sido así, y este articulista carece de sólidos argumentos para pronunciarse en contra de tan diamantina posición. Mas lo verdaderamente en la cuestión es sin duda la rapidez y radicalidad de la tesis lusitana sin dejar espacio alguno para la reserva o cuando menos a la discrepancia. Nada nuevo, de otra parte, en el alineamiento de Lisboa en sus contenciosos con Madrid.
Contra la Historia es difícil ir. Cuando con la muy afable y comprensiva actitud del gran presidente actual de la República Portuguesa D. Marcelo Rebelo de Sousa y, hasta ha poco, del que fuera su muy notable primer ministro socialista Antonio Da Costa cabía esperar el imperio de un talante dialogante si no afectuoso entre las dos Cancillerías peninsulares, he aquí que de nuevo irrumpe el elefante desbandado en el siempre reducido despacho de las conversaciones íntimas de los dos pueblos fraternos, pero siempre esquivos y recelosos en la búsqueda de soluciones creativas a sus antagonismos y rivalidades. El fantasma desdichado del desencuentro entre las dos colectividades hermanas con capítulos obscuros en la baja Edad Media e, igualmente, a comedios del siglo XVIII y comienzos del siguiente semejaría reencarnarse en estas horas inclementes y amedrentadoras de la tercera década del siglo actual.
*Catedrático