Me acordé de mi padre, me hubiese gustado ofrecérselo

25 años después de una gesta improbable, en A Coruña, el caminar de Augusto César Lendoiro (Corcubión, 1945) por la Plaza de Pontevedra no es anónimo. Su figura circula sin ruido, pero apenas cinco minutos sirven para darse cuenta: son muchos los que le saludan, agradecen y felicitan. Su presidencia ha dejado legado en forma de afición y seis títulos de los que presumir. La Liga, la joya de la corona, cumple 25 años este domingo.

25 años, ¿en qué piensa cuando se da cuenta del tiempo que ha pasado desde entonces?

Más o menos me acuerdo de todo, en especial del suspense de aquella liga que poca gente la valora. Era una liga que competíamos seis, siete u ocho equipos muy importantes. No eran solo el Madrid y el Barcelona, hablabas del Valencia, del Zaragoza, el mismo Celta, el Mallorca… había una serie de equipos de tanto nivel que supuso el descenso increíble del Atlético de Madrid que tenía un equipo preparado para intentar ser campeón. Fue un año muy especial. Tres de esos equipos podían ser campeones en la última jornada y los clubes que venían a continuación eran el Valencia y el Real Madrid, que fueron subcampeón y campeón de Europa. Eso demuestra el potencial brutal que había. Cuando se valora, a veces se hace injustamente porque fueron 69 puntos. Pero precisamente el problema estaba en ser campeón en una liga en la que podían ganar varios equipos diferentes.

¿Fue una de las más difíciles?

Por lo menos sí en lo que se demuestra por la calidad de las plantillas y los resultados de todos ellos. Que el cuarto y el quinto clasificado fueran los finalistas de la Copa de Europa… el Madrid entró en Champions por ser campeón, no se hubiese clasificado al quedar quinto. El nivel de todas esas plantillas era impresionante.

El Dépor, aquella temporada, venció a los grandes en casa: Madrid, Barça, Valencia, incluso al Celta… ¿Riazor era la clave?

Si quieres ganar la liga a los grandes tienes que derrotarlos siempre y de forma especial en tu casa. Fuera, en cambio, era mucho más difícil por la igualdad que existía y los grandes equipos que había. Ese año descienden también Sevilla y Betis, además del Atlético. Al año siguiente aprovechamos para fichar a Valerón, Capdevila y Molina. Entonces hicimos, creo, el mejor equipo que tuvimos jamás. La del año siguiente es la mejor plantilla que hemos tenido. Aquella temporada debimos ser campeones de Europa, pero nos confiamos con el Leeds United. Teníamos un equipazo impresionante.

En verano hubo varios fichajes, pero tres nombres particulares: Jokanovic, Víctor y Maakay. ¿Intuía que aquella plantilla estaba preparada para ganar?

Maakay ya venía de ser un gran delantero con el Tenerife. Fue la pretemporada que se produce la llamada ‘Operación Avecilla’, que venían del Tenerife no solamente Maakay, también Jokanovic, el gran tapado. Era un jugador excepcional. El Atlético lo pretendía de una forma increíble, hasta tal punto que Jesús Gil rompe relaciones con Javier Pérez. Éramos ambos muy amigos y jugó un papel fundamental para que pudiesen venir. Hicimos un gran equipo, una extraordinaria plantilla. Duplicabas prácticamente todas las posiciones con jugadores de altísimo nivel, la mayoría internacionales, era una época gloriosa.

«Hicimos un gran equipo, una extraordinaria plantilla. Duplicabas prácticamente todas las posiciones con jugadores de altísimo nivel, la mayoría internacionales, era una época gloriosa»

¿Es una gesta irrepetible para un club como el Deportivo?

Las marcas precisamente están para mejorarlas, ¿no? Los récords, sobre todo en atletismo, se baten con normalidad. Claro que se puede igualar o superar, no es nada fácil, pero en este momento yo diría que es más sencillo que por aquel entonces. El Madrid y el Barcelona, en aquella época, con el cómputo del reparto de la Televisión y los derechos, nos llevaban cinco veces. Era 5:1. Hoy en día, si un club estuviese como el Deportivo de aquella época, estaría oscilando entre 100 y 150 millones de ingresos por repartos. Si en aquel momento el Deportivo tuviese el reparto actual, tendría unos grandísimos ingresos entre Liga y Champions y un presupuesto cercano a los 300 millones. Y con ese dinero un club pequeño, como era nuestro caso, que no tiene las obligaciones que tienen Madrid y Barcelona, sí o sí tienes que plantar cara. Nosotros cobrábamos 20 o 25 millones, ya te puedes imaginar la dificultad. Había que hacer las cosas muy bien para tener suerte y competir.

El equipo se puso en cabeza muy pronto. ¿Qué dificultades había más allá del propio juego? Ahora se sabe más sobre los arbitrajes de la época.

Era la situación que teníamos que sufrir y que ya sabíamos que existía. Yo en aquel momento lo denunciaba, pero no tenía ni las pruebas ni la idea de lo que luego ha salido en el Caso Negreira con el Barcelona. No ya porque pudiesen comprar árbitros literalmente, pero más que nada es que el sistema de designación era terrible. Yo ya me quejaba porque a nosotros nos mandaban a casa a los halcones; y las palomas, los árbitros caseros, los tenían ellos en sus estadios. A nosotros esos nos tocaban fuera. Siempre encontraban una gran ventaja, y de forma especial el Barça. Aquella era la realidad que había que vivir. Nosotros estábamos acostumbrados a esa presión que ahora le asusta a todo el mundo. Esa presión de intentar ser campeones. Para ganar tienes que estar acostumbrado a esa tensión, y la necesitan los jugadores y los entrenadores. Entonces convivías con normalidad porque era tu medio de vida. El Deportivo fue tantas veces subcampeón y tercero que sabías que tu hábitat era la tensión, la presión y la ilusión.

«Para ganar tienes que estar acostumbrado a esa tensión, y la necesitan los jugadores y los entrenadores. Entonces convivías con normalidad porque era tu medio de vida»

¿La experiencia acumulada fue la diferencia esta vez?

Yo me imagino que habrá servido de experiencia para muchos, para chicos como Fran, Mauro… una serie de jugadores que habían vivido en el 94 la presión del famoso partido con el Valencia. Aunque es muy relativa, porque te podría producir un poco de nerviosismo. Por eso yo tenía temor ante una mala racha al final y bajé al vestuario después de un entrenamiento en las últimas jornadas. Fue la única vez en mi vida. Les dije: ‘A ver si vamos a hacer lo mismo. Somos la mejor plantilla, el equipo en cabeza, tenemos ventaja y el mejor calendario. No lo perdamos’. No sé si sirvió, pero a partir de ahí mantuvimos el nivel y terminamos ganando la liga.

¿Qué recuerda del partido ante el Espanyol? ¿El gol de Donato fue tranquilizador?

Me tranquilizó mucho porque fue muy pronto, y Maakay no tardó tampoco en anotar el segundo. Pero desde luego siempre tenías miedo. Hablabas de un Espanyol que ese año fue campeón de la Copa del Rey. Después nos lo encontramos y en verano les ganamos la Supercopa. Nunca la valoramos en su justa medida, pero para llegar había que ser campeón, no como ahora. Era muy difícil. No celebramos las supercopas, tampoco ser segundos o terceros. Era la realidad de aquella época. De aquel día me acuerdo, sobre todo, que a la comida oficial no vino el presidente del Espanyol. Quizá no quería preguntas incómodas. Nos fuimos andando hasta el estadio como un día más. No era un día especial, pero todo lo que hicimos en el 94 lo evitamos. Cambiamos todo. En el 2000 hicimos todo lo contrario por aquello de habelas hainas.

Augusto César Lendoiro / Iago López

¿Era usted supersticioso?

No, no lo era, pero en el deporte siempre hay algunas situaciones que como te ha ido mal lo haces al contrario. Yo teóricamente me acuerdo de estar bien, relativamente tranquilo. Pero creo que la profesión iba por dentro. Me acuerdo de tener un herpes incómodo a la altura de la nariz que me machacó aquellos días. Lo fuimos superando todo. Era una cuestión de mucha tensión porque recordabas el 94 y si volvía a ocurrir tendría consecuencias, la gente no iba a aguantar que pasase dos veces. En ese aspecto, quizá por mi experiencia desde pequeño de estar pendiente de los éxitos del Ural, del Liceo… te habías acostumbrado a ese tipo de tensiones. También a ser campeón, que es un bagaje importante. 

¿Cuando acabó el partido del Espanyol en qué pensó? ¿De quién se acordó?

De mi padre, de aquellas ya no estaba, él tenía la obsesión de que yo fuera notario. Y fíjate tú. Mi vocación era el fútbol y yo quería triunfar. El pobre no lo pudo comprobar en directo, de alguna manera quería ofrecérselo a él, con la pena de que no lo pudiese ver. Fue la imagen que yo tenía. Eso me hubiera gustado ofrecerle a mi padre y decirle: ‘por lo menos he llegado hasta aquí’.

¿Qué valora más, el hecho de colocar al Deportivo entre uno de los nueve campeones, o el legado que ha dejado en la afición?

Son dos cosas que no se pueden comparar. Por un lado están los títulos, pero por otro que cogimos el club con 5.000 socios y lo dejamos con 28 o 30 mil. Por el medio todos esos títulos que han hecho que muchísima gente se haya enganchado al deportivismo. No solo en A Coruña, también de extranjeros, que no tienen nada que ver con Galicia, pero son unos auténticos forofos del Deportivo. El Deportivo, además de ser un equipo humilde, jugaba un gran fútbol, con grandes jugadores, y eso marca mucho.

«Por un lado están los títulos, pero por otro que cogimos el club con 5.000 socios y lo dejamos con 28 o 30 mil»

¿En qué lugar, a nivel de importancia, coloca ese triunfo en su vida y trayectoria?

Yo, muchas veces, he dicho que la vida es el momento. Estoy convencido de que disfruté también mucho con el Ural, cuando yo tenía 15 o 16 años, y se proclamó campeón infantil de A Coruña. O con el Liceo, que conquistamos muchos títulos. No creo que tuviese más capacidad de alegrarme que en aquellos momentos. Después, sabiendo que era casi imposible, quizá lo hiciese un poco más. No creo que haya posibles valoraciones de las alegrías para poner unas por encima de otras. Muchas veces está en función de la edad, de ser las primeras veces que ganas. A lo mejor mis mayores alegrías fueron con el Ural, porque a los 16 años tienes tu máxima capacidad para disfrutar. Con el tiempo lo vas valorando más porque sabes las dificultades que entraña. Desde entonces no se ha conseguido algo igual.

¿Aquello, más que la victoria de un club, fue el triunfo de una ciudad entera?

Sin duda ninguna. Y también de aquellos de fuera que se pasaron al deportivismo. La imagen, quizá, más icónica, de cómo disfrutó la gente, fue terminar el partido y ver el césped abarrotado. Todo eran cabezas y personas generalmente jóvenes que estaban allí. Esa era la manifestación más clara de cómo lo había vivido la ciudad. Luego, claro, vino mucho más. Cuatro Caminos, la salida… hablamos de miles y miles de personas que salieron a celebrarlo. Seguramente, fue una de las grandes fiestas de la ciudad de A Coruña. A parte de la de María Pita con los ingleses, probablemente casi todas las demás grandes fiestas sean del Deportivo. Incluso después del penalti de Djukic se celebró de otra forma en la calle. Igual que el Centenariazo, la Copa del Rey del 95… las fiestas de A Coruña que yo recuerdo de toda la vida, las únicas con la gente de verdad en la calle, con todo el mundo, desde los pequeños hasta los ancianos, han venido derivados de los éxitos del Deportivo. El último ejemplo fue el ascenso .

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