«El Uruguay es un país gobernado por locos». La definición pertenece a Rosita Forbes, una escritora inglesa de viajes y exploradora que conoció ese país durante las primeras décadas del siglo XX. Le había llamado la atención positivamente que los niños en las escuelas podían saber quiénes eran Bernard Shaw o Lenin «pero desconocen en absoluto el nombre de los apóstoles«. Uno de esos niños fue José Mujica, exguerrillero, expresidente de Uruguay y ex muchas cosas que todas parecen remitir a un modo de estar en el mundo y ser parte de «ese paisito que en el mapa no se ve», como decían los que iban cantando en una conocida canción de los años 80.
El «Pepe» acaba de fallecer y la noticia toca las fibras no solo de los uruguayos que reconocían su trayectoria. El desenlace había sido anticipado por el actual presidente, Yamandú Orsi. «Está mal y hay que dejarlo tranquilo«, dijo en medio de las elecciones municipales. Mujica murió con la tranquilidad de que había hecho demasiado. El cansancio le pesaba en un cuerpo que tuvo que soportar la tortura, el encierro y el cáncer de esófago.
Había nacido en Montevideo, el 20 de mayo de 1935, en el seno de una familia de inmigrantes vascos. Su padre, Demetrio Mujica, fue un estanciero arruinado. De su madre, Lucy Cordano, llegaría el interés por la política, en especial por su tío Ángel Cordano, un simpatizante del Partido Nacional. Su desplazamiento hacia la izquierda fue gradual, aunque sostenido y no debió ser indiferente a la presencia de Ernesto Guevara en la Universidad de Montevideo, el 17 de agosto de 1961. Curiosamente, el Che, en parte como había advertido Forbes, destacó ante su auditorio cierta singularidad uruguaya. Un país, dijo, donde «se permiten las manifestaciones de las ideas«. No parecía recomendar el inicio de la lucha armada. Años más tarde, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN) se presentaba en sociedad y Mujica era uno de sus integrantes.
Pepe fue parte del operativo más resonante de aquella guerrilla: la toma de la ciudad de Pando, a pocos kilómetros de Montevideo, el 8 de octubre de 1969. Fue apresado cuatro veces. Fue uno de los reclusos que participó de la cinematográfica fuga del penal capitalino de Punta Carretas, en 1971. Un año más tarde fue capturado. En 1973, los militares pasaron a controlar la situación hasta convertirse en una dictadura tradicional y Mujica fue parte de los 11 rehenes de la conducción del MLN que estuvieron encerrados 13 años en condiciones infrahumanas, en el pozo de un aljibe. «Estuve siete años sin poder leer«.
De vuelta a la vida civil
Al salir del Penal Libertad le tocó a Mujica hablar en nombre de ese grupo de supervivientes frente a una multitud que los estaba esperando. Sus palabras explicaron buena parte de la conducta política posterior de aquellos exinsurgentes que habían sido derrotados. «La gente quiere pensar, participar. Y es bueno que eso sea así», dijo, pero reconoció que los tupamaros «no tenían idea» de lo que realmente sucedía. «No podemos tenerla, porque nuestros cerebros están ignorantes; muchos años sin nada, absolutamente nada». Ante una generación que los admiraba reconoció: «Los tupamaros fuimos presa de la urgencia».
«Muchas veces, queriéndolo hacer, no hicimos cosas fundamentales». Y lo más sorprendente: «Ya por 1967 teníamos definido, y era decreto para nosotros, que en eso que llaman lucha ideológica no se insultaba a nadie, absolutamente a nadie; yo les recuerdo muchachos que la pasión no justifica la miseria». Había un nuevo Mujica después de tanta privación. «Nacimos para luchar por la igualdad, y por el sueño de un hombre, si no es nuevo, algo mejor». En esa construcción, «los viejos vamos a jugar nuestro papel, hasta que ustedes se reencuentren a ustedes mismos».
Pepe, al igual que otros exguerrilleros, iba a las plazas públicas a tomar mate con los vecinos. Querían empaparse de sus experiencias. Se integraron a la coalición de centroizquierda Frente Amplio (FA). En 1989 fue elegido diputado y luego senador. Cuando Tabaré Vázquez llegó a la presidencia en 2005 ocupó el Ministerio de Ganadería y Agricultura. En 2010 sucedió a Vázquez en el Ejecutivo. La presencia en la sede de Gobierno de un protagonista de los años convulsos tuvo el sesgo de lo extraordinario. Sin embargo, no fueron grandes las perturbaciones políticas ni las agitaciones apocalípticas. Mujica fue fiel a su credo y hasta le reprocharon atisbos de una sorprendente moderación económica que el joven Pepe habría criticado impiadosamente. El presidente dibujaba una mueca piadosa frente a esas críticas. El Mujica coloquial, propenso a la humorada, era capaz de convencer hasta a los impugnadores.
Vida humilde
Al abandonar la presidencia volvió a Rincón del Cerro, en la periferia montevideana, junto con su compañera, la senadora Lucía Topolansky. El Mujica de vida silvestre, agrícola, al frente de su viejo Volkswagen ‘escarabajo’ de 1987, se constituyó en el símbolo de la austeridad y el desprendimiento. Muchos políticos e intelectuales de la región, Europa e incluso Estados Unidos, quisieron pasear junto con su dueño.
Pepe observaba que la izquierda latinoamericana no solo está estancada: presentaba problemas que necesitaban discutirse. «¿Saben por qué perduró (Nicolás) Maduro? Porque no hay democracia. En una plaza sitiada cualquiera que discrepe es un traidor. Y la democracia necesita libertad. El régimen de Maduro es consecuencia del cerco que ha venido de afuera. Es un desastre». Era también crítico con las derivas autoritarias en Nicaragua y Cuba.
Siempre atento a lo que ocurre al otro lado del Río de la Plata, veía con mucha preocupación lo que hacía y deshacía en Argentina el ultraderechista Javier Milei. El retorno de Donald Trump también le provocaba amarguras. «Es moverse en la noche con una gran oscuridad», dijo en marzo pasado. Para un hombre que había nacido en 1935, ciertas escenas de su niñez encontraban delante de sus ojos amagos de repetición. Había que reemplazar Estados Unidos por Alemania. «Es lo que le pasó a la República de Weimar en la década del 30. El pueblo más culto, más desarrollado de Europa, terminó votando a Hitler. Una cosa de locos, de locos. Los pueblos se pueden equivocar». La «locura» ya tiene otro significado y es peligroso. El Pepe se fue del mundo con esa certeza.